martes, mayo 18, 2010

Two lovers

Hallamos en la película de James Gray dualidades entre el trabajo dado (la tintorería familiar) y el soñado (la fotografía), el camino recto entregado por la tradición y el tortuoso que demanda caros peajes hacia la felicidad. No es, empero, Two lovers un ejercicio meramente entregado a enfrentamientos clásicos y formalismos varios, sino uno ejemplar de la extraordinaria capacidad de su autor para moverse entre un confeso gusto por el simbolismo (los guantes regalados al protagonista) y acuosas, grises atmósferas eventualmente impregnadas de cámara en mano que acercan la imagen a las sensaciones de una existencia a la deriva. Tampoco supone, la cinta que aquí nos ocupa, ruptura respecto a una reiteración temática que vuelve a insistir en el hijo pródigo y la fatalidad inherente a su retorno como pilar maestro de la trama, si bien los resultados son sustancialmente distintos: en Cuestión de sanre (1994) ese regreso se saldaba con el contagio de la tragedia, en La noche es nuestra (2007) desembocaba en una poderosa reafirmación más allá de cualquier conclusión moral, y en Two lovers da con una decisión altamente inestable y desasosegante.
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