lunes, enero 11, 2010

Capitalismo: Una historia de amor


El pathos mooriano se aproxima peligrosamente a la esterilidad de su efecto sobre todo aquel que tenga por conocidas las armas del director. Que Capitalismo: Una historia de amor esté gobernada por la demagogia de principio a fin no es una sorpresa, como tampoco lo es la vocación cómico-agitadora que hace de Michael Moore un protagonista excesivo, siempre presente en la pantalla. Lo difícilmente sostenible es que su pretendido papel de ensayista de los males endémicos de la América contemporánea se incline hacia una simplificación casi escolar de estos, la cada vez más clarividente intención de la provocación frente a cualquier tipo de contraste, la opción de la dramatización de los dramas particulares (flirtean con el morbo los planos que registran los dramas humanos) frente a la mayor recurrencia a la estadística. Los excesos pantomímicos de Moore alcanzan aquí sus mayores cotas, con comedias varias a las puertas de Wall Street y entidades financieras que sólo aplaudirán los ingenuos de su cine o, al contrario, los incondicionales que sigan justificando los medios con el fin; excesos indicadores, en cualquier caso, de hasta qué punto la figura del director ha acabado fundiéndose con su propia caricatura.
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3 comentarios:

  1. vaya caña te han dado en el comentario de la butaca eh...

    Por cierto, lo de "epatar" lo he tenido que buscar en el diccionario

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  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  3. Sí, nunca había leído a nadie que dedicara tanto tiempo y esfuerzo a destruir mi crítica antes que a escribir la suya propia. En fin, Michael Moore que levanta pasiones...

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