Y una vez Antoine Doinele miró a la cámara ya nada volvió a ser lo mismo. El niño adoptivo del cine por excelencia corre incesante, sin descanso y hacia ninguna parte a lo borroso de su destino en un eterno, brillante y genuino travelling que no escapa a la memoria de los cinéfagos que pasaron por la experiencia Truffaut. Cuando nuestro fugitivo se detiene ante el mar infinito, se da cuenta de que vaya donde vaya está condenado a vivir en un mundo desgraciado y de penuria que no le entiende y del que no hay escapatoria posible. Entonces se gira hacia la cámara con un torrente de expresividad congelado en una mirada desamparada que atraviesa el objetivo. Las letras FIN aparecen en pantalla y el séptimo arte ha alcanzado una de sus cumbres en un ascenso por la Nouvelle Vague francesa que luego se encargarían de refrendar Chabrol, Godard o Rohmer con otros grandes momentos de celuloide.
La creatividad, el encuentro del cineasta consigo mismo, era la esencia misma y prioridad de esta vanguardia nacida a finales de los 50 y desarrollada en los 60 que, con aires del neorrealismo italiano y tintes de cine clásico se rebelaba contra lo convencional, lo establecido y propugnaba un nuevo cine de denuncia diferente en su estructura y forma de narrar. Los 400 golpes de la película de Truffaut se reparten en los golpes de la realidad, en los golpes de efecto que su cámara da con medida maestría, en las bofetadas que recibe Antoine Doinele como golpes de la vida, golpes, golpes y más golpes hasta los simbólicos 400 que anuncia el título. Bautizan esos golpes la historia de ese niño maltratado y malquerido por sus padres, metido de lleno en un entorno en el que no caben sus ansias de libertad y sí tienen lugar los regímenes estrictos y las normas que cohiben, por ejemplo, su despertar hormonal (la revista que le es confiscada en la primera escena de la película). Doinele no es, en realidad, un marginado más, sino un personaje lleno de inquietudes e inteligente, algo que demuestra en una entrevista con un psicóloga con la que razona algunos rasgos de su vida con una madurez impropias de un niño de su edad. La credibilidad que Jean-Pierre Léaud le infiere al personaje es completa, demostrando unas extraordinarias aptitudes como actor que convencerían a Truffaut para alargar sus colaboraciones y hacerle crecer como intérprete y personaje ante los ojos del espectador (El amor a los veinte años, Besos Robados, Domicilio Conyugal y El amor en fuga completaron el ciclo Doinele).
Aún hoy, 45 años después, sorprende revisionar los 400 golpes y descubrir el romance que mantuvieron cineasta y cámara, con planos dinámicos y atrevidos (atención al zoom sobre Doinel cuando está en clase y se gira para ver que es lo que está pasando fuera) que sin quebrar su aura de clásico mantienen la frescura y vitalidad que tuviera en 1959. Sigue resultando fascinante revisarla y descubrir en ella la sutil ironía de Truffaut sumada a su gusto por el detalle (el lema francés de "Liberté, Egalité y Fraternité" sobre la fachada del colegio es buena prueba de ello) para conseguir finalmente la denuncia social, la ruptura de estilo y la convicción de la supremacía del autor enamorado de un cine con personalidad propia. El talento de este genial francés consistió en saber filmar la realidad como una lapa que caía impenitente sobre las ilusiones de un niño atrapado con ansias de libertad, y lo consiguió mediante un estilo genuinamente clásico que sin embargo estaba construído a partir de un dinamismo inédito que le llevó incluso a grabar cámara en mano, algo inusual y que contradecía las rutinas productivas de su tiempo.
La creatividad, el encuentro del cineasta consigo mismo, era la esencia misma y prioridad de esta vanguardia nacida a finales de los 50 y desarrollada en los 60 que, con aires del neorrealismo italiano y tintes de cine clásico se rebelaba contra lo convencional, lo establecido y propugnaba un nuevo cine de denuncia diferente en su estructura y forma de narrar. Los 400 golpes de la película de Truffaut se reparten en los golpes de la realidad, en los golpes de efecto que su cámara da con medida maestría, en las bofetadas que recibe Antoine Doinele como golpes de la vida, golpes, golpes y más golpes hasta los simbólicos 400 que anuncia el título. Bautizan esos golpes la historia de ese niño maltratado y malquerido por sus padres, metido de lleno en un entorno en el que no caben sus ansias de libertad y sí tienen lugar los regímenes estrictos y las normas que cohiben, por ejemplo, su despertar hormonal (la revista que le es confiscada en la primera escena de la película). Doinele no es, en realidad, un marginado más, sino un personaje lleno de inquietudes e inteligente, algo que demuestra en una entrevista con un psicóloga con la que razona algunos rasgos de su vida con una madurez impropias de un niño de su edad. La credibilidad que Jean-Pierre Léaud le infiere al personaje es completa, demostrando unas extraordinarias aptitudes como actor que convencerían a Truffaut para alargar sus colaboraciones y hacerle crecer como intérprete y personaje ante los ojos del espectador (El amor a los veinte años, Besos Robados, Domicilio Conyugal y El amor en fuga completaron el ciclo Doinele).
