lunes, enero 23, 2006

Cantidades ingentes

De unos días a esta parte observo angustiado que, la velocidad con la que mi retina visiona cine queda muy lejos de la que me gustaría imprimir a mi ritmo de publicación en este blog. Es entonces cuando me doy cuenta de que la cinefagia es una cosa, y ponerse delante de un teclado a escribir un pedazo de texto con sentido es otra bien distinta. Mucho más difícil, y seguramente más polémico, pero al final más gratificante. Un servidor recuerda entonces que si escribe aquí con cierta regularidad es, precisamente, por la necesidad de compartir y discutir sobre una de sus mayores pasiones. Tranquilos, no voy a dejar caer una nueva retahíla de desesperantes confesiones. Fase superada. La cosa va de síntesis, resumenes, trozos de reflexiones y sentimientos que me dejaron algunas de esas películas perdidas en el camino que no han ocupado su sitio en cinelandia en favor de otras. Esto me pasa por devorarlas en cantidades ingentes... pero la otra opción sería dejar de hacerlo. Y no estoy por la labor.

Fascinante me resultó El viaje de Chihiro. Ni mucho menos una sorpresa. Ya venía avisado de la joya que me iba a encontrar y no es joya, sino un auténtico tesoro que se presenta capaz de romper todos los límites de la imaginación. Soy un completo ignorante del anime japonés y poco más sé de la trayectoria de Hayao Miyazaki. Pero sí fui capaz de darme cuenta hasta que punto me fascinó aquella recreación animada de un mundo de dioses y divinidades, en medio del cual se encontraba una Chihiro desconcertada, pero capaz de sobreponerse a cualquier adversidad. El viaje de Chihiro es un torrente de magia y un derroche imaginativo que desborda la pantalla que, en ningún caso, se queda en la intrascendencia o en la superficialidad. El valor de la amistad, perseguir los sueños y lo maravilloso de la infancia son temas que se dan cita en una película que empieza resultando impactante y extraña al espectador occidental, pero que acaba tornándose para ese mismo espectador en una apasionante leyenda de incontestable calidad. Resulta increíble la profundidad de sus personajes, humanos o no, en un mundo mitológico compuesto de sueños y momentos de cine auténticos y deliciosos, atractivos y oníricos. Tal vez lo mejor de la película sea comprobar como se puede llegar a la maestría en un terreno tan improbable para ello como es este. Por eso Miyazaki sabe como nadie romper todos los estereotipos y tópicos fábricados en serie por la Disney desde tiempos inmemoriales (cinematográficamente hablando), para dar una lección de cine entrañable y absolutamente descargado de pretenciosidad. Una delicia.
Puntuación: 9,5











La decepción me la llevé con Crash, de Paul Higgis. Si bien Higgis se ganó un renombre como guionista de Million Dollar Baby, tampoco hay que enterrar que antaño fue uno de los responsables de la teleserie Walker, hecha para mayor gloria de un Chuck Norris repartiendo mamporros a diestro y siniestro. Su debut en la dirección es la historia de un día en la ciudad de Los Ángeles durante el cual se cruzan las vidas de un inmigrante persa, un cerrajero también extranjero, dos delincuentes, un policía, un policía racista, el fiscal del distrito y su mujer y otras tantas almas que vagan por esa ciudad inconexa e infinita, como la definía el asesino Vincent (Tom Cruise) de Collateral, acaso un ejercicio de acción mucho más consciente y conocedor de dicha ciudad. Crash me pareció endeble, poco profunda cuando habla de sus personajes, e increíble en el mal sentido de la palabra. Las historias son tan forzadas como los lazos que las unen y algunas escenas rozan el absurdo, lo irrisorio. Un ejemplo es cuando la niña corre a interponerse entre su padre y la bala que le dispara el inmigrante persa, saliendo de la casa envuelta en un alo de luz, o la muerte de uno de los delincuentes negros a manos de un policía, tan incomprensible como absurda (atención al diálogo previo). Pero lo peor es su empecinamiento en el discurso antiracista, tan mal hilvanado y con tan poca inteligencia que acaba resultando grotesco en algunos momentos ("Madre ahora no puedo, estoy follando con una blanca"). Sin embargo, tiene unas cuantas virtudes que la salvan del naufragio. El mayor mérito de Crash es su discurso sobre la culpa y la redención que ya abordara Haggis en el escrito de Million Dollar Baby. A esto le acompañan unas cuantas escenas brillantes como la del accidente de coche en el que Thandie Newton queda atrapada, o la desgarradora en que Matt Dillon ayuda a su padre enfermo sentado en el váter. Buenos momentos de cine que, sin embargo, quedan lejos de dos maestros en esto de cruzar vidas como son Paul Thomas Anderson y Robert Altman. Puntuación: 5















