Que la franquicia del agente secreto más reconocible del celuloide estaba más que agotada a las alturas de Muere otro día (Die Another Day, Lee Tamahori, 2002) era cosa evidente. La etapa que cerraba Pierce Brosnan con aquella funesta película era sintomática del mal que había atrofiado la saga: ya no se trataba de renovar los escenarios y las fuerzas del mal; ya no valía provocar la pirueta última, el más difícil todavía que alcanzaba el completo ridículo en susodicha cinta. No, el mal que aquí padecía el vástago literario de Ian Fleming no se hallaba sino en el personaje mismo que se convertía a cada entrega en una caricatura de sí mismo. Aquel James Bond que en Sean Connery se revelaba como genuino y atractivo a partes iguales y en Roger Moore como un simpático seductor con envidiable sentido del humor, había metamorfoseado lentamente hacia un impostada imitación de los anteriores que caminaba peligrosamente hacia la completa deshumanización del personaje. En otras palabras: no es que nos cansáramos de que Bond fuera indestructible, sino de que lo fuera de forma tan insultante y lejana al espectador. No era difícil advertir que uno de los mayores emblemas del cine de acción se hallaba en pleno proceso de desgaste, erosión por exceso de identidad. Demasiadas sonrisas a la muerte, demasiados trajes impolutos.
Paralelamente, una nueva saga cinematográfica se erigió en torno a un agente en las antípodas de Bond. Jason Bourne no tenía identidad y su cruzada era la eterna búsqueda de la misma. La fascinación que produce el personaje no viene por su elegancia, sus gadgets o su inherente aptitud para la seducción, sino por la importancia de recuperar su memoria, única caja negra que puede dar explicación a sus superdotadas capacidades como espía y máquina de matar. La ausencia de identidad de Bourne hace de él un personaje mucho más cercano a la realidad y más fácil la empatía del espectador que Bond perdió en algún momento del camino ¿O es que no son la pérdida de identidad y la memoria males endémicos de la sociedad contemporánea?
Mientras veíamos como en Jason Bourne se abrían heridas en cuerpo y alma, James Bond salía indemne y sin rasguño alguno de cualquier aparatosa peripecia.
Pero hoy, a pocas horas del estreno de Quantum of Solace (Marc Foster, 2008), ambos encuentras más lugares comunes que nunca. Casino Royale (Martin Campbell, 2006) reinventó a Bond como tipo duro, anárquico y con dificultades para separar su ego y sus emociones de su trabajo. La licencia para matar se había tornado permanente y explícita, y su sentido del humor era suplido por su sufrimiento físico y espiritual. Accidentalmente o no, el agente 007 había iniciado un proceso de acercamiento, mímesis involuntaria si quieren, con otro que nunca tuvo número asignado y que respondía por el nombre de Jason Bourne. En El ultimátum de Bourne (The Bourne Ultimatum, Paul Greengrass, 2007), este último ya andaba en búsqueda y captura de aquellos que le convirtieron en lo que es. La inicial intención de recuperar la identidad tomaba, pues, tintes de venganza. En Quantum of Solace, un Bond presumiblemente descontrolado busca la misma vendetta para aquellos que profanaron y quebraron una parcela de su vida por la que raramente cualquier Bond anterior se hubiera molestado: la sentimental. Si bien siguen existiendo insalvables diferencias que separan a ambos agentes (el ego de Bond o el carácter taciturno de Bourne), todo señala que las similitudes entre los dos se hacen más y más estrechas a cada película. Son los héroes que el público reclama, poderosos pero vulnerables, con los que la identificación es más accesible. Son héroes en los que creer pese a serlo ajenos a las grandes causas y en particulares empresas, violentos y atormentados que sienten y sufren sin dejar de ser lo que los distingue del resto de los mortales: héroes.
3 comentarios:
Puestos a escoger, elijo a Bond. Bourne siempre me ha parecido un tanto sobrevalorado, sobretodo su última parte, demasiado artificial y efectista. Saludos.
http://cachecine.blogspot.com
No sé si podría escoger... Bond es un personaje con el que he crecido y con el que mantengo una relación de amor y odio desde siempre. Aún hoy sigo sintiendo fascinación por películas como "James Bond contra Goldfinger" y, desde luego, creo que con el cambio que vino dado por Daniel Craig y "Casino Royale", la saga se revitalizó de manera inteligente. Por otro lado, la saga de Bourne, pese al menor recorrido hasta la fecha, ya me parece un referente en el cine de acción (especialmente las dos entregas dirigidas por Greengrass).
Un saludo
Todavía no he visto al nuevo Bond, supongo que me cansé de el, pero en todo este tiempo he acumulado el suficiente interés como para ofrecerle una nueva oportunidad. En cuanto a Bourne, de interés decreciente tambien, pero más o menos me da lo que le pido a un film de acción.
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