sábado, septiembre 30, 2006

Salvador



Difícil crítica esta. Salvador es una película que deja sentimientos enfrentados, sensaciones enemistadas irreconciliablemente, y eso hace más complicado exponer los motivos de la controversia y dejar la cifra numérica que adorna la ficha técnica que prosigue a la parrafada que aquí comienza. Resulta que las referencias eran buenas, resulta que todo y todos la indicaban como la mejor opción en esta cartelera de otoño, resulta que las expectativas se elevaron demasiado y que, pese a la motivación pre-cine, el resultado vuelve a ser inferior del esperado.

Vaya por delante que Salvador me pareció una buena película. Personal, valiente y brillantemente realizada con un importante despliegue de medios que la colocan entre las producciones españolas del año y la llevaron a ser preseleccionada para los oscar (Pero Huerga no empieza con A de Amenábar o Almodóvar, se siente). Es indudable que el esfuerzo realizado es más que considerable y que el trabajo de documentación brilla en ciertos menesteres, que no en otros de los que me quejaré más adelante. Salvador es un proyecto a tener en cuenta si hablamos de franquismo en el cine, más cuando el mayor número posible de personas implicadas en la historia del último reo ejecutado de la dictadura han tomado parte en la película de Manuel Huerga. Una de sus virtudes es la de descargar (no siempre) sus imágenes del ambiente pastelón presente en producciones como Cuéntame... y se agradece el detalle. La película de Huerga se entiende mejor en la descripción (en absoluto neutral y en absoluto reprochable) de esa España joven y clandestina que soñaba con la revolución y con derrocar a Franco. Lo mejor de esa historia es que su director sabe darle brío a la cosa, ritmo calculado que rehuye el tedio mediante escenas muy bien construídas y mejor llevadas por un reparto que alcanza un nivel notable en su actuación. El mejor ejemplo lo encontramos en uno de los atracos a mano armada que el MIL desempeña para financiar su 'revolución'. Tras algún que otro chasco y trabajillo de aficionado que hemos visto antes de llegar hasta aquí, la práctica delictiva les ha dado cierta experiencia y, elegantemente vestidos de traje entran en un banco en el que se presume hay cerca de 5 millones de pesetas. La escena mira de reojo al cine tarantinesco y en concreto a su Reservoir Dogs (el atraco acaba resultando, además, igual de infructuoso), y además supone uno de los mejores momentos del film. El otro corresponde a la alargada agonía final en espera del garrote vil. Las últimas escenas en la prisión (y dejando de lado las sensibleras y casi ridículas apariciones de la hermana pequeña de Salvador) alcanzan un dramatismo lento pero intenso acentuada con una acertada banda sonora que nos hunde con parsimonia en la tragedia. En una de esas escenas asistimos a la elaboración del garrote con el desquiciante sonido de una sierra que queda de fondo y acompaña durante unos minutos a un montaje excelente en el que suceden las últimas horas de Salvador Puig Antich.

Otro punto a favor es las actuaciones variopintas y bien desempeñadas con gran profesión tanto en el caso de los protagonistas como el amplio elenco de secundarios que encontramos. Daniel Brühl vuelve a ser el de Good bye Lenin (atrás quedó la infumable Cargo) y, eficaz en su trabajo, hace que nos creamos a su Salvador. Sin embargo son Tristán Ulloa y Leonardo Sbaraglia, abogado y funcionario de prisiones respectivamente, los que rinden al más alto nivel y regalan las mejores actuaciones de la película. Ulloa hace de amigo y ángel de la guarda, obstinado en resistirse a la evidencia del fatal destino de su protegido. Sbaraglia de pobre ignorante, ladra mucho y no muerde, funcionario y hombre que vive en sus carnes la transición del odio al cariño hacia su reo (transición, por cierto, no todo lo transitoria que se desearía). La Cuca de Leonor Watling, convincente, y las apariciones de Celso Bullalgo como padre de Salvador, circunstanciales. No así la pareja de policías incorporada por Joaquim Climent y Antonio Dechent, hombres de régimen bien interpretados pero cuyos personajes están demonizados hasta el extremo. De ahí se deriva uno de los principales defectos de Salvador, de ese maniqueísmo latente y bien visible en escenas concretas (una de ellas cuando uno de eso dos policías le explica a la hermana de Salvador cómo funciona el garrote vil regodeándose en su explicación). Si bien no es lacra la marcada ideología combativa que desprende la película, sí lo es ese empeño de deshumanizar por completo al villano y convertirlo en un monstruo al que odiar, y de eso peca mucho la película de Huerga.

