sábado, septiembre 23, 2006

Momentos de cine (IV): Sabotaje

El cine se identifica con iconos. Nuestra memoria visual reconoce imágenes, escenas que hacen identificar de inmediato esa película capaz de invocarnos ternura, repulsión, excitación o nerviosismo. Algunas de ellas se integran en la memoria colectiva gracias a sus particularidades, a su sofisticación técnica o al incontestable esfuerzo que implicó su filmación. Hitchcock sabía esta ley del cine y la trasladó a buena parte de su obra: Psicosis se hace inmediatamente reconocible con Janet Leigh gritando en la ducha mientras la madre de Norman la pasa por el cuchillo, pensamos en Con la muerte en los talones y lo hacemos en Cary Grant huyendo de una avioneta que intenta borrarle del mapa a base de metralla, una enorme bandada de pájaros enfurecidos atacando la tranquila villa de Bodega Bay... Lo mismo sucede con la aquí escogida. No tan mítica como las citadas en la iconografía Hitchock, Sabotaje* es una de las más intensas obras de cuantas realizó el británico. Su escena más representativa pasa, además, por ser una de las más impactantes de toda su filmografía, si no la que más.



Stevie, un inocente y simpático chaval (Hitch ya se ha encargado previamente de que nos caiga muy bien) recibe un recado del marido de su hermana, regente de un cine como tapadera para ocultar su participación en una oscura organización que perpetra actos de sabotaje. El recado no es menos sencillo que el de llevar un par de rollos de películas a un lugar de Picadilly Circus antes de la 13.30, para posteriormente ser recogidas por una segunda persona. Lo que Stevie no sabe es que las 'latas' no contienen película, sino explosivos que a las 13.45 harán 'picadillo' la popular plaza de Londres. El camino hasta dicho punto de encuentro sirve a Hitchcock para escenificar una de las mejores escenas de suspense del cine. Stevie va encontrando a su camino problemas que le hacen retrasarse en su entrega, como un vendedor ambulante que prácticamente le obliga a tomar parte de la demostración del definitivo cepillo de dientes (ni muy duro, ni muy blando) ante la divertida gente que se aglutina para observar el espectáculo. Siguiendo su caminata por Londres, Stevie se entretiene en alguna que otra tiendecita de la calle y mientrastanto, un primer plano de la nota añadida al paquete nos recuerda la fatalidad de lo que está por venir: "No lo olvide, los pájaros cantarán a las 13.45" (curiosa la insistencia de Hitch de identificar a los pájaros como animales agoreros). Primeros planos de la bomba oculta, música desquiciante in crescendo y Stevie llega a un desfile donde, embelesado, sigue perdiendo más tiempo. Contrapicado de un reloj en la calle: Las 13:00. Planos del desfile alternados con un sonriente Stevie y primeros planos cada vez más cercanos sobre la bomba. Hitchcock hace avanzar el reloj 20 minutos y da el desfile por finalizado. Stevie se da cuenta de que llega tarde y abriéndose paso entre la multitud sube un autobús típicamente londinense:

- Stevie: "¿Cree usted que llegaré a Picadilly Circus antes de las 13.30?
- Revisor: "Sí, de la 1.30 de la madrugada, ¿te has citado con alguna damisela?"

El fatalismo aumenta en el breve diálogo con el revisor. El espectador toma conciencia de que la explosión será inevitable y que será durante el trayecto en el autobús. Stevie se sienta al lado de una señora con un cariñoso perro al que Stevie acaricia, en un intento de hacer más entrañable a un niño condenado. Una música siniestra crece al tiempo que los relojes se suceden en la pantalla y los planos sobre el paquete y las latas en el asiento recuerdan la proximidad de la amenaza. Las 13.30, las 13.35... el autobús queda atrapado en un atasco, el rostro de preocupación de Stevie consciente de la tardanza. Coches, más coches y los planos del reloj y de la bomba se hacen más y más recurrentes. Nuestro protagonista se mueve nervioso en su asiento y no deja de buscar relojes que le indiquen la hora a través de la ventanilla. Finalmente, en el clímax de la partitura que escuchamos y de la escena en sí, un primer plano de un reloj que marca las 13.44, un primerísimo plano de la aguja del minutero desplazándose... y lo increíble se hace real ante nuestros ojos. La explosión destroza por completo el autobús londinense. Hitchcock ha matado al niño. Es, posiblemente, una de las manifestaciones más claras de esa perversión innata en el genial director, siempre sublimada y genuinamente escondida tras la brillantez de su cine. Pero nunca tan visible como en la escena descrita.

El propio Hitchcock reconoció tiempo después su arrepentimiento por haber matado al niño de Sabotaje. Según él, rompía así un acuerdo tácito con el público al eliminar un personaje inocente después de hacerlo simpático y adorable a los ojos del espectador. Dejando de un lado discutibles y tardíos lamentos del maestro, la escena de la bomba de Sabotaje es, 70 años después, un perfecto ejemplo de la capacidad de Hitchcock para estructurar el suspense y de manejar los sentimientos del espectador a su antojo.





* De título original Sabotage, de 1936. No confundir con Saboteur de 1942 , también de Hitchcock, que se tradujo de nuevo al español como Sabotaje.

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