Curiosidad fue lo que me despertó La noche de Halloween. Sin esta película no se entenderían ni tan si quiera existirían un gran número de posteriores productos de terror. Desde que se estrenara en 1978, su herencia ha sido indiscutible. Wes Craven y sus sucesores nos han acostumbrado a la vertiente más gore del género y ahora nos resulta casi increíble revisitar La noche de Halloween (sí, la de Michael Meyers, el asesino de la máscara de hockey) para apenas encontrarnos unas pocas gotas de sangre. Con todo, se trata de una de las mejores películas sobre la figura del voyeur, el sujeto que observa desde lo lejos, el asesino y cazador que acecha y que no veremos hasta el final de la película. Desde el inicio en que vemos el primer asesinato a través de la máscara ya intuímos que ese ejercicio de observación va a ser constante y en verdad, si bien La noche de Halloween no provoca el miedo que la hacía la película favorita de muchos adolescentes de instituto para llevar a sus respectivos ligues, hoy día sigue siendo capaz de generar la original inquietud que generaba en el espectador. Puntuación: 8

















Nostalgia de una época y lugar que no viví es lo que sentí con la tan absurda como encantadora ¡Qué noche la de aquel día!, por una vez acertada reinvención del título al español (A Hard Day's night es el original que da también nombre a una canción de sus cuatro protagonistas). La película de Richard Lester es todo un icono del pop y bandera de las llamadas pop movies. La experiencia no es sino la de pasar un día entero con los Beatles y descubrir su doble faceta gamberra y adorable en un ejercicio de propaganda para el grupo más que efectivo. Es una película de escasos méritos cinematográficos, cosa que por otro lado, en ningún momento pretende. Su guión se limita a seguir a los Beatles en sus juergas, ruedas de prensa y a meter situaciones de relleno entre canción y canción en las que el cuarteto dan rienda suelta a sus locuras. Una película que si en la actualidad se hiciera con cualquier otro grupo resultaría una broma de mal gusto (véase Spiceworld) pero que muy al contrario enamora, por que se trata de quienes se tratan y porque fascina conocer un poco más al niño grande que fue John, al carismático Paul, la inteligencia de George o el alma noble de Ringo. El recuerdo de un mito que, huelga decirlo, tiene una de las mejores bandas sonoras de la historia. Puntuación: 6











Y la rareza me la encontré en Kiss Kiss Bang Bang. El debut en la dirección de Shane Blake es original pero no rompedor, visualmente atractivo pero no deslumbrante, divertido pero no despampanante... Se ve a gusto y en principio resulta una propuesta diferente, pero al fin y al cabo acaba siendo una película más de detectives con elementos atípicos al cine negro. Resulta acelerada y demasiado condensada en la hora y media que dura para entender la compleja telaraña de asesinatos y tramas, por lo que uno al final se acaba quedando con los mejores momentos de humor negro, que los tiene y no son pocos (genial la escena de la ruleta rusa o cuando Robert Downey Jr. encuentra el cadáver en su baño). Sorprende también encontrarse con cocesiones de sus dos protagonistas al espectador, al que hablan directamente incluso para comentar aspectos de la narración, un detalle que se aprecia y gusta excepto cuando se utiliza para justificar un happy end imposible. Kilmer y Downey Jr. forman una buena pareja protagonista, con química indiscutible entre dos personajes improbables, un detective gay y un chorizo de poca monta. Sus geniales créditos iniciales y su original forma de narración son los puntos fuertes de una película que se queda a mitad camino de lo que pudo ser. Puntuación: 6

