Leer crítica completa en LaButaca.netCuento moral, fábula obrera, subversión disfrazada de menor comedia familiar. Ricky se permite todas las apariencias para engañar al espectador más desprevenido, pero bajo las capas esconde una notabilísima marca autoral que define a François Ozon. El juego de géneros está ahí, por supuesto, pero tanto o más importante en la gramática del cineasta francés es su trato exquisito de la elipsis (las fases en las que se resuelve la relación entre los dos protagonistas) para acotar un tiempo narrativo que tiene en cuenta la inteligencia de su público, o su pericia para escapar a anclajes estéticos y constantes visibles, demarcadoras de una identidad más o menos formal.
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