jueves, junio 27, 2013

El hombre de acero




Hay algo que, atrapados por el maëlstrom eterno y mutante que es la cultura popular, todavía no hemos entendido. Un superhéroe no es (o no solo es) un simple producto del afán humano por superar lo ordinario: es un síntoma de su contexto, una reacción al signo de los tiempos cifrada en un orden mitológico. Y a esa mitología nos debemos, nos rendimos como expresión de ese anhelo de transformación a la que no podemos acceder en nuestro día a día. Creado por Jerry Siegel y Joe Shuster en 1938 para la revista Action Comics, Superman simbolizaba lo fabuloso y al mismo tiempo lo inalcanzable en el concepto de superhombre: el individuo de a pie aumentado a la condición de deidad para corregir los males del mundo.

En su recorrido a través de 75 años de cómics y adaptaciones varias a televisión y cine, el Superman audiovisual había optado por interpretar al personaje en su vertiente más colorista, menos grave. Una lectura que, paradójicamente, no evitó la formación de leyendas negras en torno a las desgracias de los actores que lo interpretaron ni tampoco el sensacionalismo que envolviera las teorías de Fredric Wertham sobre los efectos nocivos de los media sobre los consumidores, reconducidos en el estigma “el complejo de Superman”. En ese camino entre la inocencia y el espíritu retro, y sin olvidar las salidas de tiesto de Richard Lester, el superhéroe por antonomasia había consolidado un imaginario cuyas bases sus adaptadores prácticamente habían dado por supuestas, asumidas por el devorador pop pero trivializadas en pro de un disfrute sin sombras.

Ha tenido que ser una película caótica, imprevisible y, en cierto modo, indecisa, la que viniera a arrojar una renovada –que no infiel– mirada sobre el mito. El hombre de acero resulta fascinante en su tortuosa conciliación de visiones y texturas dominantes en el cine contemporáneo: asume la esencia grim and gritty que ha elegido DC Comics como identidad en la pantalla vía Christopher Nolan, pero resta algo de la severidad exhibicionista que infectaba la trilogía de El Caballero Oscuro; cede su aliento épico a la mano de Zack Snyder, torcedor incansable de la imagen digital en busca de puntos del punto de encuentro intermedial –el plano-secuencia que ofrece los repetidos impactos de la pelea aérea entre Superman y Zod, tan próximo a la viñeta–; e invoca, en el mismo metraje, las delicias de la space opera de genoma pulp, la dispersión narrativa propia de un mind-game film, las derivas poéticas de un Terrence Malick y el afán apocalíptico de un Roland Emmerich. El resultado es una obra de seductora heterogeneidad, que aborda una consecuente exploración psicológica de su protagonista pese a las limitaciones interpretativas de Henry Cavill, y que culmina en la tesis de un planeta necesitado de heroísmo extraordinario para levantarse sobre sus ruinas. En medio de un paisaje de destrucción, Snyder, Nolan y el guionista David S. Goyer han reformulado Superman como ese superhéroe que es, una vez más, producto de su tiempo, obligado a aceptar el lado más oscuro de su responsabilidad moral y definido en las dudas de un humano más. 

Calificación: 7/10
A favor: Su ímpetu visual. Su genoma heterogéneo y complejo.
En contra: Su incontinencia destructiva puede llegar a saturar. Las limitaciones de Henry Cavill. 
"Superman: Man of Steel" © 2011 Warner Bros. Pictures y Legendary Pictures. Todos los derechos reservados.