lunes, febrero 15, 2010

El Hombre Lobo

La divertidamente trágica escena del circense show en el manicomio, la transformación más definitiva de cuantas vemos en la película, aporta de por sí la memorabilidad estética que en ningún otro caso alcanzará el resto del metraje. El Hombro Lobo se demuestra, en todo momento, insuficiente para cubrir todo tipo de expectativas y recorrida por una eterna indecisión que la hacen un anómalo punto de encuentro (o tierra de nadie) entre el discreto homenaje (el bastón con la empuñadura del Hombre Lobo), el gore desatado (la matanza en el asentamiento gitano), la coppoliana búsqueda del goticismo romántico, el pastiche de personajes (la inclusión de Frederick Abberline) y el climático duelo de monstruos. Lo que en otro caso hubiera despertado un cúmulo de sentimientos quizá más gobernado por el encanto incomprendido, aquí permanece anulado por la hipertrofia, por el hastío inducido desde el atropellado montaje de efectismos que invalidan las, por otro lado, evidentes buenas intenciones del producto.
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