lunes, agosto 31, 2009

Mad detective


Película casi esquizoide, Mad detective encuentra su principal atractivo en la subversión del hard-boiled, figura central en el género que aquí se redefine a través del estupendo Lau Ching-wan. El actor sostiene la cinta cuando el ritmo no lo hace, y logra insuflar carisma a un personaje profundamente inestable, abiertamente psicópata. Es esa psicopatía, por otra parte, la que inteligentemente propicia resortes para los escasos pasajes dramáticos (la aparente pérdida de la mujer) y la que también acaba favoreciendo cierta comedia inenarrable, tan dada en la brutal escena del lavabo como en la mera y delirante visión de un automóvil repleto de las “personalidades” que sólo Bun (Ching-wan) puede ver.

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miércoles, agosto 19, 2009

Enemigos públicos


La última película de Michael Mann es una excelente noticia, una que le confirma como uno de los verdaderos renovadores del audiovisual que nunca ha dejado de gozar, por otra parte, de una personalísima impronta. Pocos autores deben tanto el prestigio de su cine a una quimérica comunión de la estética y el fondo, a un perfecto entendimiento de en qué modo la gestión de la imagen, en general, y los espacios, en particular, tiene que ver con la evolución de sus protagonistas, con sus laberintos morales que el director ni quiere ni tiene por qué resolver. En Enemigos públicos, todas estas premisas se ajustan como un guante en el acercamiento a los tiempos y lugares de la Gran Depresión, momento que presenta analogías evidentes con la actual coyuntura económica, y en el que la guerra sucia al crimen organizado convivía con cierta animadversión hacia las entidades bancarias, terreno pues fértil para la iconización de mitos de gabardina y metralleta. Momento, también, determinante en la forja de la sociedad norteamericana y la fascinación por sus villanos.

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lunes, agosto 17, 2009

Crank: Veneno en la sangre y las urgencias de la imagen



1.
La presentación, los créditos diseñados cuales títulos de un arcade en el que un corazón palpita bajo la palabra CRANK plantea desde el principio mismo sus intenciones: Crank: Veneno en la sangre goza del espíritu de un videojuego que bien podríamos encontrar en cualquier máquina recreativa. Es la supervivencia de su protagonista a toda costa, y a través de las diferentes fases, el objetivo perseguido. Esa conciencia recreativa es plena en Crank desde su carácter efímero y caducidad: sabemos que la partida se agotará, bien cuando no dispongamos de más créditos, bien cuando hayamos superado todos los niveles con éxito. Pero en cualquier caso, sabemos que al final de la función aparecerá en pantalla el inevitable Game Over (y de hecho, aparece en los créditos finales tras una deliciosa conversión de una factible escena de Crank en arcade). Intuimos, además, que ese final no anda muy lejano, pues Mark Neveldine y Brian Taylor son lo suficiente consecuentes con el producto para no prolongarlo más allá de la hora y media de duración (títulos incluidos). Ni falta que hace.

2.
Y pese a esa proclama de espíritu arcade, no tiene una pizca de nostalgia hacia tan espléndida experiencia lúdica. Crank es una película que no se entiende fuera de su tiempo y contexto, que es consecuencia directa de las transformaciones que el cine de acción, en la última década más que en ninguna otra, ha experimentado. Pero también hay que interpretarla en el marco de las derivaciones del entretenimiento en la cultura popular. Crank podría ser, por qué no, un traslado a la pantalla del Grand Theft Auto 4, una transmutación de la experiencia Liberty City en la que Chev Chelios (Jason Statham), va de un lado a otro sembrando el caos en toda forma posible. Se impone una misión, un objetivo, sí. Pero se permiten todo tipo de circunloquios, de descabelladas incursiones en un hospital, robos de vehículos palizas injustificadas. Por tanto hay, también, una cierta sensación de libertad en los meandros dramáticos, hay una exploración en las sensaciones extremas, en un largo catálogo de actos delictivos que es, recordémoslo, uno de los atractivos irresistibles de GTA.