viernes, enero 20, 2006

Jarhead, el infierno espera

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Y esto es un tal Swofford que un buen día arrea con su petate y traje impecable y se presenta en las oficinas de alistamiento, no muy convencido de que aquello vaya a ser una buena idea. Su padre y su abuelo habían sido marines y el orgullo familiar es lo primero, pero es que además no hay honor mayor ni más bonito que el de servir a tu país y ayudar a los pobres kuwaitíes a los que se les echa encima ese demonio de Sadam Hussein. Pero aún así, no sabe si es una buena idea. No sospecha sin razón el chico cuando no sabe que, meses después, se encontrará en mitad del desierto de Arabia Saudí con no mayores entretenimientos que el de la masturbación (alternancia de manos para evitar el tedio), el fútbol en la arena del desierto o borracheras descomunales en días de fin de año. Número de kuwaitíes avistados: 0. Número de iraquíes avistados: 0. Número de pozos petrolíferos que defender (de los buenos amigos árabes): unos cuántos. Y que nadie los toque.

Para ser una historia en la que más bien no pasa nada, el tal Swofford le sacó una rentabilidad pasmosa cuando en 2003 la publicó en forma de un libro de memorias que rápidamente se ganó el sello de best-seller (9 semanas a la cabeza de los más vendidos) y recibió el honor titular de clásico por el The New York Times. Curioso lo de estos americanos, que de vez en cuando les hace gracia ver como se ríen de ellos, véase American Beauty. Pero es que aquel tal Mendes lo hizo tan bien y con un estilazo visual... que ahora le da por adaptar Jarhead con la misma sorna y acidez y les sigue gustando. Irak hace milagros. En el cine, digo. No sólo fueron los tres reyes que paseaban por aquel desierto en busca del oro del bigotudo, escondido en algún búnker inexpugnable. Aquel Russell sabía ser tan ácido como Mendes, pero contaba con el factor sorpresa. Los reyes eran cuatro, pero faltó Spike Jonze al mitad del camino. Los otros, Clooney, Cube y Wahlberg, no eran de los que repartían regalos y caramelos en la cabalgata, sino de los que iban a buscarlos. En el camino, una pizca de acción, otra tanta de injusticia social y unos toques de humor negro del bueno conseguían un pastel más que apetecible.

Ahora le toca el turno a los "cabeza bote", encabezaboteados por un Jake Gyllenhaal que pisa fuerte y además promete, dando vida a un Swofford exhausto, agotado de una guerra que nunca verá y en la que nunca apretará el gatillo, cansado de la mentira de una patria que en verdad le mandó a defender el oro negro, que al fin y al cabo es lo que cuenta. Aquí el que dispara es Sam Mendes, capaz de atreverse con una comedia rompedora y brutal sobre la familia media-alta, para luego meterse con esa adaptación de cómic deudora del mejor cine negro que era Camino a la Perdición. Ahora Jarhead le brinda la oportunidad de lindar con la crítica al belicismo, a la guerra de Irak y a todas las guerras en general. Divertida, pero también indigesta mofa que bien le viene a una España en últimos días caldo de cultivo de generales de circo que exaltan la patria con enfermizo fervor. La película de Mendes es tan sencilla en su argumento como ambigua en sus intenciones, criticona y cercana a la sátira, pero a veces debilitada por la exaltación del sentimiento de camaradería que, suponemos, es más de Swofford y su novela que no del director inglés. Jamie Foxx, por ejemplo, se encarga de recordar a la cámara porque le gusta ser marine en medio de un escenario dantesco, enfatizado con un u-ah que uno no puede dejar de pronunciar a modo de burla a la salida del cine. Por lo demás, se caracteriza por ser valiente y honesta en la descripción de la verdadera realidad bélica e interna de los marines en la que, al igual que se exalta el sentimiento de compañerismo, tampoco se esconde nada, hasta el punto de regodearse en la vergüenza humana en la cruel escena del hierro candente.

El regustillo American Beauty también está aquí presente en pasajes de paranoias de un protagonista que roza el delirio en escenas de impresionante factura visual a la que nos tiene acostumbrado su autor. Si bien no son tantas las oportunidades para darnos ese gustazo, la compensación viene con momentos de gran impacto y belleza en los fotogramas que componen a un Swoff contemplando enormes columnas de fuego bajo la lluvia de petróleo. "La tierra está sangrando", dice solemne. El montaje de Walter Murch, apabullante y brillante, es un aliciente más que evita el decaimiento del ritmo e imprime dinamismo a Jarhead, un retrato profundo de los soldados anónimos con actores casi anónimos (Gyllenhaal comienza a sonar ahora con Brokeback Mountain) y algún secundario de lujo como Jamie Foxx o Chris Cooper.

