martes, diciembre 27, 2005

Fresas Salvajes

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Y mira que es difícil creer. Que difícil aceptar sin reparos que un nombre pueda significar tanto para un arte y más difícil todavía llegar a entender por qué. El común de los mortales se resigna a pensar que algunos de esos nombres elegidos están lejos de sí mismo y rechazan acceder a ellos por inaccesibles cuando en verdad no son más que un espejo en el que se miran. En el momento póstumo de su obra que llega con Saraband, me inicio en Bergman con sus Fresas Salvajes para darme cuenta de que su obra no es sólo un lienzo que pinta con mano maestra, sino que es un cristal donde cualquiera puede ver su reflejo, para suerte o desgracia en algún momento de su vida.

Su maestría reside en una premisa básica: nunca nadie plasmó mejor en una pantalla las inquietudes del hombre. Es lo que hace que ver su película se convierta en una experiencia universal y a la vez temible por poder llevarnos a un profundo análisis de nosotros mismos. Cuando uno encuentra un discurso tan brillante sobre la vida y la muerte, el pasado y el presente o la felicidad y la desgracia, poco le queda más que quitarse el sombrero ante el autor y reconocerle el mérito. Posiblemente no sepa de virtuosismos técnicos, ni maneje con suma habilidad los resortes de la comedia o los engranajes de una perfecta trama, pero Bergman deja eso a otros maestros y se dedica a lograr el más perfecto cine personal, de autor, que un servidor ha conocido. Lo mejor de todo es que sea a través de una road movie, una película de carretera en la que el profesor Isak Borg, interpretado sin fisuras por Victor Sjöström inicia un viaje con su nuera que le llevará al pasado y a un autoconocimiento terrible de su propia personalidad. En realidad el viaje es a la Universidad de Lund donde será investido doctor honoris causa (Allen, ferviente admirador de Bergman retomaría un argumento muy similar en Desmontando a Harry) , pero no es más que la excusa para plantear una serie de paradas a través de los sueños y recuerdos de Borg que descubre con horror que ya está muerto mucho antes de llegar al final de su vida. El pesimismo es una conclusión fulminante de entre las reflexiones que lanza Bergman al aire (sobre todo a través del personaje del hijo de Borg), pero no es la única. Apuntes sobre la desgraciada vida matrimonial y el psicoanálisis a través de dos autostopistas, discusiones sobre Dios y el racionalismo a través de dos paletos que se pelean entre una chica necesitada de atención, o deformaciones del tiempo a través de la subjetividad son las coordenadas de Fresas Salvajes, un producto único que toca techo en la capacidad de un autor para escenificar mejor que nadie las relaciones personales y el particular universo que las rodea.

Resulta tan angustiosa como entrañable, tan psicodélica como realista y capaz de tomar temas tan dispares que no puede sino cautivar al que la mira e intenta comprenderla. El juego de espejos que se nos presenta no es más que esos objetos donde sus personajes observan su alma desnuda y consiguen hacer lo propio con el espectador, al voyeur, que experimenta en esa mirada tanta depresión como alegría y tanta dosis de realidad como del surrealismo más esperpéntico. En ese último apartado hay sitio incluso para postales familiares bergmanianas donde ese esperpento y lo extravagante campan a sus anchas con un anciano sordo escuchando a dos gemelas insoportables cantando mientras su tía controla la rectitud de hasta el último gesto de los miembros de su extensa família. Momentos deliciosos que conforman un clásico que ofrece una oportunidad en bandeja para que el espectador pare a descubrirse como lo ha hecho Borg y ser partícipe o no de sus reflexiones. Un juicio al que él mismo será sometido en uno de sus sueños en el que el veredicto le acusará de egoista e individualista.

