No será manjar de todos los paladares la propuesta que la directora argentina Lucía Puenzo ha elegido para debutar y besar el santo al llegar, a la vista de la buena colección de galardones que la cineasta argentina, hija del veterano y poco prolífico Luis Puenzo (La peste [1992], La puta y la ballena [2004]), ha recolectado a lo largo y ancho de la geografía festivalera. No lo será porque su opera prima es cine valiente con clara vocación de romper tabúes, tan lejos como nadie se atrevió a llegar, tan profundo como nadie osó indagar. Y es que XXY ya no habla únicamente de libertad sexual, albedrío en la elección de nuestro sexo, sino que asalta un nivel superior para remontarnos a la pregunta necesaria de la necesidad de la elección misma. Ahí es donde radican los fundamentos de esta su primera película, primer paso firme y decidido, declaración de intenciones de una autora que irrumpe con la imprescindible osadía del debutante aumentada, exponenciada.
XXY nos traslada a un Uruguay costeño y aislado. Allí reside Alex (Inés Efron), una adolescente hermafrodita a la que su familia decidió ocultar y proteger de una sociedad represiva y poco comprensiva con su condición. Alex se encuentra inmersa en la crisis inherente a una adolescente de su edad, con el agravante de un aislamiento que no hace sino remarcar su socialmente denominada extrañeza. El hermético mundo se ve tempranamente irrumpido cuando la madre de Inés (Valeria Bertuccelli) invita a un matrimonio amigo y su hijo Álvaro (Martín Piroyansky) a pasar unos días con ellos. Sin embargo la verdadera intención de dicha invitación, oculta a su marido Néstor (Ricardo Darín), es la de que el padre de Álvaro, cirujano de profesión, convenza a Alex para tomar una decisión en cuanto a su sexo y se someta al operatorio que finalmente la "defina".
Bajo esta simple premisa, la película de Puenzo ofrece cine que reivindica una idea y alcanza una conclusión que puede inferirse desde bien temprano, pero que debe ser confirmada por el espectador mismo a través de las actitudes, las miradas y los comportamientos de aquellos que rodean el reducido mundo de Alex. Su rechazo a seguir tomando las pastillas que aplazarán el florecimiento de las hormonas masculinas que reduzcan su pecho y aumenten su barba, es interpretado por sus mayores (principalmente por la madre de Alex, en contraste con un Néstor tratando de comprender sin comprender) como la reacción rebelde de una adolescente indispuesta a acatar sus órdenes y apremiaciones. Pero la paradoja reside en que son estos, y no la propia Alex, los que deben madurar, aprender algo en esta fábula bella y sobria que nos hace entender que nadie necesita saber (o nadie debería necesitar saber) acerca del sexo de los ángeles, pues son estos las criaturas más bellas las que vuelan por encima de las ambigüedades impuestas y no entendidas, los tabúes más bajos y el sexo forzosamente elegido.
XXY reivindica, a través de un personaje andrógino y complejo, no exento de tormentos y dudas, no sólo la abierta libertad sexual del individuo, sino la no necesidad de la elección misma, la aceptación en cualquier condición y estado sin ambages ni represiones. Una frontera que aún queda lejos incluso en las sociedades más aisladas, como en la que contextualiza su relato Puenzo: un pequeño y bello reducto de paisajes despojados y desnudos que tampoco está exento de la intransigencia y la barbarie, remarcada en la dolorosa escena de la violación en la playa. Puenzo carga la escena de combinada violencia sexual y mofa de los agresores, y muestra el acto sin adoptar la posición de juez, sino de el autor que ofrece su retrato más crudo, hostil a la mirada del espectador por la naturaleza reprobable del acto en sí y no tanto por los tonos ni formas en las que el autor los ha retratado. Inés Efron, reveladora en su magnífica actuación que sobresale incluso por encima del siempre impecable Darín, alcanza el cenit de su interpretación tras ser rescatada de sus agresores por su amigo, en la consumación del trauma y su rostro ido de dolor, su rechazo al contacto físico siquiera afectivo.