Todos ellos componen este inclasificable cuadro que invita a su observación, interpretación y reflexión. Thomas Newman pone la música y Kanye West se reivindica con una brillante canción original (Jesus walks with me) bien acompañada de una serie de temas clásicos que añaden a las escenas el toque de desenfado necesario que apuntalan a Jarhead como un conseguido ejercicio crítico y de entretenimiento. Una demostración de que su autor sabe desenvolverse con profesionalidad en cualquier terreno, incluso en esa nueva meca de la sátira o comedia bélica que parece ser un Irak que, por otro lado, para pocas bromas está.
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Jarhead. Estados Unidos. 2005. 123'.
Director: Sam Mendes.
Guión: William Broyles; basado en el libro de Anthony Swofford.
Música: Thomas Newman.
Montaje: Walter Murch.
Fotografía: Roger Deakins.
Intérpretes: Jake Gyllenhaal (Tony "Swoff" Swofford), Peter Sarsgaard (Allen Troy), Lucas Black (Chris Kruger), Jamie Foxx (Sargento Sykes), Chris Cooper (Teniente coronel Kazinski), Evan Jones (Fowler).
Puntuación: 7
Visita el infierno...
http://www.labutaca.net/films/37/jarhead.htm (sobre la peli).
http://www.jarhead.uip.es/ (web en español).
http://www.jarheadmovie.com/welcometothesuck.html (página web oficial).
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1710.html (sobre Sam Mendes).
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1429.html (sobre Jake Gyllenhal).
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article2233.html (sobre Jamie Foxx).

domingo, enero 08, 2006

Y tu mamá también

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El cine despierta los sentidos como un privilegiado que sabe hacernos cosquillas porque conoce nuestro punto débil, ese lugar recóndito y talón de Aquiles que toca y nos hace reír. Pero no es lo único. Sabe destrozar las ilusiones si se lo propone con sólo dar un chasquido de implacable realidad, sabe dar buenos golpes bajos que duelen de sobremanera, y sabe, sí, también sabe llevar al hombre a rebasar los límites en los que la líbido se dispara y encuentra la excitación más salvaje en imágenes concretas cargadas de obsceno erotismo entre las carnes de la Verdú.

Allí, sentada en la playa con los brazos apoyados sobre sus rodillas, deja entrever sus magníficos pechos tostándose al sol y lejos de la alteración adolescente de Tenoch y Julio, a unos cuantos metros de su compañera de viaje y polvos, dolidos y silenciosos por la negativa reciente de ella a satisfacer sus más primarios institos. El aura de erotismo que envuelve a la escena es aquella que en otra ocasión tornó a Kidman y Cruise ante un elegante espejo que reflejaba la mirada aburrida de ella mientras la voz elegante y no menos sexy de Chris Isaak cantaba aquello de Baby did a bad thing. Decenas de veces mandó repetir Kubrick una de las escenas cumbres de ese testamento cinematográfico que fue Eyes Wide Shut, aquella que lograba despertar tanta atracción y deseo como lo hizo la Lucía de Medem en esos descarados paseos por la playa que nos dejaban admirar y contemplar el cuerpo de Paz Vega sin reparos. Son todos ellos cómplices escasos de la sexualidad más opulenta en el celuloide, la que roza el límite de la pornografía y convierte el sexo, el acto, la copula en elemento imprescindible de una obra de trasfondo algo más serio.

Preliminares excesivos superados, resulta más que acertado definir la película de Alfonso Cuarón como una road movie obscena y social, un compendio de intenciones que el mexicano supo ejecutar con indiscutible profesión y que llevó a considerar a Y tu mamá también como una de las películas más importantes del cine mexicano y reseñables de principio de siglo. Tenoch y Julio, Julio y Tenoch. Dos adolescentes dando el paso hacia la adultez en pleno apogeo de su amistad y del sexo con sus respectivas novias. Ellas se marchan a Italia todo el verano y ellos deciden emprender un viaje a una playa imaginaria con la mujer del primo de uno de ellos, obviamente, con no más intención que la de tirársela. Ella, hundida y deprimida tras la ruptura con su marido no sabe que pronto se convertirá en el elemento rupturista que quebrará el particular mundo de Tenoch y Julio. No sólo porque significará la consumación de sus deseos sino porque el sexo que ella no vacila en darles y que tanto adoran ambos se convertirá en aquello que destape los secretos escondidos durante años y les enfrente a la verdadera realidad de cada uno, poniendo en serio peligro de extinción lazos que tan irrompibles parecían. En estos bretes, Gael García Bernal y Diego Luna saben cumplir con su papel de niñatos alborotados por una tormenta hormonal provocada por una Maribel Verdú madura y voluptuosa, tan capaz de agigantarla como de apaciguarla.