Fresas salvajes raya la perfección y lo hace con un mosaico completo de las preocupaciones y circunstancias del ser humano. Los relojes sin manecillas o el parabrisas a ritmo de metrónomo son la metáfora de un tiempo amorfo y angustioso, la joven autoestopista Sara es una representación de la radiante juventud y el matrimonio que tiene el accidente, una patética muestra de la crueldad más arraigada al ser. Todo, hasta las fresas, tienen su sitio en una de las cumbres del cine de los 50 y el mejor ejemplo posible de como mezclar cine y alma.
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Smulltronstället. Suecia. 1957. 91'.
Director: Ingmar Bergman.
Guión: Ingmar Bergman.
Música: Erik Nordgren.
Fotografía: Gunnar Fischer.
Intérpretes: Victor Sjöström, Bibi Andersson, Ingrid Thulin, Gunnar Björnstrand, Julian Kindahl.
Puntuación: 9,5
Si os quedáis con ganas de más, pinchad por aquí...
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article2670.html (sobre la peli).
http://www.mundofree.com/cine_nordico/Ingmar_Bergman.html (sobre Ingmar Bergman).
http://www.bergmanorama.com/ (web dedicada a Ingmar Bergman).
http://www.miradas.net/clasicos/2003/0311_fresas.html (sobre la peli).
http://www.mundofree.com/cine_nordico/Victor_Sjostrom.html (sobre Victor Sjöstrom).

sábado, diciembre 24, 2005

El jardinero fiel



Se podría decir que todo arte tiene en su suerte aquellos los llamados aventajados. Alumnos que descargan sus inquietudes artísticas con rabia y talento feroces en sus primeras obras, que crean pronto un estilo que otros tardan años en consolidar. Cuando pienso en Meirelles, lo hago pensando en esa suerte de alumno que de forma tan genuina es capaz de generar obras de inspiración propia (Ciudad de Dios) para luego adaptar otras con igual destreza sin perder ese toque, esa bendición creativa que le hace ser el nuevo aventajado del cine brasileño (un cine capaz con nombres propios como Walter Salles o Eduardo Coutinho). El jardinero fiel pertenece a estas últimas, por ser sello particular de John le Carré quien, por cierto, no podría haber encontrado mejor aliado en la traducción de su obra al celuloide.

¿Y cuál es el estilo de Meirelles? La cámara en movimiento contínuo que se alterna con escenas de contemplación, de planos y secuencias impregnadas de enorme belleza que se fijan en lo íntimo de sus personajes o en vistas aéreas que enseñan lo más bello de un África que es escenario perfecto para las intenciones de denuncia de su director, como lo fuera en su día la favela Ciudad de Dios. La historia esta vez nos traslada a Kenia, donde un diplomático inglés, jardinero y abstraído de casi todo lo que le envuelve y su bella y activista esposa inician una nueva vida. En un país infestado de SIDA, grandes multinacionales farmacéuticas realizan ayuda humanitaria mediante donación de medicamentos caducados. Pronto y tras un aborto inesperado, la esposa del jardinero comenzará a tener sospechas de que alguna de esas grandes empresas está realizando con pacientes experimentos poco lícitos para probar un nuevo medicamento contra la tuberculosis que se presume la epidemia del nuevo siglo. La investigación se convierte en el centro de una narración que lejos de optar por un estilo clásico, utiliza las elipsis, saltos temporales y flashbacks como recursos preferidos. Resulta apasionante la suma Meirelles-Carré en la forma que consigue atrapar al espectador y no soltarlo hasta los títulos finales, haciendo que durante el camino sea tan partícipe de su emoción y dramatismo como consciente de la injusticia y desgracia que retrata en su trasfondo al son de la magnífica partitura de Alberto Iglesias (habitual de Amenábar) .

