domingo, febrero 14, 2010

Nacidas para sufrir

Las estampas sucedidas en pantalla prueban lo bien que el cineasta le tiene tomada la temperatura a la cotidianeidad de la España rural y más de andar por casa. La introducción muestra a dos niñas preguntándose si pueden encender el televisor para ver Los Simpsons en la comida de una jornada de luto, mientras que en otra escena asistimos a un encuentro entre vecinas que se convierte en excusa para un encarnizado intercambio de puyas y poses, comentarios acostumbrados para salir del paso y estratagemas varias. Hay aquí un padrón casi al completo y un partido exquisito de las figuras que componen ese microcosmos edificado sobre la hipocresía, las malas lenguas, lo cañí y, en última instancia, lo bondadoso de sus personajes: están las malas pécoras de lenguas viperinas en la cola de la compra, pero también el cantante hortera de verbena, la maliciosa consuegra cargada de argucias, las eternamente desagradecidas sobrinas de la ciudad o la solterona ingenua y manipulable que supone el centro de la trama (Adriana Ozores). Lo que se infiere de la descripción de cada uno de ellos es una pasión y un amor tácitos de parte de Albaladejo que ponen a prueba de bombas la cohesión del riquísimo universo propuesto.
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