Maniqueísmos a parte, no se entiende como una película que consta de una estructura ordenada y se caracteriza por la exigente planificación de las escenas incluye algún que otro pasaje rápido y de montaje vertiginoso que son como piezas que no encajan en el puzzle. Entre ellos figura la rara e innecesaria escena en la que Salvador, tras saber del golpe de Estado de Pinochet en Chile, coge su moto y se lanza a las calles con una velocidad no menos exagerada que la del espantoso montaje de la propia escena, con colores cálidos y planos videocliperos metidos con calzador y sin motivo aparente. Lo mismo se podría decir la escena en el garito donde conoce a su segundo amor o las ya consabidas de la hermana pequeña ("good bye, darling"). El remate viene con los créditos finales en el que de modo muy efectivo y con la ayuda de la melancólica voz de Lluís Llach, se visualizan escenas más que simbólicas en nuestro tiempo: la revolución cubana, Martin Luther King, el 11-M, el 11-S... Una parte del público pasará por alto susodicho vídeo mientras seca sus lágrimas, pero los más atentos podrán comprobar con incomodidad no saber a ciencia cierta qué trata de decirnos Manuel Huerga. Sin nexo común, sin patrón de inclusión... ¿qué son? ¿revoluciones del mundo contemporáneo? Si es así, difícil de entender la equiparación del ataque de las torres gemelas con Martin Luther King.

Dejando atrás el confuso epílogo de Salvador, sólo queda denunciar la mentira cinéfila presente en el largometraje y motivo de irritación para los amantes de la nouvelle vague. La hermana de Salvador le cuenta la archiconocida última escena de Los 400 golpes de Truffaut, describiendo su llegada al mar como un acto de felicidad en el que, al parecer, el niño más famoso del cine francés mira a la cámara y sonríe exultante de alegría. Bien poco costaba tirar de archivo y darse cuenta de que la mirada que Antoine Doinel dirige a la cámara antes de que aparezca la palabra 'Fin' sobre él, es perturbadora, inquieta y representativa del estado de ánimo de un niño que acaba de darse cuenta de que por mucho que corra, no podrá escapar. Hasta Poncho K sabe que aquel mar bien arecía un paredón.

El balance final es el de una película interesante y de un marcado cáriz político, pero con graves defectos que le impiden ser la gran película que pudo ser. Objeto de controversia social, Salvador ha enfrentado a un sector del público conmocionado por la emotiva historia con otro enojado que la acusa de manipulación y descarada reinvención de la historia. En cualquier caso, su éxito está garantizado y mantiene en buen estado de salud al cine español.
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Salvador. España. 2006. 138'.
Director: Manuel Huerga.
Guión:Lluís Arcarazo; basado en el libro "Cuenta atrás: Historia de Salvador Puig Antich" de Francesc Escribano.
Música: Lluís Llach.
Fotografía: David Omedes.
Montaje: Aixalà y Santy Borricón.
Dirección artística:Antxón Gómez.
Vestuario: Mar Gil.
Intérpretes: Daniel Brühl (Salvador Puig Antich), Tristán Ulloa (Oriol Arau), Leonardo Sbaraglia (Jesús), Leonor Watling (Cuca), Ingrid Rubio (Margalida Bover), Celso Bugallo (Padre de Salvador), Joaquim Climent (Policía), Antonio Dechent (Policía), Carlos Fuentes (Paco), Joel Joan (Oriol), Bea Segura (Montse), Olalla Escribano (Inma Puig).
Puntuación: 6,5
Más sobre la peli...
http://www.labutaca.net/films/42/salvador.htm (sobre la peli)
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1496.html (sobre Leonor Watling)
http://link.brightcove.com/services/player/bcpid196212764?bclid=174310075&bctid=176904307 (entrevista a Manuel Huerga)
http://www.elmundo.es/metropoli/2006/09/15/cine/1158271206.html (entrevista a Daniel Brühl)
http://es.wikipedia.org/wiki/Salvador_Puig_Antich (sobre Salvador Puig Antich, el de verdad)