Y tu mamá también olvida los tapujos y se manifiesta como una celebración carnal, sin complejos y a través de un viaje que, por supuesto, servirá a sus tres protagonistas para encontrarse. Cuarón supo conectar esa premisa básica de tantas road movies con la de ser además reflejo fiel y social de la realidad de un país, México, como un mostrador de injusticias y gentes circundantes a la historia principal. México es pobreza, belleza, cultura e idiosincracia, dolor y sangre, un mosaico que rellena el trasfondo de una película que si bien puede parecer vacua a primera vista acaba siendo una película más que interesante por su mirada hacia la evolución sexualidad y sus repercusiones en la amistad y el amor hetero y homosexual. Tal vez una mirada no tan profunda ni tan social como sería deseable, pero ni mucho menos superficial y acorde con las pretensiones de la película y su autor, quien pocos aires de grandeza atesora en su cuarta obra y primera como guionista.

Se podría decir, un film que ha ganado adeptos y renombre como película adulta más allá del público que la vió como un producto erótico acompañado de una pegadiza canción de Molotov que le ayudó, junto con su correspondiente videoclip, a ganarse un huequecito en la cartelera española. Merece la pena dedicarle un rato y dejarse llevar por la excitante y llamativa historia de un Cuarón con aires de cineasta notable y serio antes de dejarse caer en las redes de Hollywood y en los hechizos del incansable (y cansino) niño mago.
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Y tu mamá también. México. 2000. 105'.
Director: Alfonso Cuarón.
Guión: Alfonso y Carlos Cuarón.
Fotografía: Emmanuel Lubezki.
Montaje: Alfonso Cuarón y Alex Rodríguez.
Interpretación: Maribel Verdú (Luisa), Gael García Bernal (Julio), Diego Luna (Tenoch), Nathan Grinberg (Manuel Huerta), Verónica Langer (María Eugenia Calles de Huerta), María Aura (Cecilia Huerta).
Puntuación: 7,5
Y más cosas también...
http://www.cineismo.com/criticas/y-tu-mama-tambien.htm (crítica de la peli).
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1825.html (sobre Gael García Bernal).
http://cinemexicano.mty.itesm.mx/estrellas/diego_luna.html (sobre Diego Luna).
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1961.html (sobre Alfonso Cuarón).
http://www.el-mundo.es/larevista/num152/textos/verdu.html (entrevista a Maribel Verdú).
http://www.cinemexicano.com/ (página web dedicada al cine mexicano).

sábado, enero 07, 2006

Dogville

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Asusta encontrar a alguien tan capaz de explorar el alma humana y hacer una radiografía tan explícita como Dogville. Ese pueblo de perros duele tras dos horas y cuarto de película dura como pocas, terrible y magistral desde el primer hasta el último minuto. Lars Von Trier es un genio absoluto con la capacidad asombrosa para el asombro en cada obra a la que pone su sello revolucionario y reinventor del séptimo arte.

