¡ATENCIÓN: SPOILERS!
La novela que Richard Matheson escribiera en 1954 con el título de
Soy Leyenda tardó poco en convertirse en una de las grandes novelas de ciencia-ficción del siglo XX y un auténtico referente cultural que se ha visto invocado en no pocas ocasiones. El cine, como industria cultural por excelencia que más rápidamente saca partido y más rápido explota dichas fuentes ha flirteado no pocas veces con la obra de Matheson, así como Matheson ha flirteado no pocas veces con el cine. El norteamericano fue partícipe de múltiples guiones, incluyendo la primera de las adaptaciones de su
Soy Leyenda y sus varias colaboraciones con Roger Corman, para quien escribió algunas de sus adaptaciones sobre relatos de Poe. Por si fuera poco, Matheson escribió un par de capítulos para
La hora de Alfred Hitchcock y escribió, sobre su propio relato, el sonoro y notable debut de Steven Spielberg
El diablo sobre ruedas (
Duel, 1971). Pero argumentablemente, el logro cinematográfico más notable que partió de una novela de Matheson y que contó además con su plena implicación, fue la magnánima
El increíble hombre menguante (
The incredible shrinking man, 1957), en la cuál el escritor fue acreditado como guionista único de la obra de Jack Arnold (la colaboración de Richard Alan Simmons nunca apareció en los créditos). En definitiva, el de Matheson fue un currículum impresionante como pocos que rápidamente le señala no sólo como escritor capital del relato de ciencia-ficción, sino como hombre de cine.
A día de hoy,
Soy Leyenda ha sido adaptada tres veces al cine, una cuarta como producto directamente destinado a alimentar estanterías de videoclub (bajo el título
I Am Omega [Griff Furst, 2007]) y en un cortometraje español de homónimo título dirigido en 1967 por Mario Gómez Martín. La repercusión alcanzada por la novela de Matheson es por tanto indudable, más indiscutible que en ningún otro trabajo de su carrera salvo quizás el caso del hombre menguante, también poderoso modelo a seguir y fuente de numerosísimos influjos en la cinematografía posterior del género.
Soy Leyenda, sin embargo, ha sido adaptada en más ocasiones y quizás la razón sea que se trata de uno de los relatos más fascinantes y aterradores que ha ideado el hombre. Como si alguien en 1954 hubiera decidido dejar libre y poner de manifiesto uno de los temores más arraigados en la conciencia humana: la soledad. Pero no la soledad entendida como el abandono transitorio, como problema de solución más o menos remota pero posible, sino la más absoluta y terrible de las soledades. La soledad sin remedio.
¿Y cuál de esas tres adaptaciones mayores se revela como representante más válido, más próximo a la novela de Matheson? Acá los juicios podrán señalar y apuntar con argumentos múltiples a veces ajustados a las preferencias particulares, a veces ajustados a la fidelidad para con la novela, a las tres distintas versiones. Personalmente,
El último hombre sobre la Tierra (
The Last Man on Earth, Sidney Salkow y Ubaldo Ragona, 1964) es, para el que aquí escribe, tanto aquella que presenta un número mayor de analogías respecto al texto original (ya partíamos de cierta garantía que ofrecía encontrar a Matheson, bajo el seudónimo de Logan Swanson, entre el equipo de guionistas), como la que aporta las mejores variables respecto al mismo cuando las exigencias cinematográficas lo requerían. También y, por encima de todo, es aquella que mejor entiende e incorpora al personaje de Robert Neville. Pese a ser la única que opta por cambiarle el apellido al protagonista del relato (por Robert Morgan),
El último hombre sobre la Tierra presenta a un Vincent Price ejecutando perfectamente al Neville que se erigía como la leyenda referida en la obra literaria: Robert Neville (o Morgan) no es leyenda meramente por ser el último hombre sobre la Tierra, sino por ser un implacable cazador de vampiros que dedica sus días de solitaria existencia en la ciudad de Nueva York a recorrerla en busca de consumados o futuribles enemigos resultantes de la pandemia que ha diezmado la humanidad. Neville es un ser atormentado, sí. Pero también es un ser brutal, movido por el instinto primario de supervivencia que se le exige al último de su especie. La inclemencia forma ya parte de esa rutina diaria que se ha convertido en su tarea y su entretenimiento, pese a que ello le obligue incluso a ejecutar a viejos conocidos en el camino. Sin remordimientos. Sin concesiones.
