Los que rechazamos la nostalgia enmarcada en frases como «el cine se muere» o «ya no es lo que era antes» nos quedamos sin argumentos. Se habla a menudo de lo que ha cambiado el paisaje de la Gran Vía madrileña, del encadenado cierre de teatros y salas, de la desaparición de los grandes carteles que vestían los edificios. Pero la tragedia cultural va más allá. Es algo más que la sustitución de la experiencia de antaño, la de los grandes patios de butacas y telones recogidos, la de los estrenos mayúsculos e incansables anunciados en marquesinas, por la de ahora, la de la mercantilización del cine como complemento de centro comercial, la de la oferta indiscriminada y fugaz. Ayer supimos que el pequeño multisalas de barrio, el cine humilde y apostante por la versión original contará, desde el domingo, con un aliado menos. Antonio Such, gerente de los cines Albatros de Valencia, confirmaba el cierre de las salas de la plaza Fray Luis Colomer, últimas víctimas de una extinción que en la última década ha venido despoblando Valencia de cines urbanos...Leer artículo completo en LaButaca.net
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