jueves, abril 08, 2010

Una reflexión sobre la naturaleza del cine en "El moderno Sherlock Holmes"

El moderno Sherlock Holmes (Buster Keaton, 1924) incluye una de las más brillantes y tempranas reflexiones sobre el arte, en general, y el cine, en particular. En sus ajustados 44 minutos de duración, no sólo podemos contemplar algunos de los stunts más temerarios de la carrera de Keaton...

Esta pirueta le valió a Keaton una lesión en el cuello que no
advirtió hasta tiempo después

...sino que además propone una reveladora ruptura de la estructura narrativa mediante un apasionante juego metaficcional al que luego se deberán una larga lista de cineastas y títulos, Woody Allen y La rosa púrpura del Cairo (1985) los primeros de todos ellos. Keaton interpreta aquí a un proyeccionista de cine que aspira a detective: 




Sin embargo, su torpeza infinita en el galanteo (véase la escena de la cita en casa de su enamorada) y su inocencia suma le llevan a la derrota frente al jeque local (Ward Crane), villano arquetípico en sus artimañas que se las arregla para expulsar a su competidor por la chica y hacerlo, además, con el repudio de la misma y de su familia, acusado de un robo que no ha cometido. Afligido, éste vuelve a su cabina de cine, pone en marcha el proyector, empieza la película Hearts and pearls y se queda dormido. Comienza aquí el delirio metanarrativo de Keaton cuando, en ese instante, una suerte de doppelgänger, un doble fantasmal, abandona el cuerpo del proyeccionista:



Ese doble ve cómo en los personajes de la película se reencarnan los protagonistas del incidente del robo: el jeque y su amada forman ahora parte de la ficción proyectada desde la misma ficción. El dopplegänger avisa al dormido proyeccionista para que intervenga, pero éste no reacciona. Es entonces cuando ese doble decide adentrarse por su propio pie en el otro lado de la pantalla, ilustrando así una primera reflexión: el cine no es sólo un instrumento de evasión, sino uno en el que el espectador participa activamente, depositando sus deseos, esperanzas y ansiedades en una intervención imaginada en la epifanía a la que asiste. En este caso, la interrupción de la ficción dentro de la ficción se activa cuando el villano de la función intenta besar a la chica.


Segunda reflexión: la dislocación de la realidad que supone, en esencia, todo espectáculo cinematográfico. El personaje de Keaton ya está al otro lado de la pantalla, pero los escenarios empiezan a cambiar súbitamente y de forma continuada, suponiendo accidentes varios y un dolor de cabeza para el atribulado héroe.


Cuando finalmente el personaje se ajusta a la ficción en la que se ha entrometido, lo hace en la forma de Sherlock Jr., "el detective más grande del mundo" en palabras del antagonista, que llega a la casa para resolver el misterio. Sherlock Jr. rezuma la elegancia deseada por el proyeccionista (vestida de traje, sombrero de copa y bastón), y transfiere la torpeza al villano y su cómplice, quienes tratan infructuosamente de acabar con el detective mediante diferentes trampas: un hacha que se desploma sobre una silla o una partida de billar en la que hay una bola-bomba, la cual Sherlock Jr., claro está, siempre esquiva milagrosamente en sus jugadas.

 


La aventura del idealizado y metaficcionado héroe consta de dos partes: los frustrados intentos de asesinatos y la resolución del caso al día siguiente mediante una serie de hilarantes secuencias de acción y slapstick sin freno, no sin antes la mediación de un título sorprendentemente desmitificador:

"Al día siguiente, la mente maestra tenía el misterio 
completamente resuelto, a excepción de la localización
de las perlas y la identidad del ladrón".

Y al final, claro, llega el éxito. Sherlock Jr. recupera las perlas y se queda con la chica. Se consuma la ficción deseada por el proyeccionista, se consuma el significado del cine como depósito y maquinaria de sueños que dialoga con los límites de la realidad, cuando no los viola sin coartadas. Y se consuma una última y bellísima reflexión que deberíamos olvidar menos que ninguna otra: el cine, al fin y a la postre, también nos enseña a ser héroes en nuestra pretendida realidad:


En las imágenes: Fotogramas de "El moderno Sherlock Holmes" - Copyright 1924. Buster Keaton Productions. Todos los derechos reservados.

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