"HABÍA SALIDO a cazar a Cortman. La caza de Cortman era ahora un entretenimiento, una de sus escasas diversiones. En los días en que no importaba dejar el barrio, y no había trabajo urgente en la casa, Neville buscaba. Buscaba debajo de los coches, los matorrales, en las chimeneas, los armarios, bajo las camas, en las refrigeradoras. En cualquier lugar donde un hombre pudiera esconderse"
Así pues se respeta en
El último hombre sobre la Tierra una de las premisas básicas de las que partía Matheson: la de erigir a Neville como el ser fuerte y a los "no vivos" como meros zombis-vampiros débiles en su unidad, pero incontenibles en su mayoría. La fuerza del personaje de Neville se deriva, por supuesto, de una desagradable inercia de tres años de caza y exterminio de los mismos, pero también de su vida anterior a la catástrofe. Cuando en el transcurso del largo flashback de la película vemos como Neville / Morgan asiste impotente a la quema del cadáver de su hija entre tantos miles en la gigantesca y tremebunda hoguera en la que se incineran los cuerpos para evitar la expansión mayor de la epidemia, sabemos que él no tendrá mayor deferencia con ninguna de sus presas. Será también ese flashback el que defina su relación familiar anterior, con una mujer y una hija a las que tratará por todos los medios de salvar guiado por una ceguera empírica en sus investigaciones, pero también revelador de un rasgo claramente definitorio de la personalidad de Neville / Morgan: una actitud pragmática y una capacidad extraordinaria de encajar el cúmulo de desgracias que le viene encima y el nuevo papel que debe afrontar ante una humanidad extinguida. Así se remite, en un momento dado, a la familia de Neville en la novela de Matheson:
"Comprendió de pronto que se había transformado otra vez en un solterón empedernido y malhumorado. No pensaba ya en su mujer, en su hija, su vida pasada. Bastaba el presente. Y temía que le pidieran, de nuevo, responsabilidades y sacrificios. Temía entregarse de nuevo. Temía amar de nuevo"
Es esta concepción del personaje la primera y más grande de las divergencias entre la primera versión cinematográfica y sus sucesoras
El último hombre vivo (
The Omega Man, Boris Sagal 1971) y
Soy Leyenda (
I Am Legend, Francis Lawrence, 2007). En
El último hombre vivo Charlton Heston se nos revelaba como un Robert Neville distante. Un Neville ejecutor, sí, pero más inscrito en el papel de un héroe de acción que en el del exterminador movido por la supervivencia. Aquel Neville no parecía estar entre ningún pasado ni futuro, sino limitado a los enfrentamientos con sus aquí pintorescos enemigos. Poco que ver con tormentos, nada que ver con cualquier tipo de planteamiento moral que contradecía la compleja estructura psicológica del Robert Morgan de
El último hombre sobre la Tierra. En cuanto al Robert Neville de
Soy Leyenda (Will Smith), el problema de partida es la total inversión del personaje original. Como casi todo en la versión de Francis Lawrence, el personaje es un reflejo nada fiel de aquel que ideara Matheson. En
Soy Leyenda la víctima es un Neville interpretado por Smith y hundido psicológicamente (incluso se añade un conato de suicidio), y los vampiros son bestias de fuerza sobrehumana e irritantes humanoides hijos de la era digital que chirrían, como otras tantas cosas, en los fundamentos originales del libro de Richard Matheson. El problema no es tanto la adecuación al personaje de un Will Smith que encuentra dificultades para copar con algunos de los pasajes más dramáticos (y ninguna para aquellos varios que son meros insertos de acción que no hallan ninguna correspondencia en el original) sino por una mala revisión del personaje que lo hace, por desgracia, infinitamente menos interesante.
Las otras grandes divergencias vienen de parte de las distintas variantes de la trama que se proponen en las tres películas.