sábado, septiembre 23, 2006

Momentos de cine (IV): Sabotaje

El cine se identifica con iconos. Nuestra memoria visual reconoce imágenes, escenas que hacen identificar de inmediato esa película capaz de invocarnos ternura, repulsión, excitación o nerviosismo. Algunas de ellas se integran en la memoria colectiva gracias a sus particularidades, a su sofisticación técnica o al incontestable esfuerzo que implicó su filmación. Hitchcock sabía esta ley del cine y la trasladó a buena parte de su obra: Psicosis se hace inmediatamente reconocible con Janet Leigh gritando en la ducha mientras la madre de Norman la pasa por el cuchillo, pensamos en Con la muerte en los talones y lo hacemos en Cary Grant huyendo de una avioneta que intenta borrarle del mapa a base de metralla, una enorme bandada de pájaros enfurecidos atacando la tranquila villa de Bodega Bay... Lo mismo sucede con la aquí escogida. No tan mítica como las citadas en la iconografía Hitchock, Sabotaje* es una de las más intensas obras de cuantas realizó el británico. Su escena más representativa pasa, además, por ser una de las más impactantes de toda su filmografía, si no la que más.



Stevie, un inocente y simpático chaval (Hitch ya se ha encargado previamente de que nos caiga muy bien) recibe un recado del marido de su hermana, regente de un cine como tapadera para ocultar su participación en una oscura organización que perpetra actos de sabotaje. El recado no es menos sencillo que el de llevar un par de rollos de películas a un lugar de Picadilly Circus antes de la 13.30, para posteriormente ser recogidas por una segunda persona. Lo que Stevie no sabe es que las 'latas' no contienen película, sino explosivos que a las 13.45 harán 'picadillo' la popular plaza de Londres. El camino hasta dicho punto de encuentro sirve a Hitchcock para escenificar una de las mejores escenas de suspense del cine. Stevie va encontrando a su camino problemas que le hacen retrasarse en su entrega, como un vendedor ambulante que prácticamente le obliga a tomar parte de la demostración del definitivo cepillo de dientes (ni muy duro, ni muy blando) ante la divertida gente que se aglutina para observar el espectáculo. Siguiendo su caminata por Londres, Stevie se entretiene en alguna que otra tiendecita de la calle y mientrastanto, un primer plano de la nota añadida al paquete nos recuerda la fatalidad de lo que está por venir: "No lo olvide, los pájaros cantarán a las 13.45" (curiosa la insistencia de Hitch de identificar a los pájaros como animales agoreros). Primeros planos de la bomba oculta, música desquiciante in crescendo y Stevie llega a un desfile donde, embelesado, sigue perdiendo más tiempo. Contrapicado de un reloj en la calle: Las 13:00. Planos del desfile alternados con un sonriente Stevie y primeros planos cada vez más cercanos sobre la bomba. Hitchcock hace avanzar el reloj 20 minutos y da el desfile por finalizado. Stevie se da cuenta de que llega tarde y abriéndose paso entre la multitud sube un autobús típicamente londinense:

- Stevie: "¿Cree usted que llegaré a Picadilly Circus antes de las 13.30?
- Revisor: "Sí, de la 1.30 de la madrugada, ¿te has citado con alguna damisela?"

El fatalismo aumenta en el breve diálogo con el revisor. El espectador toma conciencia de que la explosión será inevitable y que será durante el trayecto en el autobús. Stevie se sienta al lado de una señora con un cariñoso perro al que Stevie acaricia, en un intento de hacer más entrañable a un niño condenado. Una música siniestra crece al tiempo que los relojes se suceden en la pantalla y los planos sobre el paquete y las latas en el asiento recuerdan la proximidad de la amenaza. Las 13.30, las 13.35... el autobús queda atrapado en un atasco, el rostro de preocupación de Stevie consciente de la tardanza. Coches, más coches y los planos del reloj y de la bomba se hacen más y más recurrentes. Nuestro protagonista se mueve nervioso en su asiento y no deja de buscar relojes que le indiquen la hora a través de la ventanilla. Finalmente, en el clímax de la partitura que escuchamos y de la escena en sí, un primer plano de un reloj que marca las 13.44, un primerísimo plano de la aguja del minutero desplazándose... y lo increíble se hace real ante nuestros ojos. La explosión destroza por completo el autobús londinense. Hitchcock ha matado al niño. Es, posiblemente, una de las manifestaciones más claras de esa perversión innata en el genial director, siempre sublimada y genuinamente escondida tras la brillantez de su cine. Pero nunca tan visible como en la escena descrita.