Es El jardinero fiel una película de una tristeza contenida inmensa, sigilosa pero poderosa en sus efectos, lo que la hace doblemente atractiva. Uno piensa tras acabarla, que ha visto una obra triste en la que la tragedia está oculta por su absorbente argumento, sólidamente consolidado con grandes actuaciones tanto en los protagonistas como en sus secundarios. Ralph Fiennes consigue dar completo crédito a un personaje complejo, absorto en sus plantas, perdido, desubicado y enamorado de una mujer fuerte e irradiante de lucha y pelea contra la injusticia que le envuelve. Una mujer magníficamente interpretada por Rachel Weisz. Sólo un encuentro con la muerte hace ser consciente a un jardinero de lo que perdió y lo que perderá en un lugar muy lejano a lo que algún día fue su acomodada casa de Londres. Su historia de amor es, posiblemente, la asignatura pendiente que queda a Meirelles en cuanto a que resulta acelerada y poco desarrollada, salvando una inolvidable escena de sexo llevada a cabo con una sensibilidad y beldad poco comunes en nuestro tiempo. Esa asignatura y un cierto abuso del preciosismo en ciertos pasajes son el único pero que impiden a este jardinero sentar magisterio.
Y sin embargo, se trata de una delicia. Una delicia triste que merece la pena ser revisada una y otra vez. Imprescindible.
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The constant gardener. Reino Unido. 2005. 129'.
Director: Fernando Meirelles.
Guión: Jeffrey Caine; basado en la novela de John Le Carré.
Música: Alberto Iglesias.
Montaje: Claire Simpson.
Fotografía: César Charlone.
Interpretación: Ralph Fiennes (Justin Quayle), Rachel Weisz (Tessa Quayle), Dany Houston (Sandy Woodrow), Bill Nighy (Sir Bernard Pellegrin), Pete Postlethwaite (Lorbeer).
Puntuación: 8
Para saber más sobre El jardinero fiel...
http://www.labutaca.net/films/34/eljardinerofiel.htm (sobre la peli).
http://www.eljardinerofiel.uip.es/ (página web oficial en España).
http://www.theconstantgardener.com/ (página web oficial).
http://www.filomusica.com/filo39/iglesias.html (sobre Alberto Iglesias).
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1551.html (sobre Ralph Fiennes).
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1550.html (sobre Rachel Weisz).
http://laventana.casa.cult.cu/modules.php?name=News&file=article&sid=2847 (entrevista a Fernando Meirelles).

miércoles, diciembre 21, 2005

Coûte que coûte



Las imágenes son en ocasiones perfectos retratos del espíritu. Siempre me ha inquietado el poder con el que la cámara atrapa el halo que envuelve a aquellos que filma y cómo puede llegar a ser una magnífica delatora de la ilusión, la desesperación, el esfuerzo, la mentira, la incomodidad, la lucha y la obstinación. El género documental que para mí siempre había sido un gran desconocido me ha demostrado en las últimas fechas que es el mejor espía de la realidad y que sabe destapar como nadie la pretenciosidad y ponerla de rodillas ante la honestidad de películas como Coûte que coûte.

Firmada por la francesa Claire Simon hace una década, el documental nos traslada hasta un entorno concreto al que apenas escaparemos durante la siguiente hora y media: una empresa de platos precocinados y por encargo a las afueras de Niza que abastece a grandes y pequeñas superficies comerciales de la zona. La empresa lleva tiempo funcionando, pero nosotros la encontramos en su peor momento, cuando la plantilla se ve reducida a cinco trabajadores que serán los protagonistas absolutos de una lucha por la supervivencia y un empeño titánico por resurgir de sus cenizas. Coûte que coûte tiene la virtud de cumplir su objetivo como retratista del día a día de una grupo de personas que intentan llevar un negocio casi hundido, donde los lazos forjados y el empeño humano por seguir adelante son sus únicas bazas. Presenta similitudes con el experimento de Jordà con Numax desde el momento en que la proximidad del abismo obliga a los pocos componentes que quedan a tomar la decisión de formar sociedad con extravagantes consecuencias que acaban sumando, por ejemplo, responsabilidades de secretario a un cocinero. Aunque en un contexto diferente, la película de Simon tiene un indudable atractivo en esa demostración de lucha vital sin caer en los teatrismos ni en las falsas casualidades, limitando su función a la observación y dejando que los personajes hablen por sí mismos. Esto a la vez que positivo significa una limitación en cuanto a que, una vez respetada esa premisa, el documental se ve por suerte o desgracia ligado en sus aspiraciones a la elección de su tema. Son los temas pequeños tan dignos como cualquier otro, pero también más fáciles de rodar y llevar a cabo, lo que deja a Coûte que coûte en un buen documento que no va más allá de ser el espejo de una pequeña parte de nuestra realidad social.