3.
Volviendo a lo efímero del producto, cabe añadir que los 90 minutos de su metraje son correspondidos, asimismo, con una entrega total y sin condiciones al espectador. Esto quiere decir que Crank no es diseñada en previsión de secuelas o saga, sino que lanza el órdago a la grande con toda la temeridad del jugador suicida. Tal es así que no pasa mucho tiempo antes de que sepamos que no existe antídoto alguno para el veneno que corre por la sangre de Chelios y por ende, dejamos de preocuparnos por el destino de este para preocuparnos más por si este consigue su misión (encontrar y dar cuenta del que se lo inyectó). En este sentido, Crank eleva su narrativa un escalón más, hasta aquel del que Vicente Luis Mora habla en su imprescindible post sobre J.J. Abrams, cuando se refiere a historias cuya naturaleza impide el sabotaje del spoiler. Revelar el final de Crank sería, pues, un fútil, inútil acto de malicia. Porque no sufre de dependencias ni coherencias para con una conclusión epatante, porque no se encuentra constreñida por sus estructuras. Salvo en su punto de partida, la historia es casi siempre la consecuencia de la acción (indisoluble de la estética, por cierto).

4.
Crank se define desde la urgencia de la imagen, de la hipervisibilidad, concepto este que lleva hasta el terreno de la parodia. Pantallas partidas, alguna metaimagen y ribetes visuales por doquier quieren corresponderse con la carrera frenética de su protagonista (quizá aquí sea inevitable acordarse de Lola Rennt, de Tom Tykwer). Es la estresante herencia del género que aquí Neveldine y Taylor elevan a la enésima potencia y hasta el regodeo videoclipero. Pero en su película esta es un síntoma, no una pose. Es la estrecha cercanía entre forma y fondo, ambos comprometidos a la urgencia, a la inmediatez en detrimento de cualquier trascendencia y/o contemplación. Sin embargo, cabe advertir que esas urgencias que definen Crank también son una fuente inestimable para la comedia: la vital dependencia de adrenalina que sufre Chelios le da carta blanca para perpetrar toda barbaridad imaginable al margen de la ley, desde el hurto de bebidas energéticas en una tienda a practicar sexo en público en Chinatown. Su comedia, claro, no se entendería si no viviéramos en tiempos de la inmediatez, de la satisfacción instantánea que exigimos como norma.

5.
La desinhibición como (des)orden que rige todo su relato es, qué duda cabe, otro rasgo esencial. Crank profesa un rechazo frontal a cualquier regla preestablecida, a cualquier prescripción de género y pasos a seguir para alcanzar la excelencia (hay, pues, una valiosísima reflexión sobre el género mismo). Basta con fijarse en el uso deliberado (y con evidentes propósitos de comicidad) de los estereotipos racistas, entre los que encontramos a los villanos latinos o a un taxista del que Chelios se deshace acusándole públicamente de pertenecer a Al-Qaeda (como decíamos, es un título plenamente consecuente con su tiempo y contexto). Pero hay más: hay un delirante, casi demente guiño gore también resorte para el chiste (la mutilación de una mano); y encontramos otra secuencia imposible en la que Chelios se ve obligado a deshacerse de sus perseguidores al tiempo que preserva la inocencia de su novia, momento que guarda, por cierto, un enternecedor (y verdadero) romanticismo que ya lo quisieran para sí una larga lista de pretenciosos romances del cine.

miércoles, agosto 12, 2009

Mi vida en ruinas


Mi vida en ruinas reivindica, muy lamentablemente, la postal griega bajo su caparazón (presuntamente) crítico. El variopinto grupo de turistas (de estereotipos) que es objeto de mofa acaba resultando, paradójicamente, un puñado de buena gente que al final tenía razón: la cultura aburre siempre, toda cita histórica sobra en un viaje a la cuna de la civilización, y la experiencia griega consiste en ver el Partenón, pasar por la tienda de recuerdos e ir a la playa. Así pues, la cinta de Petrie es algo cercano a una película-tópico que reafirma peligrosamente el viaje-tópico, sin dejar de denigrar la comedia a unos terrenos ya casi olvidados. Tiene de todo: chistes rancios de gays y nombres cacofónicos, acompañamiento musical de comedia ligera (ligerísima), perpetuación de estigmas varios (españolas divorciadas en busca de sexo, australianos tirados), un villano increíble (con su correspondiente castigo final) y el enésimo mensaje reaccionario encubierto.
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lunes, agosto 10, 2009

