La responsabilidad y el tiempo son la lacra del (ponga aquí su adjetivo) autor. La constancia es una virtud de la que siempre me fue difícil presumir y, hoy por hoy, esa sigue siendo una de las pocas cosas que no han cambiado en mí. Los días pasan y en el blog crecen telarañas que amenazan con hacer desaparecer un capricho que hace un año nació de una pasión desenfrenada de cine. Pero no. La luz se hizo y se publicó el texto, con mito recuperado incluído al que he visitado con cierta asiduidad en las últimas semanas. Un mito al que le sobran los elogios tanto como los insultos de los que le sufrieron, una divinidad terrible y tosca, áspera, que castigó con hirientes palabras e improperios a aquellos que no entienden sus excentricidades, el actor con mayúsculas, instalado en los anales, con el que coincidí en tres de los más grandes momentos de cine de mi vida como cinéfago: Brando.
El actor bandera del Actor's Studio forjó su leyenda a lo largo de una carrera en la que Marlon Brando mira atrás con penetrante mirada para descubrir un buen puñado de clásicos y cimas del cine del siglo XX. Su condición de monstruo de la pantalla ha conocido todas las fases de la metamorfosis en un actor que nació grande y talentoso para convertirse en leyenda del celuloide. El tiempo también pasó para él en forma de una decadente condición física que un día destruyó la belleza inmaculada e impresionante que desprendía en su debut como intérprete. La misma que envuelve y le pertenece en Un tranvía llamado deseo, pero Stanley Kowalski presume además de un carácter salvaje y animal enfundado en una camisa interior ajustada que le convirtió en icono sexual de los años 50 y revelación ante los ojos alucinados de los espectadores que le vieron comerse cualquiera de las escenas de la película de Elia Kazan con sólo su presencia. Tenesse Williams no podría haber encontrado una reencarnación más perfecta de su personaje y él no pudo encontrar mejor papel para su despertar como actor. El tranvía de Kazan es un inolvidable ensayo sobre la crueldad humana con un Brando que reivindica el protagonismo sin ser el personaje capital de la obra, inhumano e iracundo, lejos de la rebeldía de James Dean o la belleza serena de Newman, cerca del primitivismo y de los instintos más primarios. Así fue el primer Brando, el del rostro impenetrable, la bestia bella e indomable y destructora de todo lo que le rodea.
El segundo encuentro fue perturbador. Poesía a la vez que instinto es lo que despide El último tango en París. La obra de Bertolucci es una película de entrañas, directa al interior del alma humana e inquietante como pocas. En la París bohemia, la de la nouvelle vague y del arte llamado a cambiar el mundo, una casa de habitaciones desnudas recibe la visita de dos desconocidos que renuncian a su amarga vida para abandonarse al sexo, al sudor de los días de cópula y la fornicación desenfrenada que les evade de sí mismos. París, el sexo, los instintos renaciendo y la penetración en el alma desconocida de la que se obvia cualquier signo de identidad, la carne envuelta en sábanas y Brando. El desconocido que intenta olvidar su vida anterior, que encuentra en esa pasión desenfrenada el sentimiento más cercano a su deseo de estar muerto, que se tapa los oídos al verse envuelto por los insoportables ruidos del mundo que odia... Baila su último tango en un piso del barrio latino con María Schneider y sabe de lo cercano de su final, del ocaso de una vida atormentada que destrozó su amor por una mujer.
- "En esta casa no hay nadie... tú no tienes nombre... yo no tengo nombre... tú y yo nos encontraermos aquí...venimos a olvidar todo... es bonito no saber nada el uno del otro".
...y uno observa los movimientos deprimidos de Brando como se mezclan irremediablemente con la excitación, la morbosidad de los encuentros salvajes, la mantequilla introduciéndose violentamente en el ano de María Schneider ("¡Santa familia, templo de los buenos ciudadanos: la libertad es asesinada ahora mismo por el egoísmo!) o la cordura desvaneciéndose en favor de la exorcización del dolor imposible de curar, de la soledad humana que apuñala lentamente el corazón. Todo eso es ÉL antes del final, la vida cayendo por el abismo en una habitación cualquiera de París, vida ahogada en líbido, vida olvidada sin más sentido que sentir si aún es posible... una última oportunidad en el interior de ELLA, su terapia y su perdición que igualmente le depara un trágico final.
Y este es el fin, amigo. Te preguntabas qué forma tenía y ahora ya lo sabes. Es la forma del horror. HORROR con mayúsculas, tan cerca de tí como en el mismo corazón del infierno, en la jungla de Camboya donde el apocalipsis espera. En Apocalypse Now Brando vuelve a tener nombre y se llama Kurtz, y cuenta historias terribles de niños mutilados en las mañanas del napalm... Su mirada sumida en la oscuridad es tan expresiva que el miedo se apodera del que le contempla y pierde el aliento ante el encuentro de la demencia, de la psicosis desquiciada de lo que fue un ser humano. Es difícil imaginar unos minutos más tenebrosos ante tan perfecta expresión del horror en la calma, en la tranquilidad de sus gestos. El monstruo en el que se ha convertido es equiparable al monstruo que llegó a ser Brando en aquellos momentos de cine, sumido en las tinieblas y recitando versos de muerte a la espera de su ejecución...
- "No creo que existan palabras... para describir... todo lo que significa... a aquellos... que no saben... qué es... el horror... el horror... el horror tiene rostro... tienes que hacerte amigo del horror... el horror y el terror moral deben ser amigos. Si no lo son, se convierten en enemigos terribles... en auténticos enemigos".
Oscuro, demente, enloquecido... Kurtz fue para Brando la consumación de su leyenda, el último gran papel que escenificó como pocos la cúspide de un crecimiento meteórico como actor a la par con su absoluta deformación y decadencia física... el tiempo que le restaba, una cuenta atrás irremediable que no olvidó los momentos magistrales de actuaciones descarnadas y salvajes, de insoportable deprimencia vital dejada de la mano del sexo más instintivo, o encarnaciones brutales del lado oscuro del alma humana. Eso según en qué tiempo le conozcas...
Bueno, tu blog me sirve para recordar que aunque parezca mentira esas son tres películas que quiero ver desde hace tiempo. Creo que "Un tranvia llamado deseo" la vi de pequeño, pero no me acuerdo...
ResponderEliminarSupongo que se podrían incluir mil películas más y dependerá de cada uno. Yo incluía sin dudar el papelón en "El Padrino".
Aguiló.
Sin duda, es otro de sus grandes papeles, al igual que "La ley del silencio", pero estas tres las vi recientemente y por eso me decanté por ellas. La verdad es que me costaría decidir cual me impactó más, pero "El último tango..." es la que más ganas me dejó de volverla a ver, tanto por cosas que me quedaron en el aire porque es una película que primero parece incomprensible, rara, y luego de alguna manera crece en la conciencia sin quererlo, no sé explicarlo... En cualquier caso, las tres son grandes películas.
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