Aún hoy, 45 años después, sorprende revisionar los 400 golpes y descubrir el romance que mantuvieron cineasta y cámara, con planos dinámicos y atrevidos (atención al zoom sobre Doinel cuando está en clase y se gira para ver que es lo que está pasando fuera) que sin quebrar su aura de clásico mantienen la frescura y vitalidad que tuviera en 1959. Sigue resultando fascinante revisarla y descubrir en ella la sutil ironía de Truffaut sumada a su gusto por el detalle (el lema francés de "Liberté, Egalité y Fraternité" sobre la fachada del colegio es buena prueba de ello) para conseguir finalmente la denuncia social, la ruptura de estilo y la convicción de la supremacía del autor enamorado de un cine con personalidad propia. El talento de este genial francés consistió en saber filmar la realidad como una lapa que caía impenitente sobre las ilusiones de un niño atrapado con ansias de libertad, y lo consiguió mediante un estilo genuinamente clásico que sin embargo estaba construído a partir de un dinamismo inédito que le llevó incluso a grabar cámara en mano, algo inusual y que contradecía las rutinas productivas de su tiempo.
Hoy es un privilegio poder disfrutar de este estandarte de aquella generación de directores dotados de un criticismo inspirado, y poder comprobar de qué manera incidieron en el desarrollo del cine europeo. No sólo fue Truffaut con sus 400 golpes. También fue Godard con Al final de la escapada, fue Roger Vadim con ...Y Dios creó a la mujer, Claude Chabrol con El bello Sergio o Louis Malle con Ascensor para el caldaso. Todos ellos fueron artífices de aquel encuentro de inquietudes reencontrado en una forma de hacer cine que el público aprendió a aceptar y valorar. Los 400 golpes es un representante de aquellas inquietudes y un documento de identidad de la época, de la forma de contar historias duras y reales sin caer en la ambigüedad o complejidad y una parte del propio Truffaut canalizada a través del mismo Léaud.
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Les 400 coups. Francia. 1959. 87'.
Director: François Truffaut.
Guión: François Truffaut.
Fotografía: Henri Decaë.
Montaje:
Intérpretes: Jean-Pierre Léaud (Antoine Doinel), Albert Remy, Claire Maurier, Guy Decomble.
Puntuación: 9
Más golpes y más sobre la Nouvelle Vague...
http://www.solromo.com/art_cine/golpes.htm (completísimo análisis de la película de Truffaut)
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article2045.html (una crítica)
http://www.unavuelta.com/Internacional/Editorial/Cine/04.22.12.03/Principal.htm (una editorial sobre la Nouvelle Vague)
http://recursos.cnice.mec.es/media/cine/bloque2/pag6.html (un artículo sobre la Nouvelle Vague)
http://elamante.com.ar/nota/1/1441.shtml (sobre Jean-Pierre Léaud)
Me ha molao, a ver si me la dejas pa verla.. La foto se sale.
ResponderEliminarGracias por el comentario... creía que me quedaba a 0 :S Okis, en cuanto me acuerde te la grabo y te la llevo.
ResponderEliminarLe doy la razón a Lau, precioso texto.
ResponderEliminarPor lo que leo, se trata de cine como instrumento, que no olvida que estética y el hecho de perseguir alguna finalidad no son excluyentes. De todos modos, no la he visto, así que la pongo a bajar.
Si es obligatorio, es obligatorio... ;)
PD: Bologna os echa de menos!
Joer lau, me vas a hacer sentir mal y todo... Yo lo que he leído lo he leído todo después de verla. Uno de los links que he puesto es de una página que te explica la película por escenas, con imágenes y diálogo, muy recomendable.
ResponderEliminar"Al leerte he pensado que pasamos demasiado tiempo juntos y me he descubierto asintiendo a cada frase que asimilaba" No lo digas muy alto, a ver si te oye María...
P.D.: Sus, nosotros también echamos de menos a Bolonia... y a vosotros ;)