I’m not there es excepcionalmente poliédrica, excepcionalmente polifórmica. Y por esa misma razón es el mejor biopic (no-biopic) posible sobre la figura, el que se anuncia en sus títulos basado en las muchas vidas y canciones de
Bob Dylan.
Todd Haynes idea, reinterpreta e inventa a Dylan como una multipresencia siempre ausente, siempre escrita bajo seudónimos que encuentran el despertar de la conciencia del autor para con su tiempo (Woody, vía
Marcus Carl Franklin), el artista que reniega entre abucheos de la canción protesta (Jack, vía
Christian Bale) o el padre de familia abocado a la pérdida (Robbie, vía
Heath Ledger). Sin embargo, son las transfiguraciones más interesantes aquellas que sumergen al poeta contestatario en una relectura-homenaje de
Fellini Ocho y medio que sacaría los colores a Rob Marshall (Jude, vía una inmensa
Cate Blanchett que trasciende toda cuestión de género o mímesis), y, sobre todo, la elevación a la categoría de leyenda prestada en la adopción, vía Richard Gere, de la identidad de Billy ‘el Niño’, o al menos de un reverso caducado del mismo. La voltereta referencial y ficcional es aquí de órdago, desde el mismo momento en que, recordemos, el mismo Dylan había ejercido de esencial bisagra entre leyendas en
Pat Garrett y Billy el Niño (Sam Peckinpah, 1973).
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