jueves, agosto 07, 2008

Happiness



El prólogo entre los créditos y el título de Happiness, presentado en la forma artesanal de los títulos de las viejas películas del mudo, rápidamente nos desvela aquello a lo que nos enfrentamos. Una pareja, cenando en un lujoso restaurante, rompe su relación amistosa y amablemente por las dos partes. Al diálogo civilizado y pacífico le sigue un silencio incómodo que ninguno de los dos sabe cómo romper. La sensación de incomodidad se contagia al espectador y a ella le seguirá un segundo estadio que revelará el estado de ánimo en el que se instala la película de Todd Solondz. El ya ex novio le muestra a su novia un regalo que le había comprado, una pieza de joyería que ella admira y acepta emocionada, pero que repentinamente, él le arrebata enfurecido gritándole que el regalo será para la mujer que le ame por lo que es. La furia del abandonado crece y también el tono de voz, proclamando ante el resto de los clientes del restaurante que ella es la que pierde y que él es el ganador en esa ruptura, que él es la joya y que ella es la mierda. Seguidamente, abandona el restaurante ante el shock de ella, del resto de los allí presentes y del nuestro propio.

De todos aquellos cineastas que buscan la trasgresión en su cine, quizás Todd Solondz sea el más explícito en sus intenciones de hacer de la incomodidad la tesitura en la que se sitúa su película. Happiness es más dolorosa y molesta que un forúnculo en el trasero del espectador, nunca acostumbrado a los tabúes que Solondz está dispuesto a exponernos yendo más allá del espíritu mismo de la trasgresión para hacerlos centro de los temas que dominan su narrativa. Happiness es, paradójicamente, el paradigma de la infelicidad, una representación atroz de lo oculto bajo la superficie de la acomodada clase americana y sus núcleos familiares. Si American Beauty (Sam Mendes, 1999) resultaba lo bastante ácida y crítica en su mirada a esa sociedad para ser consentida por la misma como un sarcástico pero emotivo y cercano retrato, Happiness causaría a buen seguro la repulsa y el asco de aquellos que no quieren ni ver ni oír hablar abiertamente de la masturbación, la pederastia o la violación. Solondz es aquel cineasta que no se molesta en ocultar sus intenciones ni ser sugerente, sino en elaborar un humor único por su total incomodidad, basado en esos temas tabúes que son los problemas de las vidas cruzadas de los personajes de Happiness en la búsqueda de su felicidad: un padre de familia modelo (Dylan Baker) que siente como su oculta pedofilia crece y se siente poderosamente atraído por el afeminado amigo de su hijo; un adicto al sexo (Philip Seymour Hoffman) que se masturba mientras habla por teléfono con cualquier mujer anónima; un adolescente (Rufus Read) acomplejado por su incapacidad para completar su primera masturbación; estos y otros personajes se ven directa o indirectamente relacionados con una familia en descomposición, en la que la falsedad y el empeño por mantener el status quo de "felicidad" alcanzado la gobierna a través de tres generaciones. Tan sólo dos personajes son capaces de rebelarse ante su total infelicidad: el abuelo Lenny Jordan (estupendo Ben Gazzara), quien simplemente comunica a su esposa que tras 40 años de matrimonio, necesita estar solo, y la menor de las tres hijas Jordan (irónicamente llamada Joy, notablemente interpretada por Jane Adams), infravalorada y despreciada por sus "triunfadoras" hermanas, pese a ser la única que acepta las desgracias que brotan en su vida (que no son pocas) y trata de buscar las soluciones y sobreponerse a las mismas (no con mucho éxito, por cierto).