El propio Hitchcock reconoció tiempo después su arrepentimiento por haber matado al niño de Sabotaje. Según él, rompía así un acuerdo tácito con el público al eliminar un personaje inocente después de hacerlo simpático y adorable a los ojos del espectador. Dejando de un lado discutibles y tardíos lamentos del maestro, la escena de la bomba de Sabotaje es, 70 años después, un perfecto ejemplo de la capacidad de Hitchcock para estructurar el suspense y de manejar los sentimientos del espectador a su antojo.





* De título original Sabotage, de 1936. No confundir con Saboteur de 1942 , también de Hitchcock, que se tradujo de nuevo al español como Sabotaje.

viernes, septiembre 22, 2006

Corrupción en Miami



Larga es ya la tradición iniciada durante la segunda mitad de los 90 de adaptar a la gran pantalla viejas glorias seriadas de la televisión. No son pocas las que dieron el salto al cine, sea tirando por el suelo enormes expectativas o poniendo de manifiesto lo innecesario de su adaptación, sea para acabar con el encanto de la serie original o para darle una nueva dimensión, sea para lograr una conseguida mejora de las virtudes de aquella o pregonar a los cuatro vientos la crisis creativa de los guionistas de Hollywood. La lista de películas nacidas a partir de antiguas (o no tan antiguas, se presumen próximas adaptaciones de Los Simpsons y 24) series de televisión es ya larga y bastante familiar: El fugitivo, Los Vengadores, El Santo, Los Ángeles de Charlie, Mission Impossible, Starsky y Hutch, Los Intocables de Elliot Ness, Star Trek, Perdidos en el espacio, Expediente X... Larga enumeración de atrevimientos en el cine que, bien analizada, supone un balance más negativo que positivo.

Por tanto, muchas de ellas encomiendan su éxito a la fidelidad de sus fans o seguidores de lo que fuera su serie. No es el caso de Miami Vice y de Michael Mann. Poco tiene que ver Corrupción en Miami con aquella serie de tonos pastelones, playas, chicas siliconadas y tramas sencillas y previsibles. Es inevitable pensar en aquella Corrupción en Miami sin cierta complicidad, sin reírnos amablemente de tópicas miniaventuras de 60 minutos en las que la pareja de moda, Don Johnson y Philip Michael Thomas patrullaban con su flamante coche las peligrosas y corruptas calles de Miami. Aquella fue una leyenda de la televisión que entre 1984 y 1989 forjó un considerable ejército de seguidores que hoy nostálgicos asistirán a la revisión que, uno de los propios responsables de la serie, Michael Mann ha hecho a su medida y aparcando por completo cualquier parecido con la original. Esto no significa malo, ni decepcionante. Significa diferente, y por fortuna. Resultaría poco menos que irrisorio, además de un suicidio cinematográfico, que Mann hubiera decidido ser fiel y respetuoso con la estética ochentera para desempeñar su particular versión en nuestros días. Por tanto, los alicientes de la nueva Corrupción en Miami son otros bien distintos: comprobar que Mann sigue en plena coherencia con su estilo sobrio, desnudo, esa manera sucia de grabar cine (efectiva e inteligente al tiempo) ahora adaptada a una historia que no se apega demasiado a su arquetipo de cine. También descubrir si esta pareja protagonista, Farrell-Foxx, desprende la misma química que aquella de Johnson-Thomas o si el ritmo calmado pero intenso de su autor es capaz de funcionar con una película a la que se le presumen buenas dosis de acción. Al final, se trata de someter a examen a un Mann capaz en su día de parir una de las mejores películas de acción de los 90, Heat, sorprender con las interesantes Alí y Collateral, y maravillar con The Insider (El Dilema), una sobresaliente introspección social y mejor homenaje al buen periodismo de investigación. Un listón demasiado alto que superar.

