A estas alturas, no es ninguna sorpresa reconocer las contradicciones que, como en toda revolución que se precie, tuvieron lugar en el movimiento crítico de finales de los 50. La política de los autores desempeñó la bellísima tarea de la reivindicación de nombres hoy imprescindibles pero, no olvidemos, también dejó en la cuneta a cineastas tan inequívocamente personales como Henri-Georges Clouzot. A Robert Aldrich, uno de mis favoritos entre el primer grupo, el alzamiento encabezado por Sarris, Bazin y compañía le pilló en el mejor momento posible. En 1955, Aldrich había firmado El beso mortal, thriller asombroso, disparatado y capaz de construir mitologías imborrables (y destruir, al tiempo, los mitos propios del cine negro, al que pertenece) desde la primera hasta la última escena (la mujer que corre por la carretera únicamente vestida con una gabardina, al principio, y la apertura de la Caja de Pandora, al final). Tamaño atrevimiento y violación declaradísima del noir le valió el favor europeo e hizo que Aldrich fuera objeto de estudio en el número 7 de la serie de monográficos Les Grands Créateurs du Cinéma, publicada por el Belgian Club du Livre de Cinéma y en la que también estarían Bresson, Huston, Renoir o Buñuel.
El vuelo del Fénix y Los rompehuesos son dos obras más tardías de Aldrich (1965 y 1974) que podrían amenazar aquella consideración de auteur si bien, paradójicamente, contienen algunas de las señas más definitorias sobre las que se construye su cine. Ambas son películas de vocación abiertamente comercial y dejan ínfulas autorales a un lado: El vuelo del Fénix adaptaba la novela de Elleston Trevor, publicada un año antes; Los rompehuesos era una película de deportes (de fútbol americano) concebida como efugio para el gran público. Ambas contaban con una fórmula perfectamente diseñada para el éxito: películas corales con elencos de enorme carisma y no pocas estrellas, más un tema musical reciclado como otro estandarte más del producto. El vuelo del Fénix contaba con James Stewart, Peter Finch, Ernest Borgnine George Kennedy o Richard Attenborough entre su reparto, y su particular himno era la canción italiana Senza Fine, cantada por Connie Francis. En Los rompehuesos la estrella era Burt Reynolds y le acompañaban Eddie Albert y Richard Kiel, entre otros. En la banda sonora (aunque no como tema principal) sonaban los Lynyrd Skynyrd y su Saturday Night Special. Los paralelismos que mejor definen ambas películas y, en buena parte al propio Aldrich, van, sin embargo, mucho más allá de las configuraciones de repartos y bandas sonoras.
1. La mala baba. En El vuelo del Fénix un avión se estrella en medio del desierto y sus supervivientes se las ingenian para construir un planeador con el que poder escapar antes de que la escasez de agua, ellos mismos o incluso bandidos itinerantes acaben con sus vidas. En un momento dado de la película, los hombres se encuentran descansando durante la noche. Uno de ellos está mortalmente herido tras el accidente y espera su fin en una camilla. El personaje de Ernest Borgnine, por su parte, se entretiene con una radio y consigue sintonizar una emisora en la que suena música. En medio de un silencio desesperado de todos los tripulantes se escucha Senza Fine, la voz de Connie Francis cantando, en italiano, que "no hay salida". Pero eso, claro, ellos no lo saben. El hombre herido queda embelesado por la belleza de la canción y el personaje interpretado por James Stewart insta al de Borgnine a dejarle el transistor, entregándole, sin sospecharlo, un metafórico certificado de defunción. Aldrich consigue una secuencia tan hermosa como cargada de mala baba. En Los rompehuesos esa mala baba está omnipresente e impera en el dibujo de prácticamente cualquier personaje que puebla la narración: son bastardos sin gloria y sucedáneos de monstruos de serie B convertidos en héroes durante un partido de fútbol americano contra sus carceleros. Pero recordemos: antes que la gloria, antes que sentirse libres con una victoria en el terreno de juego, su primer propósito pasa por romper el máximo de huesos posibles a sus contrincantes, de ahí la afortunada traducción del título al español (desde el original The longest yard).
2. Humanismo. Y sin embargo, Aldrich es un humanista de tomo y lomo. En El vuelo del Fénix pone en escena las tensiones y los odios más insostenibles: el piloto a la antigua usanza frente al arrogante ingeniero aeronáutico alemán, el militar honorable y el subordinado cobarde, el loco y el juicioso. Empero, el director sigue creyendo en el género humano y concede el entendimiento y éxito final, sellándose este con la hermandad de los hombres supervivientes. En Los rompehuesos, claro está, esa hermandad llega vía el trabajo en equipo y la satisfacción final de la victoria de los presos sobre los guardias, pero también mediante el personaje de Burt Reynolds, un reprendido ex-jugador profesional y playboy de medio pelo que acaba encontrando su sitio en el mundo entre las paredes de la prisión, mal que le cueste una prolongación de la condena.
3. Morality play. Los personajes de Aldrich son héroes siempre discutibles, liberados de encadenamientos morales y divertidamente crueles y violentos. En El vuelo del Fénix, el ingeniero ario incorporado por Hardy Krüger considera su importancia en la mayor superior a la del resto, por lo que se ve autorizado para beber más ración agua que los demás, aún a coste de la vida de otro. En Los rompehuesos, los dilemas morales pertenecen todos a Paul Crewe (Reynolds), quien ha de optar por volver a amañar un partido como ya hiciera en el pasado o convertirse en héroe de una causa perdida. La primera opción asegura una libertad más temprana y una reincidencia en el deshonor; la segunda, más años a la sombra, pero con la aceptación de un puñado de amables perdedores.
4. Representación de la violencia. Una de las características que mejor definieron el cine de Aldrich era su representación abierta de la violencia. El suyo era un lenguaje visual sin tapujos, cuya explicitud se derivaba no tanto de una intención provocadora sino de la misma vocación de naturalidad con la que, por ejemplo, Verhoeven asume el sexo en pantalla. En El vuelo del Fénix asistimos a las terribles consecuencias de un encuentro con unos bandidos del desierto, y en Los rompehuesos, a uno de los personajes quemado vivo ante los ojos y la impotencia de sus compañeros y amigos. Esta última escena remarca, además, las insalvables diferencias de la cinta con el remake de Peter Segal, El clan de los rompehuesos (2005), que gobernada por un pudor mal disimulado, prefiere omitir la imagen con un cobarde contraplano.
En las imágenes: Fotogramas de El beso de la muerte - Copyright 1955 Parklane Pictures Inc.. Todos los derechos reservados. De El vuelo del Fénix - Copyright 1965 Associates & The Aldrich Company. Todos los derechos reservados. De Los rompehuesos - Copyright 1974 Paramount Pictures, Albert S. Ruddy Productions y Long Road Productions. Todos los derechos reservados.