El dolor de los personajes de Happiness queda en algunos irresoluto e irreparable, mientras que en otros extravagantemente enmendado (la relación entre el personaje de Hoffman, Allen, y su parternaire Kristina [Camryn Manheim] con su insólita confesión final) y en otros, divertidamente resuelto (el pequeño Billy). Se nos habla de infelicidad e incomprensión, aislamiento social y muertes insignificantes, todo bajo una ironía de brutales condiciones que reina en la película desde el mismo título. En una magnífica escena, Joy Jordan tras enterarse del suicidio de su ya ex novio (léase el primer párrafo), rompe a llorar en una oficina de cubículos de trabajo extendidos hasta el infinito. Cuando los compañeros más próximos le preguntan qué es lo que le sucede, ella les explica lo sucedido, pero sus compañeros no parecen acordarse de aquel hombre que trabajó a pocos metros de ellos durante largo tiempo y empiezan a preguntarse mútuamente, tratando de explicar al de al lado las descripciones que Joy les ha detallado o confundiéndolo con otro que trabajó allí. La escena ilustra de manera sobresaliente las intenciones de Solondz en su intento por hacer nuestra carcajada amarga, incómoda; un ejemplo del infeliz anonimato en el que deja morir a un personaje, nunca mejor reflejo de una sociedad compuesta de otros millones de tantos como aquel. La soledad como una patología de la sociedad moderna.

La de Solondz es una película sobresaliente, porque nadie habló mejor que él de los tumores de nuestra sociedad con tanta clarividencia. La hipocresía gobierna y es sinónimo de triunfo en no pocos personajes, mientras que la escasa franqueza y las buenas intenciones son castigadas como sentimientos marginales o despreciables. Los caminos que el director toma al narrar las vidas paralelas, cruzadas y tangentes de su magnífica galería de personajes resultan agriamente hilarantes, pero conducen a una pesimista conclusión: todos ellos se ven condenados a la infelicidad. Algunos nunca tendrán el sentido común para afrontarla, mientras que otros desembocarán en ella como resultado de la suma de desengaños y decepciones acumulados en su existencia. Así, la felicidad será, al fin y al cabo, el nexo de unión de todos ellos. Los primeros se creerán instalados en ella, mientras que los segundos se encontrarán en su constante y vana búsqueda.
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Happiness. Estados Unidos. 1998. 134'.
Director: Todd Solondz.
Guión: Todd Solondz.
Música: Robbie Kondor.
Montaje: Alan Oxman.
Diseño de producción: Thérèse DePrez.
Dirección artística: John Bruce.
Diseño de vestuario: Kathryn Nixon.
Producción: Ted Hope y Christine Vachon.
Intérpretes: Joy Jordan (Jane Adams), Jon Lovitz (Andy Kornbluth), Philip Seymour Hoffman (Allen), Dylan Baker (Bill Mapplewood), Lara Flynn Boyle (Helen Jordan), Justin Elvin (Timmy Mapplewood), Cynthia Stevenson (Trish Mapplewood), Lila Glantzman-Leib (Chloe Maplewood).
Puntuación: 9
En busca de la felicidad...
http://www.cosasdecine.com/revista/index.php?art=165 (crítica de la película)
http://en.wikipedia.org/wiki/Todd_Solondz (sobre Todd Solondz, en inglés)
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article2970.html (sobre Philip Seymour Hoffman)
http://es.wikipedia.org/wiki/Ben_Gazzara (sobre Ben Gazzara)

3 comentarios:

Lola dijo...

Joder, he visto todas las pelis de este tipo y es como si me pegaran una patada en la boca del estómago. Y supongo que no sólo a mí... Otro tema que me apasiona... y estoy de acuerdo en tu puntuación :D
También me gusta el encargado de hacer el cartel de esta película, Daniel Clowes :)

Saludos!

Jordi Revert dijo...

A mi me apasiona, sinceramente, porque no sólo es que sientas una patada en el estómago, sino que es capaz de provocarte la risa con esa patada. No deja de ser perturbador... y brillante.

Desconocía el autor del cartel, pero ya desde antes de verla siempre me había gustado.

¡Un saludo!

David Cotos dijo...

Buenisima la película, la vi hace un par de años en Miraflores, Lima.