Corrupción en Miami consigue centrar la atención del espectador de inmediato mediante una muy atractiva escena en la que se nos presenta a los dos sabuesos en el interior de una discoteca de Miami siguiendo uno de sus rastros. Inevitable recordar y establecer paralelismo con la magnífica escena de Collateral en la que Cruise y el mismo Foxx provocan el caos en una discoteca de Los Ángeles. El tramo presentación atrapa con interés a los espectadores justo hasta que los mete de lleno en la trama del narcotráfico que significará el eje único de la película. El problema llegado ese punto es, que el estilo Mann de cámara en mano, desenfoques y ángulos poco recomendables comienza a erosionar, probablemente por abuso, una historia que en sí no presenta ningún interés. Así como Heat o Collateral mostraban tramas impactantes, inmensamente atractivas, la de Corrupción en Miami nos suena a 'ya visto'. Queda por lo tanto patente que Mann debería hacer énfasis en el dramatismo, una posibilidad que bien conoce y sabe desarrollar, pero que resulta fallida con escenas repetitivas de negociaciones tensas con narcotraficantes y aún resulta más desaborida cuando llega la hora de poner en escena el romance entre Sonny (Colin Farrell) e Isabella (Gong Li) la peligrosa amante del rey del narcotráfico, Arcángel de Jesús Montoya (Luis Tosar). El tiempo que Mann dedica a mostrar la aventura amorosa entre ambos es el adecuado, pero en cualquier caso está mal aprovechado: en ocasiones bien podría parecerse a un videoclip de salsa para en otras mostrar un diálogo aburrido, insulso e incapaz de transmitir ni una sola sensación. La flacidez de la escena se asemeja a la de otras tantas que hacen de Corrupción en Miami una película altamente irregular y, sobre todo, poco interesante. No sería justo, sin embargo, negarle los méritos de los que hace gala, con un intenso epílogo en el que la esperada acción reaparece con un estupendo tiroteo, el encuentro en un campamento abandonado en Puerto Príncipe con los hombres de Montoya o esos paseos en porsche desfilando ante las palmeras de las carreteras de Miami que, al final, se acaban convirtiendo en el icono auténtico y genuino de la película.

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Queda hablar de la pareja protagonista. Cuanto menos, resulta extraña la sensación que dejan las actuaciones de Farrell y Foxx. Ambos cumplen en su papel, y Foxx mejor que Farrell como mejor actor que es. Pero como pareja protagonista dejan que desear en cuanto a la inexistencia casi absoluta de química. Sonny y Rico trabajan juntos y comparten sus problemas, pero dan la impresión de no conocerse en absoluto. La solvencia que muestran en sus papeles Farrell y Foxx no queda patente en la relación amigos-compañeros que debería existir entre las dos cabezas visibles de Corrupción en Miami, y ahí es donde bien ellos, bien Mann, fallan estrepitosamente. No se puede decir lo mismo de Gong Li que se muestra convincente como mujer letal y a la vez sensible, atrapada por el capo mafioso y del narcotráfico que es Luís Tosar. Poco se puede decir aquí del español cuando su aparición es anecdótica y limitada a unos pocos segundos de rostro sereno y cansado incapaz de infundir el miedo o respeto que se le presupondría.

Cuando los títulos finales ocupan la pantalla, uno no puede dejar de pensar en que esta adaptación de Mann sobre su propia serie no puede dejar contento a nadie. Ni aquellos que esperaran alguna semejanza con la original, ni los que esperábamos ver la progresión de un cineasta notable y su capacidad de sacar provecho de tan arriesgado proyecto. Corrupción en Miami, sin ser un desastre fílmico, denota muy poco interés, resulta sosa y se mantiene en la delgada línea roja que separa la parsimonia del aburrimiento. Unido a la poca fortuna en el uso de una banda sonora actualizada a nuestros tiempos, resultando estruendosa en momentos donde se presume innecesaria, la suma de los factores hace de ella un producto a olvidar en pocos minutos. Malos tiempos para la nostalgia.
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Miami Vice. Estados Unidos. 2006. 134'.
Director: Michael Mann.
Guión: Michael Mann; basado en la serie de televisión creada por Anthony Yerkovich.
Música: John Murphy.
Fotografía: Dion Beebe.
Montaje: William Goldenberg y Paul Rubell.
Diseño de producción: Viktor Kempster.
Vestuario: Janty Yates y Michael Kaplan.
Intérpretes: Colin Farrell (Detective Sonny Crockett), Jamie Foxx (Ricardo Tubbs), Gong Li (Isabella), Naomie Harris (Trudy Joplin), Ciarán Hinds (Fujima), Justin Theroux (Zito), Barry Shabaka Henley (Teniente Castillo), Luis Tosar (Montoya), John Ortiz (José Yero), Elizabeth Rodriguez (Gina).
Puntuación: 4
Aún más vicio...
http://www.labutaca.net/films/42/corrupcionenmiami.htm (sobre la peli)
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article3170.html (críticas de la peli)
http://www.corrupcionenmiami.uip.es/ (web oficial España)
http://www.miamivice.com/ (web oficial USA)
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/modules.php?name=News&file=article&sid=1369 (sobre Colin Farrell)
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article2233.html (sobre Jamie Foxx)
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article2132.html (sobre Michael Mann)
http://www.filmaffinity.com/es/film756444.html (sobre la serie de TV)

