lunes, diciembre 28, 2009

Donde viven los monstruos



La fascinación es casi inmediata. Desde el magnífico prólogo en el que se nos presenta a Max (Max Records, en una reveladora interpretación) y su entorno, una realidad familiar no necesariamente gris, pero sí ausente de figura paterna y con una madre dispersa (breve pero estupenda Catherine Keener), que desatiende a la necesitada figura del infante. A partir de ahí, la huída hacia los particulares monstruos de la imaginación de Max ofrece varias lecturas que nunca deberían pasarse por alto: la isla de los monstruos como un lugar de escapismo, necesario punto de fuga de la imaginación; pero también la isla como lugar donde se plantean los (infinitos) problemas de la construcción de una utopía y, por ende, escenario donde el joven protagonista alcanza la dolorosísima crisis del crecer, las primeras sombras de un mundo adulto insondable y terrorífico que las bestias no quieren, no desearían personificar. Monstruos de la madurez que atesoran tanta entrañabilidad en su nostalgia de felicidad y compañía como tenebrismo en sus representaciones de la vanidad, los celos y el abandono.
 Leer crítica completa en La Butaca

martes, diciembre 22, 2009

Avatar



Lejos de suponer algún tipo de traición a las señas identitarias, Avatar supone una exponenciación de las virtudes del cineasta que hay tras la cámara: magisterio en el manejo del timing, excelencia narrativa en la transición hacia la sci-fi action más hardcore (esto es, la descomunal batalla final) y capacidad para crear personajes abrumadoramente magnéticos, aquí un coronel Quaritch (imborrable Stephen Lang) que se presume como una versión anfetamínica del mismísimo coronel Kilgore. En otro orden de cosas, frente al pulso narrativo y la avanzadilla tecnológica como virtudes máximas de James Cameron, se encuentra el excesivo subrayado del misticismo New Age que empacha el relato y que ya asomara someramente en la magnífica y a menudo infravalorada Abyss (1989). El alegato ecologista reclama empecinado una trascendencia y calado que nunca consigue, y que no eclipsa a la verdadera fuente del embelesamiento: Pandora, como sinécdoque de Avatar, Avatar como sinécdoque del cine-espectáculo cameroniano, está hecha del mismo material que los sueños; las reflexiones en off de su protagonista a propósito de estos sólo son la confirmación en voz alta.
Leer crítica completa en La Butaca

jueves, diciembre 17, 2009

Blindado



Que en los tiempos en los que el thriller se reinventa en forma y fondo aparezca un proyecto como Blindado, dispuesto a una formulación más clásica, debería ser un hecho más que plausible. Sin embargo, Nimród Antal acaba por desechar el potencial espíritu de serie B, el del thriller de segunda mano de escasas pretensiones y preferiblemente marcado por la virilidad. La exquisitez que podía esconderse tras los convencionalismos de Blindado residía en la esencia primaria ligada al subgénero (...) Pero predomina el artefacto frente a la víscera, el cliché frente a la desinhibición barriobajera. Y de ahí su fracaso. Las tripas y la testosterona quedan relegadas, y la idea de masculinidad inapelable (presupuesta, atendiendo a la carta de presentación y coordenadas del producto), risiblemente contradicha.
Leer crítica completa en La Butaca

Algo pasa en Hollywood




Algo pasa en Hollywood se intuye, desde el principio, impregnada de cierta condescendencia que impide ir más allá de la mera colleja. El paso más allá que Barry Levinson se atrevió a dar en la conclusión de Cortina de humo (1997) aquí es rectificado en favor de una versión más amable, apenas una mirada de soslayo que encuentra su metáfora más significativa en el plano final, o lo que es lo mismo, en los márgenes de la foto de Vanity Fair de los 30 productores más influyentes de Hollywood. El experimentado pero casi siempre impersonal cineasta demuestra falta de agallas y benevolencia suma (...) Ante la ausencia de vitriolo, ante la nula vocación ofensiva de Levinson aquí, Algo pasa en Hollywood se revela más dispuesta a ser más un golpecito en el codo y una sonrisa cómplice entre dos mandamases de la industria que un sangrante ejercicio de autocrítica.

martes, diciembre 15, 2009

Potemkin capitalista (a propósito de Los caballeros las prefieren rubias)

El maestro Jonathan Rosenbaum, explicando, via Roland Barthes, por qué Los caballeros las prefieren rubias es un balcón a la historia. O mejor aún: por qué la obra de Hawks es la perfecta Potemkin del capitalismo. Imprescindible.

Hawks creates a confusing yet reassuring panorama in which men who are cold fish desire to be possessed as warm objects, and women are friiendly, narcissistic predators who bring this about. If we try to determine which woman is smarter, the film offers only contradictory signals. Lorelei [Marilyn Monroe] spouts malapropisms and steals the tiara thoughtlessly, but is a brilliant strategist; Dorothy [Jean Russell] seems practical, but falls for a faceless lunk with no prospects and unconcernedly defends an amoral thief. Barthes saw CinemaScope as the vehicle for an "ideal POTEMKIN, where you could finally join hands with the insurgents, share the same light and experience the tragic [Odessa] steps in their fullest force... The balcony of History is ready." In contrast to this, he bemoaned the Mythology of THE ROBE, neglecting to note any incompatibility between one's ability to scan the latter and the rapid montage making POTEMKIN possible. Insofar as the "stretched-out frontality" of Monroe and Russell is seen only from the balcony of Mythology, the binocular vision of GENTLEMEN PREFER BLONDES is no less incomplete. Add dialectics, class struggle, and the politics of spectacle as assault -three of the linchpins of POTEMKIN- and the picture becomes fuller, more worthy of being seen from the balcony of Histoy as well: a 1950s debate on the virtues of hoarding versus sharing. The film honors both, but there's no question which finds sexier.
 Jonathan Rosenbaum, "Placing movies: The practice of film criticism", pp. 101-102