El toque de Simon, por otro lado, es mínimo y reducido a poco más que el montaje de una obra en la que recurre a la división por pequeños capítulos introducidos por una frase llamativa o relacionada con el contexto inmediato. El acabado es un compendio de situaciones del ámbito empresarial en las que personas que luchan por ganarse la vida en un rincón abandonado a su suerte por el capitalismo, reclaman el dinero que no le han pagado o bajan al bar a llamar y tomar nota de pedidos porque les han cortado el teléfono. Como este último, tropezamos una y otra vez con momentos que lejos quedan de un panorama laboral y que son entorno de una lucha con nombres propios para los que esa empresa es su vida, sus amigos y su casa a la vez que cárcel.

La esperanza es un valor a la baja al que los trabajadores de Coûte que coûte se aferran como si de lo único que supieran hacer se tratara, como si su propia cocina fuera. Es una sensación que queda tras el visionado de la película y que la directora Claire Simon sabe desarrollar sin salirse del tiesto y perfectamente consciente de las posibilidades de su documental. Y el resultado del negocio es bueno, pese a que no puedan decir lo mismo los protagonistas de su historia...
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Coûte que coûte. Francia. 1995. 90'.
Director: Claire Simon.
Puntuación: 7
De lo poco que he encontrado...

viernes, diciembre 16, 2005

King Kong

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Si la autocomplacencia fuera pecado capital Jackson sería culpable sin reservas. Sabe el director neozelandés adaptar obras mastodónticas y salir airoso de lo arduos bretes que eran las obras de Tolkien y la recuperación caprichosa de su clásico de la infancia y universal King Kong. Y como es su película, no desperdicia ocasión para recrearse y dar carta abierta a todos los excesos habidos y por haber en la pantalla: excesos de metraje (3 largas horas), excesos de efectismos, excesos de preciosismo, de gore, de digitalización... hasta un exceso de jurásico que llega a cotas insospechadas para el espectador que no va preparado. Tanto que por momentos parece convertirse en la cuarta entrega de la saga Spielbergiana en una orgía de dinosaurios de todos los tamaños y colores bien acompañados por una fauna peculiarmente desagradable.


El padre de todos los monos vuelve a impresionar al público de su tiempo como lo hiciera en 1933 de la mano de Merian C. Cooper (atención al homenaje) y Ernest B. Schoedsack,en un clásico inmortal que hoy causaría la mofa en los niños de la era digital por su aspecto rudimentario y su maqueta de monstruo más bien irrisoria. La otra gran versión y primer gran 'remake' vendría del empeño de uno de los productores más carismáticos de Hollywood, un Dino de Laurentis que en 1976 logró enamorar de nuevo a la bestia, atraída por los encantos de Jessica Lange. Huelga decir que no son las dos únicas y que han habido repetidas ocasiones para ver al montruo
en películas de escaso presupuesto, series B inauditas como Son of Kong (secuela de 1933), King Kong vs. Godzilla (1963), Tarzán y King Kong (1965), o Queen Kong (1976). Al pobre simio lo han explotado tanto que incluso circula una novela por internet en la que Kong se encarga de rescatar el Titanic con la ayuda de Cousteau y Grace Kelly... increíble pero cierto.

