Resulta paradójico que justo estos dias primeros de verano sean los más propicios para abandonar a tu media bitácora y dejar atrás desquicios, odios y ansiedades propios del periodo de exámenes a base de sesiones criminales de sol o algo más agradecidas de sofá. Sabes, y no inconscientemente, que tu blog te espera allí donde lo dejaste, y tarde o temprano, deberás hacerte el ánimo de ir hasta tu ordenador a prolongar la vida de tu pequeño espacio que, al fin y al cabo, algo tiene de ti. Mientrastanto, únicos culpables la desidia y el aire acondicionado, que a partes iguales me arrinconan en el más cómodo hueco frente al televisor para saldar cuentas pendientes, películas recomendadas, olvidadas y curiosidades que te pican desde hace un tiempo sin haber tenido la oportunidad de rascarte. Y entonces me acuerdo de aquella de la que quería haber hablado, y de aquella otra, y de la de más allá, y acabo llegando a la conclusión de que saldar en un nuevo post múltiple todas esas cuentas pendientes es la mejor manera de volver, sin la frente marchita pero sí hirviendo de rojo humillado color patrio. Ni están todas, ni son todas las que están, pero sí las que recuerdo con más nitidez, pasión, cariño o cabreo. Y así ya cumplo. He dicho.
De latir mi corazón se ha parado, bonito enunciado para encabezar una aún mejor película. Laureado cine francés de Jacques Audiard que cuenta una historia tan ruda como conmovedora. Música amansa fieras es el tópico que mejor la define, música que toca en su piano un desubicado y desenfrenado Tom (Romain Duris) que encontrará en ella la puerta, la esclusa y válvula de escape del sórdido y violento mundo de los trapicheos inmobiliaros en los que está envuelto. Cine duro y de entrañas, directo al estómago y sin rodeo ninguno, capaz de contar la historia de un hombre desbordado por su tiempo y su entorno, un animal suelto que se guía por sus instintos y que está magníficamente interpretado por Duris. De latir mi corazón... es intensa y poderosa, aún a costa de perder retazos de argumento en su camino, algo así como una sonata que va in crescendo hasta alcanzar su clímax para luego dejarse caer en un ritmo más sosegado que precede al intenso final. Audiard sabe dirigir muy bien esa sinfonía y lo que dice con ella no podría ser, en este caso, ni más alto, ni más claro: rudeza y sensibilidad vienen de la mano en su película y conforman un atractivo resultado que queda a la altura de las expectativas.
Puntuación: 7,5
El toque sórdido también acompaña a Factótum y a Matt Dillon en un auténtico papelón que aniquila cualquier duda sobre su capacidad interpretativa. Dillon es Chinaski y, por tanto, alter ego y espejo del difunto Charles Bukowski, poeta maldito donde los hubo. Basada en su novela homónima y en extractos de algunas de sus obras, en ella vemos deambular al poeta bebedor y vagabundo incapaz de sobrevivir más de un día a trabajos denigrantes que acaba olvidando en la barra del bar, apostando en el hipódromo o en un club de strip-tease de mala muerte. Dillon está portentoso en cada gesto, mueca, movimiento que acercan al espectador a comprender mejor la figura del poeta mediante la medida y exacta narración de Bent Harner a la que, por contra, se le puede acusar de cierta carencia de emoción en ciertos momentos. Factótum es una película llena de olores, pensamientos y reflexiones vividas y sentidas de un auténtico desgraciado que necesitaba las palabras como al aire, un alma errante que se ahoga en alcohol y que sabe que pasará por el mundo con más pena que otra cosa y al que la gloria le llegará ya muerto de hambre. El empeño por vomitar con sabor etílico las vivencias es lo que mueve a Chinaski/Dillon en cada línea que escribe, el espíritu mismo de Factótum que queda rubricado con un conmovedor mensaje de esperanza con el que acaba el film. No es la de Harner una película deprimente, pero sí tan contagiada de tristeza como de encanto y momentos dulces (la escena en la que su Jan le envuelve los genitales con esparadrapo, sin duda lo es) que dibujan una sonrisa en la cara.