jueves, septiembre 14, 2006

Alatriste



"No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente". Frase, obertura de una de las obras de más renombre de la literatura contemporánea española, con nombre propio y apellido también. Alatriste, Diego Alatriste. Muchos, muchísimos lectores disfrutaron y disfrutan de las aventuras del ficticio y rentabilísimo espadachín del siglo XVII que tantas alegrías le ha merecido a su padre literario Arturo Pérez-Reverte. 10 años y 5 libros después del nacimiento del nuevo héroe y/o antihéroe español por excelencia, salta a la gran pantalla rodeado de una expectación tan grande que bien podría ahogarla desde el principio. La mayor inversión del cine español presumía una mastodóntica megaproducción a la vez que derroche visual y la sana pretensión de contentar en la medida de lo posible a la legión de seguidores de la saga. O eso parecía.

Decepción. Es la primera palabra que me aviene cuando recuerdo Alatriste. Y los motivos para afirmar tal cosa se hacen más que evidentes cuando uno ve la película. Inconexa, totalmente exenta de un argumento que enganche al espectador, deshilvanada, desprovista de una línea que seguir, y todo ello consecuencia directa de la pretenciosidad no en el hecho de adaptar Alatriste a la pantalla con un elenco de medios incontestable, sino por querer hacerlo tomando los 5 libros que forman la saga. Y eso, además de pretencioso, es poco menos que imposible. Con tanta prisa, tanto brío, Alatriste se dedica a plasmar en pantalla retazos de las novelas, de forma atropellada y sin profundidad en apenas ninguno de ellos. Los que hayan leído las páginas de Reverte se desesperarán, más si cabe, por la prisa irracional que invade la película desde el primer minuto de metraje, por el desastroso montaje cuyas consecuencias se hacen notar en la planicie de sus personajes (algo que, por otra parte, era inevitable). El resultado son buenas actuaciones, mejor reparto y mediocre desarrollo de varios de los personajes fundamentales de la novela. Si bien Viggo Mortensen parece una elección acertada para el papel y desempeña correctamente el rol imponente, sucio y orgulloso de Diego Alatriste, es más que llamativo el forzado español que sale de la boca del neoyorquino. Eduardo Noriega da el pego como el poderoso amigo de Alatriste, el Duque de Guadalmedina, con una actuación breve pero convincente. Juan Echanove inspira una sensación extraña, extravagante, mientras se enfunda ese conseguido disfraz de Francisco de Quevedo. La deseada Elena Anaya deja bastante que desear como femme fatale. Javier Cámara y Eduard Fernández con su habitual eficiencia componen, posiblemente, las dos mejores actuaciones de la película, como conde Duque de Olivares el primero y como Copons, amigo fiel de Alatriste, el segundo. Los otros, los Unax Ugalde, Ariadna Gil, Francesc Garrido pasan en mayor o menor medida desapercibidos, no así Blanca Portillo como Bocanegra protagonizando el momento chocante, pintoresco, raro, de la película. Una extravagancia que ves pasar ante tus ojos y que te deja pensando si esa ha sido o no una buena idea.

