jueves, mayo 01, 2008

Chinatown



Corrían los 70. Eran tiempos de moteros tranquilos y toros salvajes, de un Hollywood reinventándose a sí mismo y un puñado de autores reclamando el reconocimiento de un cine destinado a redefinir los géneros bajo los nuevos términos que exigía el post-clasicismo que les había tocado vivir. El cine-espectáculo, el nuevo Hollywood de Spielberg (Encuentros en la tercera fase [Close encounters of the third kind, 1977], Tiburón [Jaws, 1975]), Donner (Superman, 1978) y Lucas (La guerra de las galaxias [Star Wars, George Lucas, 1977]) definía el blockbuster en paralelo a un puñado de autores que forjarían sus obras más poderosas, personales miradas y brillantes revisiones del género que hicieron suya una década: ese excepcional Coppola que nunca volvería a ser el cineasta que fue entonces, responsable de las dos primeras partes de El Padrino (The Godfather, parts I and II, 1972 y 1974), La Conversación (The Conversation, 1974) y Apocalypse Now (1979); Peter Bogdanovich, un nostálgico pariendo una nostálgica obra maestra llamada La última película (The last picture show, 1971); Scorsese, nunca tan inspirado como en Malas Calles (Mean streets, 1973), Taxi Driver (1976) y Toro Salvaje (1980)...
Entre este segundo grupo de cineastas, sólo Roman Polanski tendría el talento y la osadía de incorporar su nombre a tan ilustre lista contando una vieja historia de cine negro en color. De redefinir bajo sus condiciones una historia de los 30 en los 70, con su detective privado a lo Marlowe, a lo Spade, su femme fatale y el inmoral, corrupto antagonista.

Chinatown (Roman Polanski, 1974) tiene la maravillosa cualidad de cumplir con las directrices del género al tiempo que resultar enormemente personal e introducir las suficientes variantes para hacer de ella una revisión magistral e intachable del cine negro. La historia, inspirada en un foto-ensayo del mismísimo Raymond Chandler para la revista New West, comienza como tantas otras obras cumbres del género comienzan: imaginen un despacho con persianas venecianas, un ventilador girando y un escritorio de madera. Cambien a Bogart por Nicholson y el clásico blanco y negro por un cierto tono sepia. La historia arranca con la visita de una mujer que sospecha que su marido le es infiel. Jake Gittes (Nicholson) resta importancia al problema y aconseja a la mujer dejar pasar el asunto, pero ante la insistencia de ella acaba aceptando el encargo: el pistoletazo de salida ha sido dado; la inofensiva problemática inicial que oculta una monstruosa red de corrupción y asesinato, propuesta. La historia que nos es narrada en Chinatown sigue religiosamente los pasos que otras predecesoras (El halcón maltés [The maltese falcon, John Huston, 1941], sería una de ellas) y lo hace sobre un trasfondo político-social que raramente viéramos en aquellas mismas predecesoras: la trama de corrupción en torno a la compañía de agua en el valle de San Fernando (California) durante los años 20. Esta subtrama (una obsesión más particular del guionista Robert Towne que del propio Polanski o del productor Bob Evans) otorga un doble interés a la película de Polanski, pero quedará relegada en cuanto la trama principal descubra el asesinato del presidente de la compañía y el interés se desvíe hacia la mujer de este, la fatal Evelyn (Faye Dunaway) y su asquerosamente rico y poderoso padre Noah Cross (no por casualidad, John Huston, indiscutible maestro del cine negro). Llegados a un punto de la película, una enfermiza revelación da al traste con todas las convenciones y tabúes que pudieran corresponder a una clásica cinta de cine negro y alarga la sombra de Polanski hasta un final pesimista que culmina con la desesperanzadora e imborrable frase: "Olvídalo Jake. Es Chinatown."



La huella de la autoría del director polaco puede ser rastreada hasta en el mismo título: Chinatown ni siquiera es el sitio físico donde se dan los acontecimientos. Se trata de un estado mental, el pasado al que Gittes no quiere volver, que renuncia a rememorar, del que nunca conoceremos detalle alguno. La única pista que se nos otorga es que en Chinatown, Gittes quiso ayudar a alguien que acabó resultado dañado por su intervención. Y algo nos dice que la historia puede repetirse, que en la película de Polanski no sólo se respira el humo del cigarro, sino también cierto aroma a fatalismo. Algo nos dice también, que Chinatown no sólo pertenece a Gittes sino también al turbio pasado del director, y que sea esa conexión con su particular Marlowe, su particular Spade, la que confiere al personaje de Nicholson, brillantemente interpretado, un aura única. Para asegurarse de que quede en nuestra memoria, será el mismo Polanski el que aparezca en escena unos segundos para tajarle la nariz a Gittes (presumiblemente, para que deje de "husmear"), y que sea su aparatoso vendaje en la nariz (amén de la indispensable arrogancia que se le exige al personaje) aquel con el que quede grotescamente identificado. Hasta Chinatown, el detective-héroe nunca era desfigurado, la mujer fatal de la película solía ser justamente castigada (Mary Astor en El halcón maltés, Barbara Stanwyck en Perdición [Double Indemnity, Billy Wilder, 1944]) o indemne y ensalzada si su inocencia/fidelidad era probada (Rita Hayworth en Gilda [Charles Vidor, 1946]); hasta Chinatown, el villano de la película acababa rindiendo cuentas y nunca hubiera resultado impune.

