Lamentablemente, la mediocridad de la que ya hacía gala
Walt Becker en
Cerdos salvajes tiene su continuidad aquí: humor rebajado a situaciones que fuerzan expresamente el gag y rayanas en el ridículo (la escena en el restaurante en la que los dos protagonistas son aplaudidos como miembros de la tercera edad) y escasas justificaciones para una encadenación de escenas que apenas responden a los sucesivos caprichos de los dos retoños de los que los dos adultos se hacen cargo. Tampoco como buddy comedy destaca, exenta de referentes sólidos que la refuercen (
La extraña pareja pudo ser un buen punto de partida para definir la relación entre los dos personajes principales) y repleta, en cambio, de lugares comunes de un humor más visual y facilón (los efectos psicotrópicos derivados de la ingesta de la medicación equivocada). Pero lo más irritante es comprobar como Becker se ajusta, sin oposición alguna, a los postulados de la marca Disney y se empecina en resaltar, de forma ininterrumpida, su mensaje abiertamente familiar y amable, hasta alcanzar el vergonzoso momento en el que Dan (Robin Williams) toma finalmente conciencia del camino correcto a seguir.
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