Si Donnie Darko se ha consolidado como clásico de culto es por muchas razones largamente enumeradas y discutidas. Dejando a un lado tanto cuestiones estéticas y narrativas como ese enorme aluvión interpretativo propiciado a raíz de una trama pródiga en paradojas temporales y universos conectados por agujeros de gusano, una de las virtudes que la encumbraron en su condición cult fue un uso memorable de la música. Memorable porque la de Richard Kelly es una de esas películas que graban a fuego en la memoria asociaciones de sonidos e imágenes, firmadas con la privilegiada pericia de aquel que sabe escoger el motivo sonoro que termina por desbordar un sentimiento esquizofrénico, o aquel que traspasa el terreno de la emoción sin necesidad de impostura.
The killing moon de Echo and the Bunnymen abre ese inicio del que tanto y tanto se ha hablado. Donnie despierta en el camino de una montaña, junto a su bicicleta. Mira el paisaje, sonríe, y el título da paso a los primeros compases del clásico de los Echo. Nuestro protagonista llega hasta su casa en un vecindario de clase media-alta à la American beauty, y su familia nos es presentada a base de slow motion y dejando que música e imagen hablen, expresen per se algunos rasgos definitorios de cada personaje, desde un padre que bromea con su hija a una madre que lee It, de Stephen King.
Kelly vuelve a juguetear con música e imagen (aquí a distintos ritmos) en otra escena-presentación, en esta ocasión la del instituto de Donnie Darko. Brillante coreografía de los tipos a encontrar en la jungla de la high school, vemos niñas que ensayan un baile, el matón de turno que lanza una mueca amenazante y ridícula a Darko para luego prodigar su más falsa sonrisa a la estirada Kitty Farmer, o el vigilante rostro que el director pasea por los pasillos. El perfecto acompañamiento musical lo ponen Tears for fears y su Head over heels, otra delicia ochentera para la ocasión.
Menos perceptible pero extraordinariamente climático resulta el motivo sonoro de Manipulated living en la escena en la que Darko humilla al falso predicador interpretado por Patrick Swayze. Pese a que suena en más de una ocasión a lo largo del filme, el tema que compusiera Michael Andrews consigue ser aquí más desquiciante, nervioso y alienante que nunca.
El énfasis para la inquietante escena en el cine se llama Ave Maria y es obra de Giulio Caccini y Paul Pritchard. Un subrayado terrorífico y dramático a partes iguales, tejido con voces lúgubres que sugieren la cercanía del otro mundo (o, en este caso, del otro universo, representado en la aparición de Frank). Mientras Frank y Donnie hablan, los hitos ochenteros siguen frecuentando la pantalla, y comprobamos que una de las películas proyectadas en esa sesión de Halloween es nada menos que Posesión infernal.
La fiesta que supone el preludio a la conclusión disfruta de un momento en el que amor y tragedia se funden en un beso. Love will tear us apart de Joy Division es, sin duda, la puntuación que ese instante precisa. Para certificar la llegada del “día”, agujeros de gusano e indicaciones de Frank, Under the milky way, de The Church.
Mad world es el que pone la puntilla, la culminación del destino de Donnie Darko. Una versión que Gary Jules realizó sobre la canción de Tears for fears, balada cargada de emotividad para unos últimos minutos repletos de dudas y confusas paradojas espacio-temporales.
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