Así que revisando la labor del reparto, se presume su trabajo como más mérito propio que parte que toca al director de la orquesta, Aguistín Díaz Yanes. Alatriste le ha desbordado, y eso se desprende de la falta considerable de pulso narrativo, de los acelerones temporales sin previo aviso (un año de galeras en unos segundos), de la escasa profundidad de los personajes y de la superficialidad del retrato del marco en el que se mueven, la decadente España del siglo XVII. Pero sigue siendo pecado capital el querer entender Alatriste como una biografía y no como una película de aventuras, dejando muchas cosas en el tintero y escribiendo otras mal o muy mal. No existe hilo argumental del que tirar, a partir del cual tejer. Las telas se cruzan, entrecruzan y crean una maraña que logran que el espectador se desoriente y sea incapaz de contar el argumento a grandes trazos. Y ese, en una película de este género, es un error imperdonable.

Sin embargo, son las virtudes técnicas las que ensalzan Alatriste y no la dejan caer en la mediocridad. Asistimos a escenas que simulan auténticos cuadros, referencia a parte de Velázquez y su Rendición de Breda. Se trata de brillantes composiciones visuales donde el diseño de producción está cuidado al detalle y la iluminación calculada al milimetro. Esos frescos vivientes son lo mejor de Alatriste, y con ellos, el espectacular vestuario que desfila como si de una pasarela del siglo XVII se tratara. Las localizaciones escogidas y los decorados construidos para la ocasión justifican el titánico esfuerzo del rodaje de Alatriste y rubrican el apartado técnico con uan matrícula de honor. Nada que objetar ahí. Perfecta en la forma, deficiente en el contenido, Alatriste tiene además una muy buena banda sonora acorde a la épica de la ocasión de la que Roque Baños es responsable. Esa épica corre a cargo de espectaculares batallas y sucios duelos de espadachines, donde la sangre corre sin miramientos a base de violentos cortes y estocadas del capitán y compañía.

Suerte para Díaz Yanes que su criatura no acaba haciéndose larga a pesar de las dos horas y media de duración. Su batiburrillo no acaba de aburrir pero tampoco convence, su impecable ambientación le hace ganar muchos puntos y al final, uno se queda con una sensación amarga pero a su vez piensa que pudo ser peor. Escaso bagaje para una figura que mereció mejor suerte y menor pretensión para todas y cada una de sus aventuras. Lo mismo debió pensar Reverte al ver la película que Diego Alatriste luchando contra las tropas holandesas en el infierno de Flandes... Mejor de una en una.
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Alatriste. España. 2006. 147'.
Director: Agustín Díaz Yanes.
Guión: Agustín Díaz Yanes; basado en las novelas "Las aventuras del Capitán Alatriste" de Arturo Pérez-Reverte.
Música Roque Baños.
Fotografía: Paco Femenía.
Montaje: Pepe Salcedo.
Dirección Artística: Benjamín Fernández.
Vestuario: Francesca Sartori.
Intérpretes: Viggo Mortensen (Alatriste), Elena Anaya (Angélica de Alquézar), Javier Cámara (Conde Duque de Olivares), Jesús Castejón (Luis de Alquézar), Antonio Dechent (Garrote), Juan Echanove (Francisco de Quevedo), Eduard Fernández (Copons), Francesc Garrido (Saldaña), Ariadna Gil (María de Castro), Enrico Lo Verso (Malatesta), Cristina Marcos (Joyera), Eduardo Noriega (Duque de Guadalmedina), Blanca Portillo (Bocanegra), Unax Ugalde (Íñigo Balboa).
Puntuación: 5
Alatriste en la red...
http://www.labutaca.net/films/43/alatriste.htm (sobre la peli)
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article3166.html (sobre la peli)
http://www.capitanalatriste.com/ (página web oficial de Arturo Pérez-Reverte)
http://www.unaxugalde.tk/ (sobre Unax Ugalde)

viernes, septiembre 01, 2006

Cube



Nunca me gustaron los cubos de Rubik. Siempre me resultaron exasperantes métodos para acabar con el aburrimiento, un entretenimiento desesperante que además observaba con cierto recelo. La geometría y con ella toda su matemática intrínseca escondía tras ese cubo el inquietante misterio de sus entresijos. Un invento del diablo, lo llamarían algunos. Desconfiad del cubo.

