domingo, febrero 28, 2010

Rectificaciones (I): El Nuevo Mundo

1.
A propósito de Trobades amb gent del Cinema. Tras el primer e infructuoso intento, el acto se celebra, sí o sí, este viernes 5 a las 18.00h en el Aula Magna del edificio de La Nau. Allí estaremos la gente del Cinefórum L'Atalante, pasando la velada con Agustín Díaz Yanes. Y allí están, de nuevo, todos invitados.

Actualización
Por motivos médicos, Díaz Yanes ha cancelado su asistencia. Eso sí, hemos puesto en marcha un plan de emergencia suicida y, finalmente, hemos logrado lo imposible: conseguir que Javier Rebollo (Lo que sé de Lola, La mujer sin piano) le sustituya en la sesión. Así que ya saben, mañana charla con Rebollo a la misma hora y en el mismo sitio.

Última actualización
Debido a un mal de ojo a una supina y cósmica mala suerte, Javier Rebollo nos ha comunicado, hace unas horas, que finalmente no podrá venir. Se suspende, pues, el primer (y último, me temo) acto de Trobades amb gent del cinema.

2.
A propósito de Terrence Malick y El Nuevo Mundo. Hace ya algún tiempo, publicaba en esta bitácora acerca del director y bajo el título Malick, poeta de las imágenes. Ya hablaba entonces de los grandes temas de su filmografía: la búsqueda e imposibilidad del paraíso, de la reconstrucción edénica, el retorno a la inocencia primigenia escenificada en la relación del hombre con el paisaje. También, cómo no, de su caligrafía contemplativa y de un manejo del timing en el que se reafirma película tras película, como una deceleración intencionada de su cine que habla en contra de la imposición de la premura de los tiempos devenidos. La presentación de Malas Tierras en el marco del ciclo Viajes itinerantes de amor, pasión y violencia era la ocasión para profundizar más y mejor en la filmografía del director. Y la revisión de El Nuevo Mundo, la excusa perfecta para replantearme lo antes dicho acerca de la misma, inaugurando así una sección de dudosa continuidad para rectificaciones de argumentos y discursos varios volcados (o vomitados) en este blog. Que los hay que los requieren, y a puñados. Al texto me remito: 

A diferencia de las anteriores obras, en El Nuevo Mundo se atisba cierta pretensión del autor, exceso en su búsqueda de la perfecta sucesión de planos que definan la inmaculada belleza del paraíso. Redundante y excesivamente parsimoniosa, es la más imperfecta de las películas de un autor que por primera vez, deja que la imagen se imponga y conduzca a la narración.
La inclusión de El Nuevo Mundo en la lista elaborada en el último número de Cahiers du Cinéma España de lo mejor de la década (puesto sexto, para más señas), habla, al igual que otras muchas cintas mentadas, de la preocupación de sus críticos por la forma, recordando que el cine es, en su origen, una experiencia inexorable y eminentemente estética. Malick, desde luego, es un esteta de la imagen, el poeta visual al que me refería en el título de entonces. Su preocupación por la imagen y lo que transmite es desproporcionadamente superior a la intención implícita de relatar. Si existe una evolución a lo largo de sus cuatro películas es, precisamente, hacia ese vaciado narrativo que, no por ello, supone demérito ante su bendita capacidad para alcanzar hallazgos visuales que otros pasan vidas enteras buscando sin éxito. La escalada de fascinación también lo es de ensimismamiento, aislamiento de las tendencias y tiempos de sus coetáneos, y El Nuevo Mundo, en eso, es cumbre. Como explica a la perfección Marcos Vieytes, "si es cierto que la belleza es frecuente —y tanto que duele— no es demasiado frecuente hallar directores que la evidencien sin codificarla".

El Nuevo Mundo muestra una fotografía exquisita, trabajo por el que bien merece rendirse ante Emmanuel Lubezki, pero roza el preciosismo en su empeño por recrearse en aquello que ve y no en aquello que cuenta. Esto supone una lacra para una historia por momentos descuidada en la que circulan personajes a veces desdibujados y subyugados a su estilo contemplativo.
El que se sumerge en El Nuevo Mundo debe hacerlo para olvidar la historia, pese a que esta será escrupulosamente respetada. La inmersión que exige Malick es sensorial, y para ello conjuga miríadicas imágenes de la naturaleza con las milagrosas notas del Concierto Nº 23 para piano de Mozart. La contemplación lenta y reiterativa de esos espacios no es consecuente de gratuidad o capricho, sino el vehículo de una búsqueda de la belleza a través de la imagen que Malick ha estado llevando a cabo desde hace 40 años. No hay, por tanto, preciosismo como intención, sino disposición de la imagen para el rastreo del milagro. Adrian Danks mencionó que Días del cielo puede ser descrita como el emplazamiento de las pasiones y tragedias humanas vistas desde los dioses y el cosmos en el que cualquier cosa, humana o no humana, tiene su lugar. Esto, por supuesto, es perfectamente aplicable a El Nuevo Mundo, y por ello mismo tampoco tiene sentido acusarla de desdibujar a sus personajes, desde el mismo momento en que (como ya hizo en Malas Tierras o Días del cielo, aunque con mayor hincapié aquí), el director opta por la distancia para con sus personajes y sus interacciones, por integrarlos como partes de esa gran obra natural en la que indagar, siempre con ese bellísimo acecho del cautiverio al alcance de tan pocos.

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