Puntuación: 7
Reencontrarme con Duris esta vez fue diferente. Él andaba buscando piso por Barcelona y finalmente lo encontré en Una casa de locos. Otra de esas de las que todo el mundo te habla y se sorprende cuando aseguras no haberla visto. Deuda saldada y entretenida pero discreta película, orientada a describir la experiencia Erasmus con simpatía y cierta fidelidad. En ese sentido, Una casa de locos es una película que cae bien, que gusta y apetece ver, pero que no funciona todo lo que debiera como comedia (sólo resulta divertida en contadas ocasiones) y encuentra sus puntos fuertes, sin embargo, en su discurso multicultural. Seguir a un estudiante Erasmus en su periplo por la desconocida e inmensa Barcelona puede ser interesante en cuanto al enriquecimiento cultural al que asistimos en directo, así como los encuentros y desencuentros que le marcarán en su ruta y vida, pero queda desvirtuado en cuanto asistimos a alguna que otra escena surrealista sin mucho sentido (cuando están examinando a Xavier en la clínica) o comprobamos que, al final de la película poco o nada conocemos a muchos de los personajes que más minutos sostienen en pantalla (los compañeros de piso, a excepción de Wendy, de la que sabremos algo más). Además, su banda sonora resulta un quizá demasiado explícito ejemplo de ese espíritu de multiculturalidad que gobierna la película, capaz de hacer sonar Radiohead para luego dejar caer un super hit de Sonia y Selena. Defectos que no la hacen una película mejor y la dejan en un una curiosa incursión en el tema a la que, seguramente, se sentirán más cercanos lo que hayan vivido esa misma experiencia que el resto del público.
Puntuación: 6
El Galatasaray-Dépor quedó 1-1 y a los penaltis no me quedé. Indiferencia ante una película discreta, muy discreta, tanto que, sin ser una mala película, acaba olvidándose tanto o más rápido que muchas de aquellas que en su día te hacen maldecir la entrada que pagaste. La ficticia final de la Liga de Campeones entre el equipo gallego y el turco es la excusa para desarrollar cuatro historias que suceden el mismo día en cuatro ciudades de Europa: Estambul, Berlín, Moscú y Santiago de Compostela. Con esta premisa Hannes Stöhr trata de mostrar al público la riqueza cultural de Europa y, a su vez, lo divertido que pueden resultar los malentendidos culturales y el choque cultural. Su objetivo no va más allá y se cumple en dos o tres escenas puntuales (a destacar la brevísima intervención de Luis Tosar) pero la película no aspira a más y se queda en una propuesta tan simple que se olvida en cinco minutos. Tampoco resulta alentador el hecho de encontrar que esas cuatro historias mencionadas vienen a ser la misma historia modificada (alguien en el extranjero al que le roban o simula haber sido robado y se pone en contacto con la policía para, en consecuencia, capturar al ladrón o estafar al seguro) ni que el empeño de relacionar esas cuatro historias caiga en saco roto: el hecho de establecer una conexión a partir del partido de fútbol en cuestión no deja de ser una mera anécdota y una muestra de la poca trascendencia de esta co-producción germano-española.
Puntuación: 5
Y para el final (y en clara línea descendente) dejo Brothers of the head. Monumental paja mental de los creadores de Lost in la Mancha y película de esas que temes encontrarte en alguna de tus visitas al cine, de las que jamás de los jamases tendrías ganas de ver. El pseudo-documental ficticio de cámara en mano e imágenes chirriantes de Keith Fulton y Louis Pepe no fue, ni mucho menos, una buena elección para inaugurar el Cinema Jove de Valencia. Ya avisaban los realizadores de lo extraño que íbamos a encontrar en su película, pero no avisaban de la desesperación que podía llegar a producir. La historia extravagante de dos hermanos siameses convertidos en estrellas de rock y lanzados a una espiral de drogas, sexo y alcohol no sólo busca enfermizamente y sin éxito nuevas formas de narrar o hacer reflexionar al espectador, sino que le aburre solemnemente hasta hacerlo mirar su reloj en repetidas ocasiones. Brothers of the head se encuentra rozando el límite de la pedantería, imponiendo contínuas y repetidas fases de imágenes surrealistas que no entenderemos ni querremos entender, silencios eternos y miradas vacías. Un bodrio infumable sin apenas puntos de interés que en su búsqueda de nuevas formas narrativas y estéticas, se olvida de contar bien una historia, principio básico y universal de toda buena película que se precie.
Puntuación: 3,5