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Dejando rarezas de lado, Peter Jackson ha traído una nueva y espectacular revisión adaptada a los tiempos que corren, rebentada de efectos especiales que configuran un mundo asombroso que cambia el cartón piedra por los píxeles del ordenador. Lo mejor que se puede decir de Jackson es que desde su admiración mantiene intacta la historia original y lo hace devolviendo el espíritu de las viejas películas de aventuras, género ya escaso y pobre en nuestros días. La primera hora de King Kong es, además, un ejemplo magnífico de ambientación y retrato de la nueva York de los años 30, movida a ritmo de los musicales de Broadway y aterida de frío y pobreza en sus callejones. Es entonces cuando se nos presenta a sus personajes, una actriz en paro más que busca de su oportunidad (Naomi Watts en el papel de la cándida y bella Ann) y un director de cine acabado que se resiste a perder la gran oportunidad de rodar en una isla misteriosa (sorprendente Jack Black), a los que se le sumará un guionista que se convertirá en el improvisado héroe y galán (Adrien Brody). Una hora de buen cine en el que nos embarcamos con ellos en un apasionante viaje hacia la tenebrosa isla en la que espera un misterio que, a pesar de ya conocido, infunde igual temor. El problema llega tras la aparición del monstruo, cuando Jackson deja los remilgos y reparos y se desboca por completo, dejando una retahíla de escenas que igual rozan la genialidad (la ofrenda de la chica al gorila) como el más despreciable cine palomitero (la estampida de dinosaurios). Sobra minutaje y sobran escenas donde vemos a Kong luchar contra bestias hasta la extenuación (suya y nuestra), así como el clímax de la faceta gore de Jackson cuando parte de la expedición cae en las garras de desagradables criaturas subterráneas, no apto para estómagos sensibles.

Tal despliegue de alaridos, peleas y situaciones al límite no hacen sino demostrar tras dos horas de metraje, lo muy estirada que se encuentra una historia que no da para más y que su director se empeña en sobredimensionar hasta el infinito y más allá. Suerte que la mano de buen autor vuelve a aparecer hacia el final en una vuelta a la civilización mucho más emocionante y entretenida que el desmadre en Isla Calavera, culminando en la genial escena del Empire State, donde el mito vuelve a brillar por sí mismo y donde encontramos los mejores momentos de cine de esta exagerada película. Queda para el recuerdo en color la imagen del gigantesco gorila asido a la cumbre de la torre, espantando aviones a manotazos bajo el amanecer de Manhattan. Pero tres horas no justifican un producto de entretenimiento con demasiadas aspiraciones y poca historia, que logra el agotamiento por acumulación y, que al final, muy lejos queda de su original en blanco y negro.
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King Kong. Estados Unidos y Nueva Zelanda. 2005. 180'.
Dirección: Peter Jackson.
Guión: Fran Walsh, Philippa Boyens y Peter Jackson; basado en el guión original de Merian C. Cooper y Edgar Wallace.
Música: James Newton Howard.
Fotografía: Andrew Lesnie.
Montaje: Jamie Selkirk.
Puntuación: 5,5
Si te has quedado con el mono...
http://www.labutaca.net/films/34/kingkong.htm (sobre la peli).
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article2888.html (críticas de la peli).
http://www.tepasmas.com/datos.php/kingkong1933.htm (sobre la peli de 1933).
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1752.html (sobre Peter Jackson).
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1806.html (sobre Jack Black).
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1526.html (sobre Naomi Watts).
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1315.html (sobre Adrien Brody).

jueves, diciembre 08, 2005

Veinte años no es nada

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Qué duda cabe de que el documental es un género a parte. Raro, maldito, confinado, no apto para las masas, discutido, perdido en pequeñas salas, surge como la necesidad de algunos cineastas de rescatar la realidad para la memoria colectiva... o no. Antes de que Michael Moore viniera a espectacularizarlo y viciarlo con la inestimable ayuda de seguidores como Spurlock, a ninguno se le hubiera pasado por la cabeza que un documental se fuera a estrenar en un cine que tuviera más de cuatro salas. Fahrenheit 9/11 y Super Size me rompieron esta tónica que, sin embargo, sigue valiendo para la inmensa mayoría de países que realizan este tipo de producciones.
España, cómo no, es buena muestra de ello. Ya resultó meritorio que un documental como Del Roig al Blau resistiera de manera incansable y durante largo tiempo en una única sala de Valencia. Caso parecido es el de ésta 20 años no es nada de Joaquim Jordà, desterrada al Albatros (pese a una segunda posición en la Seminci) y con pocos visos de futuro que ojalá no se cumplan.