Es culpable pues, Inés Efron, de que la opera prima de Lucía Puenzo triunfe en sus valientes propósitos de dinamitar los tabúes de la sexualidad en general y la androginia en particular. Su discurso es pretendidamente sobrio, agreste y áspero, aunque no exento de una belleza que alcanza su cota más elevada en aquella escena en la que Alex flota, casi desnuda (pese a la explicitud de varias escenas, nunca se nos muestran sus órganos genitales) en silenciosa paz sobre el agua. Es también su narrativa escasa en meandros, parca en palabras y en la cuál la profundidad de sus personajes resulta excesivamente dependiente de sus miradas, sus gestos, de lo que su autora da por inferido de los mismos. Esto acaba por tornarse en su mayor handicap, dando con una narración primariamente aferrada a una idea, un propósito que alcanza pero en el que no ahonda, quedándose en la reivindicación y no en la exploración. La morosidad acaba adueñándose de la misma y sus personajes resultan roles ejecutados con corrección, pero al final desconocidos para el espectador (si bien Alex es la excepción) de los que no sabemos más allá de su postura en todo esto o rasgos demasiado generales para reclamar nuestra atención (la insegura sexualidad de Álvaro o la disimulada prepotencia de su padre).
Valentía y sobriedad son las señas de identidad del debut cinematográfico de Lucía Puenzo. XXY es una opera prima necesaria en sus reivindicaciones (y ojalá no lo fueran), comprometida con su mensaje que se pretende axioma elaborado de lenguaje sencillo y la quimérica búsqueda de la pureza que quiere corresponder al sexo de Alex. Cualidades, las de XXY, que hacen de Puenzo una prometedora autora a seguir en un futuro que esperemos, corrobore dichas cualidades en pos de un honroso apellido para el cine argentino.
XXY. Argentina, España y Francia. 2007. 91'.
Dirección: Lucía Puenzo.
Guión: Lucía Puenzo; basado en un cuento de Sergio Bizzio.
Música: Andrés Goldstein y Daniel Tarrab.
Fotografía: Natasha Braier.
Montaje: Alex Zito y Hugo Primero.
Dirección artística: Roberto Samuelle.
Vestuario: Manuel Morales y Luisina Troncoso.
Producción: Luis Puenzo y José María Morales.
Intérpretes: Ricardo Darín (Kraken), Inés Efron (Alex), Martín Piroyanski (Álvaro), Germán Palacios (Ramiro), Valeria Bertuccelli (Suli), Carolina Peleretti (Erika), Luciano Nobile (Vando), César Troncoso (Washington), Jean Pierre Reguerraz (Esteban), Ailín Salas (Roberta), Lucas Escariz (Saúl).
Puntuación: 7
XXY en la red...
http://www.xxylapelicula.puenzo.com/main.html (web oficial)
http://www.miradas.net/2008/n70/criticas/xxy.html (crítica en Miradas)
http://www.elmundo.es/metropoli/2008/01/09/cine/1199876511.html (entrevista a Lucía Puenzo)
http://www.clarin.com/diario/2007/06/09/espectaculos/c-01211.htm (entrevista a Efron, Darín y Piroyanski)
http://es.wikipedia.org/wiki/Ricardo_Dar%C3%ADn (sobre Ricardo Darín)
3 comentarios:
Acabo de descubrir el blog, pero ya está de cabeza en mi lista de feeds para leer con impaciencia cada novedad. Un buen descubrimiento.
Muchas gracias. Yo ya he estado explorando su blog desde que lo descubrí gracias al post de J.P. Bango, y también me resultó un grato descubrimiento. Bienvenido.
Estuve a punto de verla hace unos meses, pero al final me decanté por "Siete mesas de billar francés", que me encantó. Lástima que el cine argentino no tenga mayor difusión en nuestro país. En todo caso hay que fiarse del criterio de Darín a la hora de escoger las películas en las que participa (aún no me he topado con alguna que sea no ya mala, sino ni siquiera mediocre).
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