Los sustitutos tenía mimbres de gran ciencia-ficción, una premisa dispuesta a conjugar acción desenfadada con alguna reflexión acerca de la pérdida de humanidad, una Blade runner (Ridley Scott, 1982) quizá menos trascendente y ampulosa, pero también estimable. No ha sido así. En su lugar, queda un producto mucho más al uso de lo que desearíamos admitir, un thriller empeñado en ser menor a toda costa, en minimizar su impacto sobre el espectador y proclamarse como mero entretenimiento sin muchas aspiraciones (...) Lo que no quiere decir que Los sustitutos no sea un thriller eficaz. Demuestra meticulosidad en crear un futuro probable (inquietante el maquillaje, llevado hasta la plasticidad del rostro), el de la libre experiencia hedonista sin riesgo de mortalidad, el de los placeres inducidos y la maximización de la apariencia. Tampoco puede decirse que fracase articulando su trama, perfectamente coherente y perfectamente habitual, sin apenas margen para la improvisación. El problema viene, más bien, dado por la empecinada baja intensidad de Jonathan Mostow, por un excesivo conformismo que merma las posibilidades de la historia, más preocupada por el drama matrimonial de su protagonista que por elevar su sci-fi action.
miércoles, septiembre 30, 2009
Los sustitutos
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