Es la obra maestra silenciosa de Sam Peckinpah, la más discreta y desapercibida. Nunca contuvo las danzas de muerte y plomo que culminaban Grupo salvaje, ni tampoco la suciedad extrema, la excelsa guarrería de Quiero la cabeza de Alfredo García, quizá su obra más injustamente maltratada. Pat Garrett y Billy The Kid quizá esté más cerca de Duelo en la Alta Sierra cuando habla de las fricciones entre moralidades, pero llega mucho más lejos en la construcción de los dos mitos que le dan nombre a la película. Pat Garrett (James Coburn) y Billy 'The Kid' (Kris Kristofferson) fueron un día almas intercambiables, funambulitas que bordean la frontera de la ley sólo fieles a su común código de valores.
Peckinpah hace que el enfrentamiento entre ambos adquiera tintes terribles: matar al otro significa asesinarse a sí mismo por la espalda, matar lo que sea que quedara de uno mismo, si es que eso valía algo. Por eso en la búsqueda, en la caza, existe cierta zombificación, cierta deambulación inquietante de los personajes, como también lo es la mirada expectante y malévola del secuaz al que encarna un lacónico Bob Dylan: Garrett y Billy caminan hacia el suicidio del mito, la defunción del arquetipo peckipahniano del maldito condenado a la extinción, en el que también se reconoce Warren Oates en Quiero la cabeza de Alfredo García, por ejemplo. Y sólo cuando el fatal desenlace se consuma, sólo cuando uno de los dos caigas, el otro afrontará la muerte de sí mismo, descubriendo su siempre oculta desesperación con un grito desgarrador que clama respeto por el difunto. Que nadie lo toque. Amén.
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