Este cuento moral que un narrador de voz grave nos cuenta es, como fuera Bailar en la oscuridad, una patada en el estómago ("a una película se la debe sentir como se siente a una piedra en el zapato", dice von Trier), un golpe bajo que nos narra en un prólogo y nueve capítulos la historia de Grace (Nicole Kidman), una chica cándida y llena de inocencia que llega huyendo de unos gángsters a Dogville, una aldea de apenas 16 personas que pese a los reparos iniciales por el confuso pasado de la chica la acaban aceptando como una más. Pese a no parecer una historia especialmente original, recibimos un impacto directo desde la primera escena en la que descubrimos que von Trier, en su búsqueda de la provocación nos propone un pueblo donde no existen las paredes ni los techos sino que cada personaje vive dentro de un espacio delimitado por una línea que es su casa (por supuesto, llena de muebles). Los arbustos están dibujados en el suelo, al igual que las calles y sus nombres, y tanto las puertas como ventanas como cualquier tipo de barrera que impide ver lo que hacen sus habitantes en todo momento, es eliminada. Partiendo de esa desnudez del pueblo de Dogville, lo que va a hacer Trier es hacer lo propio con sus habitantes. Cuando en un principio parecen todo bondad, humanidad y amor por el prójimo, envueltos de un juego de luces y sombras sublime, el desarrollo de la historia hará que poco a poco la miseria humana acabe aflorando de manera descabellada y descubriendo lo que hay tras esa piel de cordero: seres humanos crueles, egoístas, orgullosos, que acaban destrozando la vida de su visitante hasta el punto de someterla a castigos denigrantes, chantajes y repetidas violaciones. A medida esa cara indeseable del hombre se va descubriendo, la luz va ocultando a esos personajes y haciéndolos menos visibles al espectador, más oscuros y, sin embargo aún merecedores del perdón de una Grace que pretende superar las adversidades a toda costa. Una ciudad de perros con un único can que significará la curiosa paradoja de un final violento y brutal, en el que el director pone en boca de Kidman y Caan un impactante discurso sobre el perdón y el castigo:


C.- Los violadores y los asesinos puede que sean víctimas según tú, pero yo los llamo perros. Y si lamen sus propios vómitos el único modo de detenerlos es con el látigo.

K.- Los perros sólo se guían por su instinto ¿por qué no íbamos a perdonarles?

C.- A los perros les podemos enseñar muchas cosas, pero no si les perdonamos cada vez que se dejan llevar por su instinto.


La preferencia por lo básico en el uso de la luz y la sombra, lo rudimentario incluso en el sonido (no oímos los disparos de los que se habla al principio de la película) hacen que toda la atención del espectador se centre en esa presentación, exploración y trágico final de la gente de Dogville. Esa atención consigue además, que no sólo nos invite von Trier a la reflexión tras los geniales créditos que cierran la película, sino durante el transcurso de ella. El análisis de cada personaje es progresivo y descubre lo peor de cada cual, provocando en algunos casos la repugnancia y el malestar, algo que no sería posible sin una dirección de actores tan brillante como a la que acostumbra el danés. Kidman demuestra que es una de las mejores actrices hoy por hoy y lo hace rodeada de estupendos secundarios entre los que destaca una leyenda viva del cine como es Lauren Bacall o un peso pesado como James Caan. Todos ellos crean una perfecta obra teatral sobre la naturaleza del ser humano que merece entrar con todos los honores en los anales del cine. Y con ella su irrepetible creador.

"Si un pueblo pudiera desaparecer para beneficiar al mundo sería este..."
Grace (Nicole Kidman).
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Dogville. Dinamarca, Suecia, Francia, Noruega, Holanda, Finlandia, Alemania, Italia, Japón, USA y Reino Unido. 2003. 133'.
Director: Lars von Trier.
Fotografía: Anthony Dod Mantle.
Montaje: Molly Marlene Stensgaard.
Diseño de producción: Peter Grant.
Intérpretes: Nicole Kidman (Grace), Harriet Andersson (Gloria), Lauren Bacall (Ma Ginger), Jean Marc-Barr (El hombre del sombrero grande), Paul Bettany (Tom Edison Jr.), Blair Brown (Sra. Henson), James Caan (El gran hombre), Patricia Clarkson (Vera), Jeremy Davies (Bill Henson), Ben Gazzara (Jack McKay), Philip Baker Hall (Tom Edison padre).
Puntuación: 10
Visita el pueblo por aquí...
http://www.labutaca.net/films/20/dogville1.htm (sobre la peli).
http://www.mundofree.com/cine_nordico/Lars_von_Trier.html (sobre Lars von Trier).
http://www.golem.es/dogville/ (página web en España).
http://www.dogville.dk/ (página web oficial).
http://www.zinema.com/textos/larsvont.htm (entrevista a Lars von Trier).
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article204.html (sobre Lauren Bacall).
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1532.html (sobre Nicole Kidman).

martes, enero 03, 2006

Malos de cine

De sobra sabe el villano, el malvado, el malo de la película que no se ganara la simpatía del espectador sin renunciar a su idiosincrásica maldad. Su último pero no menos poderoso recurso consistirá en ganarse el temor y respeto de los que osan comtemplar sus actos criminales o perversiones más inconfesables ante la pantalla de cine y, en última instancia conseguir ser más grande que el propio héroe que le condena a ser perecedero y a un probable trágico final. Infundir el terror es la más consumada de sus tácticas en la ancestral y eterna batalla entre el bien y el mal, la luz y la sombra en permamente lucha y salvo atrevimientos, conocido final.