Puestos a hacerlo más malévolo, Vicenzo Natali llegó en 1997 para reanimar el género del terror psicológico, del suspense insoportable que además genera un nuevo oscuro rincón en lo profundo te tu conciencia. Podrá gustarte más, podrá gustarte menos, pero una vez empiezas a ver Cube no puedes negar la sorpresa. Y cuando avanza un poco más la cosa, ya no puedes evitar quedar atrapado como uno más de los personajes dentro de ese maligno invento. Y no puedes evitarlo porque Cube es tan tramposa como eficaz en su planteamiento. No hilvana la trama, no la desenreda, pero sí te deja, nada más empezar, sumido en el terror más absoluto, en medio de la nada, en el interior de un laberinto que ya anuncia en el primer minuto de película la sentencia de muerte para los que de alguna manera han llegado hasta él. Alderson es el primero en indagar los entresijos y el primero en abrir una de las compuertas que dan a una de las innumerables habitaciones contiguas. Allí, ese anónimo personaje, sin ninguna trascendencia ni lugar en la trama será descuartizado milimétricamente. Es un aviso: Cube no es ninguna broma. No es ninguna sencilla regla de tres ni una ecuación de primer grado.

Con la aparición de los demás personajes, Cube pone sus cartas sobre la mesa. 6 personajes que de manera accidental pero nada casual se encuentran en medio de esa nada. Una estudiante de matemáticas de mente privilegiada, un policía, una médico, un autista, un escapista y un arquitecto. Uno ya adivina que, lejos de cualquier coincidencia, son las pistas, las piezas de un puzzle mortífero que necesitan complementarse sí o sí para hallar la salida. Todos ellos significan una utilidad, una potencial resolución al enigma, todos salvo (aparentemente) el autista. Uno de los méritos de la película de Natali es la de ir descubriendo a sus personajes poco a poco, revelando detalles significativos que nos forzarán a modificar nuestra percepción sobre ellos. Mientras tanto, sutilmente el clímax y atmósfera kafkiana de Cube van in crescendo y arañando minutos a un metraje que ha de ser necesariamente escaso para no prolongar lo inprolongable. A la vez que los personajes se descubren o mueren, conocemos nuevos datos en torno al funcionamiento del cubo, nuevas variables para acercarnos un poco más al final.

Mientras uno permanece con los ojos como platos y agarrado a su butaca o lugar de aposento, Cube tiene la virtud de conseguir desviar la atención de sus defectos latentes que pasan, principalmente, por la mediocre interpretación de actores como Maurice Dean Wint, que roza constantemente la sobreactuación. La intención nada oculta de Natali con estas exageraciones interpretativas es la de poner hincapié en el caos que nace, se desarrolla y muere con la trama. Un caos que la mayoría del tiempo se logra desde la sencillez y austeridad, desde el miedo irracional, pero que en ocasiones recurre a ciertos apoyos más bien innecesarios. El mejor terror se consigue (y bravo por Natali) en los momentos donde la claustrofobia flota en el ambiente, en los silencios insoportables de esa habitación que activa la trampa con el sonido, en los cálculos infinitos e inalcanzables con los que chocan desesperados los protagonistas en su lenta agonía.

¿Conclusión?... no hay conclusión. No la hay porque el cubo de Natali no nos la quiere dar. Ni falta que hace. Resultaría absurdo reprender Cube por su ausencia de aclaración final que nos indique el cómo, dónde, quién y porqué del cubo. Cualquier explicación nos resultaría insuficiente y quedaría muy por debajo de la expectativa generada. La esencia de la película es la esencia del terror irracional, del que nos invade en una claustrofóbica pesadilla de la que no podemos salir y de la que despertamos con sudores y respiración acelerada. Miedo, en su forma básica y más pura.
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Cube. Canadá. 1997. 90'.
Director: Vicenzo Natali.
Guión: André Bijelic, Vincenzo Natali y Graeme Manson.
Música: Mark Korven.
Montaje: John Sanders.
Fotografía: Derek Sanders.
Diseño de producción: Jasna Stefanovich.
Intérpretes: Nicole de Boer (Joan Leaven), Nicky Guadagni (Helen Holloway), David Hewlett (David Worth), Andrew Miller (Kazan), Julian Richings (Alderson), Wayne Robson (Rennes), Maurice Dean Wint (Quentin)
Puntuación: 7
Continúa explorando el cubo...
http://centros5.pntic.mec.es/ies.victoria.kent/Rincon-C/Alumnos/al-10/al-10.htm (sobre la saga Cube)
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article2296.html?topic=4 (sobre la peli)