El último hombre sobre la Tierra vuelve a cumplir a rajatabla la mayoría de lo estipulado por la novela, incluido el papel fundamental que corresponde a la aparición de Ruth Collins (Franca Bettoia) como espía representante de un grupo de infectados que han conseguido hallar un remedio temporal, una vacuna que les permite la humanidad durante un corto periodo de tiempo, pero nada definitivo. En la interacción con Neville, este descubre por fin un remedio resultante de la inyección en Ruth de su propia sangre inmune a la bacteria. Cuando comprueban que este realmente funciona, Ruth se confiesa espía de susodicha sección de infectados que, anuncia, vienen de camino a matarle sin atender a razones ni a la buena nueva. Pesan más los cadáveres que Neville / Morgan dejó atrás que aquellos que podrá evitar en un futuro. En la novela de Matheson Neville no encuentra ningún remedio a la vacuna. El texto ofrece un final desesperanzador, pues Neville es capturado y ejecutado no sin antes pronunciar las últimas palabras que ratificarán el sentido último de la obra: "Soy leyenda". Sin embargo, la solución (no lo olvidemos, supervisada por el propio Matheson) que ofrece E
l último hombre en la Tierra aporta un final no sólo válido, sino una excelente variación que acaba rubricando la película con una excelente paradoja, pues Neville, perseguido por un ejército de esa "raza" naciente, perece en el altar de una iglesia frente a un crucifijo que no ejerce ningún efecto sobre sus atacantes. Neville le dice a Ruth que "ellos le tenían miedo", y la terrible paradoja del asesinato del salvador o restaurador del nuevo orden por aquellos que serán salvados y que le consideran un asesino, se carga de un simbolismo religioso que ratifica este uno de los rasgos presentes en la obra de Matheson.
En
El último hombre vivo el personaje de Ruth Collins es sustituido por los de Lisa (Rosalind Cash) y Richie (Eric Laneuville), la primera en función de introducir un romance explícito e interracial y el segundo como inocente cebo de una subtrama irrisoria. Son personajes tangentes pero nunca decisivos, destinados a colaborar en la lucha de Neville contra sus enemigos para luego acabar víctimas de los mismos. Si algo se puede decir de
El último hombre vivo es que es hija de su tiempo, punto de encuentro de numerosas tendencias sociales y cinematográficas fluyendo en una época post-Woodstock e incorporándose a un filme que se presenta como un mero divertimento que hoy no se sostendría ante una revisión seria. Caben aquí incluso planos
made in San Francisco deudores de
Bullit (Peter Yates, 1968) y derivadas, o una música que en ocasiones parece haber sido compuesta por el mismísimo Isaac Hayes para la ocasión. No caben ni vampiros ni zombis ni humanoide alguno, pero sí una suerte de secta de fantoches de lo más divertida con cantidades ingentes de polvos de talco. Un ingrediente más que añade cierto regustillo encantador a serie B que, sin embargo, poco tiene que ver con la fuente original más allá de su planteamiento inicial.
Algo parecido sucede con los personajes de Anna (Alice Braga) y Ethan (Charlie Tahan) en
Soy Leyenda. Meros accesorios, especialmente el niño como figura infantil de nula función en los devenires de la trama. Sólo la necesidad de un mensajero que entregue el antídoto encontrado por Neville en su sangre (y a través de una solución simplona que tanto podría haberse dado en el minuto 1 como en el 90) justifica la aparición de sendos personajes. El problema de los mismos se revela como una parte del general: la excesiva rendición de la película de Lawrence al espectáculo forzado, las concesiones, los estereotipos... los males endémicos de tantas y tantas producciones subyugadas a las exigencias comerciales. Y esta, pese a algunos buenos apuntes (la mayor presencia del perro en la trama no va en detrimento de la misma y concede, en su final, un conseguido momento dramático), sin duda alguna se rinde a tales exigencias.
Un ejercicio de comparación como el aquí expuesto pone de manifiesto las dificultades y contradicciones que se presentan en la adaptación cinematográfica.
Soy leyenda es una novela sin duda complicada en su traslado a la pantalla, pero no es su narrativa proclive a las reinterpretaciones y reinvenciones que, sin embargo sí se han dado fruto de cada tiempo y circunstancias. Es lo que sucede con las leyendas: reinventadas y recontadas en tonos e impostaciones cada vez distintas, otorgando matices ricos a cada narración o sustrayendo gloriosos momentos de las mismas. Pero para suerte nuestra, la leyenda de Robert Neville seguirá intacta al paso del tiempo mientras la suma de todas sus revisiones sigue rindiéndole pleitesía. Así sea.