Actores capaces de encarnar con inquietante brillantez el lado oscuro del ser humano hay pocos, como fenómenos aislados alejados de los malos por repetición o, siendo menos amables, por encasillamiento que no reparan ninguna sorpresa al que les reencuentra. Algunos de esos astros de la villanía encuentran su inspiración en papeles psicóticos, de personajes dudosamente equilibrados que un buen día se levantan con intenciones de pasar por el hacha a sus congéneres más allegados o hacer más agradable la estancia en el motel Bates tras una buena ducha. La psicopatía es un filón innegable para ellos que, sin embargo, otros prefieren dejar de lado para convertirse en sofisticados asesinos en serie que en su intelectualidad asumen el canibalismo o el castigo capital como opciones preferentes. Tipos que, en cualquier caso, no querrías cruzarte por la calle y que pueden estar bajo la piel de quien menos te lo esperas, ocultando un depredador detrás de ese aspecto sereno y distante. El retrato de un asesino no es cosa fácil de dibujar cuando algunos de esos sujetos se esconden tras una máscara o un rostro desfigurado para poder llevar a cabo sus crueles y brutales matanzas, sembrando el miedo allá por donde pasan.

Gustan de apodos extravagantes como "Cyrus el virus" o "Bill el carnicero", y son líderes naturales capaces de llegar a establecer un imperio del crimen bajo un nombre (o dos) que con sólo pronunciar producen un silencio sepulclar allá donde es proferido. Malos malísimos de muchas clases y condiciones que se hacen temer con actos de medida o incontrolada perversidad, que convierten a aspirantes en aficionados y son indomables cazadores de la nueva o vieja escuela empeñados en ser recordados y hacer que nos mordamos uñas o describamos una mueca de horror cuando se deciden a actuar ante nuestros ojos con devastadoras consecuencias. Antagonistas probables del pasado o inciertos del futuro que se instalan en las pesadillas de los niños y que son herederos indeseables del trono de un Satanás que en tantas formas se manifiesta. Tan odiosos, tan reprobables que nos repugnan y asquean cuando, en el fondo, rememoran grandes momentos de cine en los que todo su poder desencadenan antes de toparse de narices con su desgraciado punto y final.

Sólo así encuentran su sitio en un difícil estrellato lleno de héroes y nobles enemigos del mal que, si bien se empeñan en acabar con su oficio, son los primeros necesitados de ellos. Algunos laureles tendrían que cederles a esos malos de celuloide que tanta emoción y miedo han regalado a todo un arte. Este es un pequeño homenaje a todos ellos.

domingo, enero 01, 2006

Los dos lados de la cama

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Cuando se acercaban las últimas horas de 2005, mi mente le daba vueltas a cómo escribir algo especial para celebrar que cambiamos un dígito en el calendario y que el hecho no me inquieta más por mi futuro que lo que pudiera hacerlo un 3 de septiembre cualquiera. Las cosas siguen igual, porque siguen cambiando a la misma velocidad de vértigo y en trazados garabateados, pero la fecha y el propósito anulan mi... ¿capacidad creadora? y me remiten a dejarlo para cuando los turrones, cenas copiosas y demás tópicos navideños queden atrás. Mi celebración particular es la de volver a mi confesionario cinematográfico para desubicar Los dos lados de la cama en el espacio-tiempo que la convierte en mi última del año que liquidamos y la primera de mi cita con cinelandia del que entramos.