Es así como Polanski, genial cineasta, es capaz de redefinir en sus términos un género sin dejar de serle completamente fiel. Es así como nos confiesa su escasa fe en la humanidad sin dejar de mostrarnos la odisea particular del detective al márgen de la ley pero ferviente creyente de una justicia que no existe ni existirá. Es así como el director nos regala un clásico contemporáneo del cine negro que demuestra cómo un género puede reinventarse sin perder sus coordenadas y prolongarse así, a través de los tiempos.
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Chinatown. Estados Unidos. 1974. 131'.
Director: Roman Polanski.
Guión: Robert Towne.
Música: Jerry Goldsmith.
Fotografía: John A. Alonzo.
Montaje: Sam O'Steen.
Sonido: Bob Cornett.
Vestuario: Anthea Sylbert.
Efectos especiales: Logan Frazee.
Producción: Robert Evans y C. O. Erickson.
Intérpretes: Jack Nicholson (J.J. 'Jake' Gittes), Faye Dunaway (Evelyn Cross Mulwray), John Huston (Noah Cross), Perry López (Lou Escobar), John Hillerman (Russ Yelburton), Diane Ladd (Ida Sessions), Darrell Zwerling (Hollis I. Mulwray).
Puntuación: 9
Adéntrate en Chinatown...
http://www.miradas.net/0204/estudios/2002/12_rpolanski/chinatown.html (sobre Chinatown, en Miradas)
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article2751.html (críticas de la película)
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1427.html (sobre Jack Nicholson)
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article103.html (sobre Faye Dunaway)
http://es.wikipedia.org/wiki/Roman_Polanski (sobre Roman Polanski)

2 comentarios:

R. V. dijo...

Creo que ya este post casi nadie lo lee, que es muy pasado, pero yo acabo de terminar ver esta genial película y aunque nadie esté pendiente de leerlo, dejo mi comentario para que alguien lo encuentre en un momento dado. Como econtró el genial Polanski, como por arte de magia, el cine negro, olvidado y pasado de moda, para engradecer el género y reiventarlo.
La película es genial en todos los aspectos, el polaco hace una génesis de la historia que hace que su desarrollo sea embaucador en cada minuto. El final quizá es agrio, pero como dice el autor en este post, reiventa el género con ese final tan triste (perdóneme el que no la haya visto, les puedo asegurar que incluso intuyendo ese final amargo, el film merece la pena ser observado.
Ahora vamos a hacer un alarde de cultura y voy a buscar dos semejanzas que encontré en la película: primeramente decía el autor del post que se intuía en todo momento un deselance terrible, aunque no era tampoco esperado, sobretodo porque el autor lo guarda sutilmente y el espectador no desea que ocurra. Recordemos algunas obras de Federico García Lorca, donde siempre se intuía ese "fatum" que presagiaba ese final terrible. Por ejemplo en "La casa de Bernarda Alba" podemos ver como en todo momento el ambiente claustrofóbico de la casa y las difíciles relaciones de sus inquilinas, lleva al lector (o espectador en la versión cinematográfica) a tener la creencia de que el final será trágico. En segundo lugar, el hecho de que el personaje de Evelyn sea a la vez madre y hermana de Catherine (la amante de Hollis Murray). Ese hecho lo observamos también en un film de Almodóvar, en "Volver", donde la hija del personaje de Penélope Cruz, tiene a su madre y hermana en la misma persona.
Nada más que decir, sólo espero que todo el que lea este comentario, se vea animado a la hora de ver tan gran película.

Jordi Revert dijo...

Pues sí. El tema del incesto/violación representado en Evelyn es otro de los aspectos que hacen de "Chinatown" una película que reinventa el género, en su osadía y la transgresión de un tema tabú. En el otro bando (los aspectos que la adhieren al clásico "noir", querría haber hablado también del mito de Edipo, que el personaje de Gittes comparte con tantos y tantos detectives privados del cine: el investigador ciego ante la solución pese a tenerla frente a sus ojos. Particularmente en la visita de Jake Gittes al estanque en la mansión de Noah Cross ("las plantas no crecen en agua salada", le dice el jardinero, y hace unos minutos le hemos visto preguntando por un cadáver que tenía los pulmones llenos de agua salada). En fin, una de tantas razones por las que "Chinatown" merece ser vista como un clásico.