jueves, diciembre 10, 2009

Spanish movie


Lo que separa a Spanish movie de mayores glorias es, precisamente, su condición demasiado amable. Exenta de toda saña, el producto revela la consciencia colectiva de la necesidad de hacer esta película, el apoyo incondicional del gremio a las miras de la misma: las presencias de Jaume Balagueró, Paco Plaza, Álex de la Iglesia o Alejandro Amenábar apuntan en este sentido y obligan en cierto modo a rebajar la mala leche general que podría haber hecho de este un contundente ejercicio de autocrítica. Sólo dos pasajes parecen dispuestos a encender la mecha de una bomba que nunca llega a explotar: el primero, parodia de Los lunes al sol (atención a la broma, casi invisible, sobre La caja 507), se ríe sin vergüenza del ejemplo oficial “de calidad” con el equipo de Muchachada nui casi al completo y con una excelsa inclemencia a la altura del mismísimo Ben Stiller en Tropic Thunder: ¡Una guerra muy perra!; el segundo, muestra a la magnífica Alexandra Jiménez cantando Volver mientras conduce un coche a través de las calles de un pueblo manchego para atropellar en su camino a todos los clichés almodovarianos posibles.
Leer crítica completa en La Butaca

Dos canguros muy maduros



Lamentablemente, la mediocridad de la que ya hacía gala Walt Becker en Cerdos salvajes tiene su continuidad aquí: humor rebajado a situaciones que fuerzan expresamente el gag y rayanas en el ridículo (la escena en el restaurante en la que los dos protagonistas son aplaudidos como miembros de la tercera edad) y escasas justificaciones para una encadenación de escenas que apenas responden a los sucesivos caprichos de los dos retoños de los que los dos adultos se hacen cargo. Tampoco como buddy comedy destaca, exenta de referentes sólidos que la refuercen (La extraña pareja pudo ser un buen punto de partida para definir la relación entre los dos personajes principales) y repleta, en cambio, de lugares comunes de un humor más visual y facilón (los efectos psicotrópicos derivados de la ingesta de la medicación equivocada). Pero lo más irritante es comprobar como Becker se ajusta, sin oposición alguna, a los postulados de la marca Disney y se empecina en resaltar, de forma ininterrumpida, su mensaje abiertamente familiar y amable, hasta alcanzar el vergonzoso momento en el que Dan (Robin Williams) toma finalmente conciencia del camino correcto a seguir.
Leer crítica completa en La Butaca

miércoles, diciembre 02, 2009

Adventureland



Las felices coincidencias que favorece el imaginario disparado en un parque de atracciones permite comparar a un aislado experimento de vanguardia del cine español de los 30 con la última y excelente cinta de Greg Mottola: En Esencia de verbena (Ernesto Giménez Caballero, 1930) veíamos a un juguetón Ramón Gómez de la Serna colocarse entre muñecotes de tiro al blanco en una atracción de feria; en Adventureland es Joel (Martin Starr), ese nihilista pragmático, ese existencialista pagano que lee a Nikolái Gógol, quien aparca momentáneamente su convencido desencanto (estudiar lenguas eslavas y luego subsistir de trabajos basura) para colocarse entre los maniquíes de una atracción idéntica como mero divertimento con el que combatir el tedio. La mención del paralelismo nada tiene que ver con vocaciones vanguardistas de Mottola, sino más bien con la consciencia (e importancia, suma) del contexto que también existe en Adventureland: el parque de atracciones puede ser un lugar tan propicio para mosaicos sociales como para viajes iniciáticos, traducibles en probables exorcismos personales del propio autor. Si en Supersalidos (2007) ese viaje acontecía en una noche itinerante hacia la consciencia del final de la adolescencia, en el título que aquí nos ocupa es un verano el espacio de tiempo que requiere la transición hacia la adultez.
 Leer crítica completa en La Butaca

martes, diciembre 01, 2009

El baile de la victoria


El baile de la victoria es un drama con tintes de comedia, que transita entre el cine de atracos y el western andino envuelto con cierta aura de realismo mágico. Un cóctel tan pretencioso que sólo queda al alcance de unos pocos abordarlo sin perder el norte, las señas de la autoría. Fernando Trueba pone todo su empeño en que esto no ocurra, y sabe bien que la mejor manera es la de apelar constantemente a los sentimientos de la platea, ganarse al espectador con personajes forjados a base de embelesador encanto y traumático trasfondo dado por la dictadura chilena, vencer a través de postales de evocadora poesía dispuestas a ganar el corazón del espectador. Sin embargo, la poética buscada es fallida y coincide infelizmente con una desafortunada inflamación narrativa que convierte este en un producto altamente irregular, acaparador y, por cierto, poco probable candidato al Oscar®.

Leer crítica completa en La Butaca