La música marcaba el ritmo, las coreografías eran parte del lenguaje con el que se expresa la obra y el humor en torno al complicado universo de las relaciones humanas, el complemento perfecto para bordar una película que como ninguna dió el salto de calidad desde la originalidad y recibió como respuesta el apoyo masivo del público. Hablo de El otro lado de la cama, claro. El cine español contrajo una deuda con Emilio Martínez-Lázaro en aquel sorprendente musical que poco menos que reinventaba el género en nuestras tierras cuando sólo sabíamos del folklore instalado desde los tiempos de Marisol y Las cosas del querer. El madrileño dejaba atrás en su filmografía productos menores como Carreteras Secundarias y se ganaba un nombre en el panorama español a costa de unos actores en estado de gracia que, si bien no cantaban o bailaban todo lo bien que uno pudiera esperar de un Gene Kelly o un Fred Astaire, resultaban enormemente cómicos al compás de algunos de los temas más patrimoniales del rock español de las últimas décadas. Con tal pelotazo en cartelera, era predecible que los Alterio, Toledo y demás volvieran tarde o temprano a ponerse bajo la batuta de Martínez-Lázaro para ofrecernos una secuela de título juguetón con las palabras que bautizaran a su predecesora.

Cuando una de las frases promocionales te dice que "nunca segundas partes fueron tan buenas" es aún más de esperar que se cumpla la sentencia más tópica de cualquier conversación sobre cine. No dejarán de haber excepciones que alteren la conocida regla y de sobra es sabido que el primer ejemplo que se utiliza para desmentirla es el de las andanzas de un jóven Vito Corleone instaurando el imperio de la mafia que heredará su hijo Michael. La epopeya coppoliana de El padrino no excusa, sin embargo, la gran mayoría de secuelas que no supieron dar la talla y en las que debería estar la comedia musical que aquí nos ocupa. La diferencia más importante respecto a la primera (y uno de los errores más frecuentes) es que se ha optado por explotar las virtudes que hicieran de El otro lado de la cama una película notable. Se cumple en consecuencia que tenemos más cantidad pero no más calidad. Más música y coreografías espectaculares, pero de intromisión más forzada y apenas un número que queda para el recuerdo como es el del duelo de parejas que tiene lugar en la escuela de baile en el ecuador de la película. El humor recurre más que nunca a los golpes de efecto típicos de la comedia y dejan la mejor parte a un Ernesto Alterio y un Alberto San Juan en estados de gracia. El primero está incomensurable dando vida a Javier, un individuo que ha alcanzado un estado de desiquilibrio emocional más que considerable tras verse plantado el día de su boda por su novia de varios años (una Verónica Sánchez igual de insulsa que siempre) para liarse con la novia de su mejor amigo Pedro (Guillermo Toledo). Alterio encarna el patetismo y la ternura con habilidad, convence, y hace reír desde su desesperación. San Juan, aunque en un papel menor (pero más agradecido), consigue la carcajada en prácticamente cualquiera de sus apariciones como el delirante, machista y excéntrico taxista que es Rafael, quien también sospecha de la infidelidad de su pareja.

Con una maraña de relaciones y encuentros entre personajes, lo peor que se puede decir de esta segunda parte es que su historia es muy inverosímil y que no sabe alcanzar una resolución, un final que ponga en su sitio a cada personaje y que acentúa la poca credibilidad y que, por supuesto, deja abierta la historia a una posible tercera entrega. Tampoco ayuda que ni Lucía Jiménez ni Verónica Sánchez sepan cumplir con su papel y consigan que nos acordemos de las deliciosas Verbeke y Vega que protagonizaran la primera. Por contra, lo mejor que se puede decir de Los dos lados de la cama son los destellos del humor brillante que debería caracterizarle, lejos del humor fácil, con una fantástica escena surrealista y absurda que es la pesadilla de Pedro o la escena de la cama en que Javier acude como un niño traumatizado a dormir con su amigo y la novia de este. La garantía de risa está presente y es síntoma inequívoco de que una comedia funciona, pero no indica a costa de qué recursos, que son los que la acaban convirtiendo en una comedia que se disfruta y no disgusta, pero que no da la talla y se queda en una más salvo por su peculiaridad musical. Como se suele decir, para pasar el rato...
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Los dos lados de la cama. España. 2005. 112'.
Director: Emilio Martínez-Lázaro.
Guión: David Serrano.
Música: Roque Baños.
Fotografía: Juan Molina.
Montaje: Fernando Pardo.
Intérpretes: Ernesto Alterio (Javier), Guillermo Toledo (Pedro), Alberto San Juan (Rafael), Verónica Sánchez (Marta), Lucía Jiménez (Raquel), María Esteve (Pilar), Secun de la Rosa (Carlos).
Puntuación: 5
Con la música a otra parte...