Pero no nos engañemos. Mi deseo de que se mantenga no va acorde con mi opinión respecto a su calidad. Lo veo como una necesidad de reavivar el documental en las salas españolas, en las que ahora parece asomar más la nariz con la italiana Viva Zapatero!. La película de Joaquim Jordà me resultó decepcionante y tremendamente irregular. Si algo se puede decir de ella es que funciona "a ratos" y que "a ratos" convence sin encontrar, tras casi dos horas de metraje, su sitio. Para entender su historia es preciso remontarse algo más de 20 años y volver a 1979. Por entonces, la fábrica de electrodomésticos Numax decidía cerrar sus puertas y trasladar sus plantas a Brasil con el objetivo de abaratar costes. Con tal de evitarlo, los trabajadores de la fábrica se lanzaron a la huelga y a la posterior toma del edificio, iniciando así un proceso de autogestión único en su tiempo. Conscientes de la singularidad de aquellos acontecimientos, encargaron a Joaquim Jordà la realización de un documental que a la postre se llamaría Numax presenta y en el que invertirían las últimas 600.000 pesetas de la caja. Lejos de quedar en el olvido, 26 años después Jordà decide rescatar a los protagonistas de Numax y mostrarnos qué es lo que ha sido de ellos. Antaño revolucionarios, idealistas y convencidos de la posibilidad de una sociedad mejor, vemos desfilar lo que queda de sus ilusiones y les oímos recordar aquellos tiempos con evidenciada morriña. Ahora son un taxista que aprende idiomas con cintas, una mujer recluída en los valles pirenaicos que realiza charlas con sus vecinas, una mujer mayor que confiesa su catolicismo o la viuda de un tal Juan que en su ansia por exprimir hasta la última gota de su vida se lanzó a una vida de delincuencia que le llevó a atracar el Banco Sabadell en lo que es, sin duda, uno de los pasajes más interesantes y divertidos del documental.

Pero hay en Veinte años no es nada un abuso del falso documental, de los falsos reencuentros, de las situaciones forzadas de compañeros que se vuelven a ver tras tanto tiempo o incluso de los que se ponen a rememorar tiempos pasados como si de un acto de espontaneidad se tratara. Un defecto que salta a la vista en escenas como la de la cafetería o la del tren, donde además un descuido imperdonable de Jordà rompe la continuidad del plano. Esto no ayuda en una película descompuesta e irregular, poco ordenada en sus intenciones y en su ritmo. Si por momentos parece brillar en escenas emotivas y brillantes que retratan el paso del tiempo en sus personajes de una manera sincera, es para luego desembocar en otros panfletarios y lentos que acentúan su arritmia. La bella fotografía de algunos planos, contemplativos y ocasionalmente cercanos al Calendar de Egoyan quedan descompensados con la monotonía de otros muchos. Es la falta de estructura su principal defecto y causante de su desorden latente que le hace otorgar demasiada importancia a unos testimonios en comparación con otros a los que poca atención se les presta. El conjunto no suspende, pero tampoco aporta nada nuevo y se queda, por desgracia, en las buenas intenciones.
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Veinte años no es nada. España. 2005. 117'.
Director: Joaquim Jordà.
Guión: Joaquim Jordà, Laia Manresa.
Fotografía: Carles Gusi.
Montaje: Núria Esquerra.
Puntuación: 5

martes, diciembre 06, 2005

Oliver Twist

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Gusta Polanski de recuperar clásicos para su puesta en escena. Su puesta, subrayando posesivo, visión particular de un cineasta tan versátil y prolífico en esto del cine como polémico y reprobable fuera de él. Tess y Macbeth ya atravesaron el Rubicón del particular universo polanskiano y ahora le toca el turno a un Oliver Twist harto adaptado en la pantalla en versiones de gustos a la carta. A este singular hijo de Dickens lo puso a cantar y bailar un tal Carol Reed allá por el 68 que, por entonces ya sabía del gran reserva David Lean del 1948. Dos referencias destacables de entre una veintena de adaptaciones a las que viene a sumarse ésta para su disfrute y apogeo en fechas navideñas ya en ciernes.

