Y mira que es difícil creer. Que difícil aceptar sin reparos que un nombre pueda significar tanto para un arte y más difícil todavía llegar a entender por qué. El común de los mortales se resigna a pensar que algunos de esos nombres elegidos están lejos de sí mismo y rechazan acceder a ellos por inaccesibles cuando en verdad no son más que un espejo en el que se miran. En el momento póstumo de su obra que llega con Saraband, me inicio en Bergman con sus Fresas Salvajes para darme cuenta de que su obra no es sólo un lienzo que pinta con mano maestra, sino que es un cristal donde cualquiera puede ver su reflejo, para suerte o desgracia en algún momento de su vida.
Su maestría reside en una premisa básica: nunca nadie plasmó mejor en una pantalla las inquietudes del hombre. Es lo que hace que ver su película se convierta en una experiencia universal y a la vez temible por poder llevarnos a un profundo análisis de nosotros mismos. Cuando uno encuentra un discurso tan brillante sobre la vida y la muerte, el pasado y el presente o la felicidad y la desgracia, poco le queda más que quitarse el sombrero ante el autor y reconocerle el mérito. Posiblemente no sepa de virtuosismos técnicos, ni maneje con suma habilidad los resortes de la comedia o los engranajes de una perfecta trama, pero Bergman deja eso a otros maestros y se dedica a lograr el más perfecto cine personal, de autor, que un servidor ha conocido. Lo mejor de todo es que sea a través de una road movie, una película de carretera en la que el profesor Isak Borg, interpretado sin fisuras por Victor Sjöström inicia un viaje con su nuera que le llevará al pasado y a un autoconocimiento terrible de su propia personalidad. En realidad el viaje es a la Universidad de Lund donde será investido doctor honoris causa (Allen, ferviente admirador de Bergman retomaría un argumento muy similar en Desmontando a Harry) , pero no es más que la excusa para plantear una serie de paradas a través de los sueños y recuerdos de Borg que descubre con horror que ya está muerto mucho antes de llegar al final de su vida. El pesimismo es una conclusión fulminante de entre las reflexiones que lanza Bergman al aire (sobre todo a través del personaje del hijo de Borg), pero no es la única. Apuntes sobre la desgraciada vida matrimonial y el psicoanálisis a través de dos autostopistas, discusiones sobre Dios y el racionalismo a través de dos paletos que se pelean entre una chica necesitada de atención, o deformaciones del tiempo a través de la subjetividad son las coordenadas de Fresas Salvajes, un producto único que toca techo en la capacidad de un autor para escenificar mejor que nadie las relaciones personales y el particular universo que las rodea.
Resulta tan angustiosa como entrañable, tan psicodélica como realista y capaz de tomar temas tan dispares que no puede sino cautivar al que la mira e intenta comprenderla. El juego de espejos que se nos presenta no es más que esos objetos donde sus personajes observan su alma desnuda y consiguen hacer lo propio con el espectador, al voyeur, que experimenta en esa mirada tanta depresión como alegría y tanta dosis de realidad como del surrealismo más esperpéntico. En ese último apartado hay sitio incluso para postales familiares bergmanianas donde ese esperpento y lo extravagante campan a sus anchas con un anciano sordo escuchando a dos gemelas insoportables cantando mientras su tía controla la rectitud de hasta el último gesto de los miembros de su extensa família. Momentos deliciosos que conforman un clásico que ofrece una oportunidad en bandeja para que el espectador pare a descubrirse como lo ha hecho Borg y ser partícipe o no de sus reflexiones. Un juicio al que él mismo será sometido en uno de sus sueños en el que el veredicto le acusará de egoista e individualista.
Fresas salvajes raya la perfección y lo hace con un mosaico completo de las preocupaciones y circunstancias del ser humano. Los relojes sin manecillas o el parabrisas a ritmo de metrónomo son la metáfora de un tiempo amorfo y angustioso, la joven autoestopista Sara es una representación de la radiante juventud y el matrimonio que tiene el accidente, una patética muestra de la crueldad más arraigada al ser. Todo, hasta las fresas, tienen su sitio en una de las cumbres del cine de los 50 y el mejor ejemplo posible de como mezclar cine y alma.
Smulltronstället. Suecia. 1957. 91'.
Director: Ingmar Bergman.
Guión: Ingmar Bergman.
Música: Erik Nordgren.
Fotografía: Gunnar Fischer.
Intérpretes: Victor Sjöström, Bibi Andersson, Ingrid Thulin, Gunnar Björnstrand, Julian Kindahl.
Puntuación: 9,5
Si os quedáis con ganas de más, pinchad por aquí...
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article2670.html (sobre la peli).
http://www.mundofree.com/cine_nordico/Ingmar_Bergman.html (sobre Ingmar Bergman).
http://www.bergmanorama.com/ (web dedicada a Ingmar Bergman).
http://www.miradas.net/clasicos/2003/0311_fresas.html (sobre la peli).
http://www.mundofree.com/cine_nordico/Victor_Sjostrom.html (sobre Victor Sjöstrom).