Lo mejor del Oliver Twist de Polanski es su enorme capacidad para transmitir la fascinante obra de Dickens sin perder un ápice de su interés. Su ritmo narrativo impecable logra atrapar al espectador desde el primer hasta el último minuto de metraje, gracias a una narración ágil que tiene su mejor arma en la potenciación de lo novelesco, de la supremacía de la obra original sobre los demás rasgos. No cae en la caricaturización ni en el realismo más duro, sino que prefiere narrarnos la aventura de Twist con aires de clásico de aventuras. La cámara no cae en excesos, con planos fijos que prefieren la recreación al dinamismo y a la hiperactividad tan dada en nuestros tiempos, dejando hablar a la historia y a sus protagonistas. No sería de otra manera cuando Polanski mima tanto a sus personajes que al acabar la proyección, uno recuerda una buena retahíla de secundarios capaces de provocar la carcajada, el desprecio, la ternura o la lástima. En ese sentido, el autor de El pianista exprime y saca lo mejor de sus actores, hasta darnos de narices con la soberbia interpretación del más aventajado, Ben Kingsley. El peso de Fagin en la película es tan grande que acaba eclipsando al supuesto protagonista, un Barney Clark cumplidor que poco puede hacer para evitarlo. Cada gesto que asoma a través de su máscara es un compendio de la avaricia y la desdicha unidas en un mismo ser, certificando una brillante caracterización que queda para el recuerdo.

El otro protagonista es el Londres del siglo XIX, una reconstrucción impresionante que cuida hasta el más mínimo detalle y que es resultado del magnífico diseño de producción de Allan Starsky. Un escenario ideal para las aspiraciones de Polanski de envolver a sus personajes bajo el cielo de una ciudad bella pero decadente, apoderada por el sensacionalismo y la injusticia social, rebentada de corrupción y peligro que pervierten a su llegada a Oliver Twist. Sólo así puede haber lugar a una reflexión sobre el abuso del poder y la tiranía que en algunos pasajes llegan hasta lo cómico (el banquete de los dueños del orfanato o el juicio dan buena cuenta de ello). Oliver es la encarnación de la ingenuidad y el desamparo que crece en una sociedad brutal y despiadada que le asesta una bofetada tras otra. Solo así ese personaje es capaz de crecer y madurar en un entorno en el que no ha lugar para toda la bondad que atesora ese niño que, finalmente se verá recompensado con la família que siempre deseó.

Al final, la sensación que queda es de completo disfrute de una película que parte de un respeto tácito hacia la obra literaria, por la que a su vez siente admiración. Polanski domina el lenguaje cinematográfico a su placer, capaz de hacer de él obras rompedoras y impactantes (La semilla del diablo) o llevar a cabo la adaptación de un clásico con una factura impecable y una profesión poco discutible.
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Oliver Twist. Reino Unido-Francia. 2005. 130'.
Director: Roman Polanski.
Guión: Ronald Harwood; basado en la novela de Charles Dickens.
Música: Rachel Porter.
Fotografía: Pawel Edelman.
Montaje: Hervé de Luze.
Intérpretes: Ben Kingsley (Fagin), Barney Clark (Oliver Twist), Jamie Foreman (Billy Sykes), Harry Eden (Artful Dodger), Leanne Rowe (Nancy), Lewis Chase (Charley Bates), Edward Hardwicke (Sr. Brownlow)
Puntuación: 7,5
Para conocer más sobre Oliver...
http://www.elcultural.es/Historico_imprimir.asp?c=15976 (entrevista a Roman Polanski)
http://www.labutaca.net/films/32/olivertwist.htm (sobre la película)
http://www.fotogramas.wanadoo.es/fotogramas/CRITICAS/10291@CRITICAS@0.html (una crítica positiva)
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article2876.html (...y una negativa)
http://www.alohacriticon.com/viajeliterario/article645.html (un repaso a algunas de las obras de Dickens adaptadas al cine)
http://olivertwist.filmax.com/ (web oficial en España)
http://www.lahiguera.net/cinemania/actores/ben_kingsley/biografia.php (sobre Ben Kingsley)
http://es.wikipedia.org/wiki/Roman_Polanski (sobre Roman Polanski)