G.I. Joe



G.I. Joe es, probablemente, el blockbuster más temerario visto en años. Abiertamente descerebrado, explícitamente entregado a una sucesión inagotable de escenas de acción y descarado en el lucimiento de los esculturales cuerpos de sus protagonistas. Stephen Sommers ofrece destrucción masiva y chistes de croissants, y el resultado es una bonita pirotecnia que viene a tener los mismos efectos que un capítulo de la deliciosa serie de televisión también inspirada en el muñeco: un efugio bello por humilde, un juguete (redimensionado en sus proporciones pero juguete, en esencia) sin afán de trascendencia.
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jueves, agosto 06, 2009

Imagen de marca

Mi gran boda griega (Joel Zwick, 2002)


Mamma mia!: La película
(Phyllida Lloyd, 2008)


Mi vida en ruinas
(Donald Petrie, 2009)

El blanco diáfano (blanco nupcial) como tono predominante, a ser posible adornado con hermosos motivos florales que se asoman para decorar un marco de piedra indicador del idílico contexto (Grecia). Y por supuesto, la presencia de un ramillete de personajes para señalar la coralidad de la película. Fíjense en los eslóganes: en Mi gran boda griega ya es casi alegórico (desde el chiste, pero alegórico) de la familia y el matrimonio; el de Mamma Mia! ni siquiera puede presumir del chiste e invita directamente al altar (sólo hay insinuación en el vestido de Amanda Seyfried); y en Mi vida en ruinas se repite la jugada del doble sentido y es, de nuevo, una apenas disimulada proclama a favor de los votos nupciales. Imagen de marca para una especialización de la romcom: la comedia romántica pro-nupcial (el matrimonio como salvación de cualquier vida sentimental "en ruinas"), de contextos preferiblemente helénicos y aires preferiblemente verbeneros.

martes, agosto 04, 2009

Explicar la obra

1.
La historia empieza con Lars Von Trier en el pasado Festival de Cannes, pero acaba en David Cronenberg pasando por Nacho Vigalondo. Hablo a propósito del post que este último escribió dejando las cosas en su sitio, aquellas hipermediatizadas palabras del danés en las que se "proclamaba" mejor director del mundo. Pero vamos al verdadero meollo:
El periodista le pide al director que “explique y justifique” su película, alegando, entre otros motivos, la responsabilidad que supone estar en Cannes. Von Trier se niega, como todo director de cine con un mínimo de decencia debería hacer. No hay nada más mezquino y mediocre que un artista explicando o justificando su obra, ya sea en Cannes o en el salón de su casa.
Y he aquí la cuestión: ¿debe el autor explicar su obra? Si es así, ¿no estaría haciéndole un flaco favor en la reducción o condición de la visión y opinión ajena hacia la misma? ¿no lacraría toda posibilidad de relectura? Más aún: ¿por qué debería ser una responsabilidad justificar una obra por el mero hecho de ser parte de la Sección Oficial de Cannes? Pero en fin, este post (el mío) no hubiera existido si el mismo día no hubiera tropezado con una entrevista a mi bienamado David Cronenberg. Corresponde al número 349 de Dirigido Por (octubre 2005), y entre sus líneas encontramos de nuevo la cuestión de marras, sólo que el canadiense tiene la respuesta perfectamente asumida, integrada en su lógica de autor. De hecho, quizá sea la única respuesta que tenga:
...creo que Una historia de violencia es un poco más subversiva, que empieza con una propuesta más o menos tradicional y luego se subleva contra ella, la cuestiona y la termina corrompiendo. Por lo tanto no creo que el único tema de la película sea la redención. Sí creo que el film se pregunta sobre si la redención es posible, pero la realidad es que no necesariamente la contesta. Muchas otras cosas quedan sin contestar porque no tengo las respuestas, sólo tengo las preguntas. Por eso la película no tiene un mensaje predigerido, porque para eso uno tendría que tener todas las respuestas e ir presentándoselas convenientemente a su público. Pero eso no es para mí. Para mí la experiencia cinematográfica, además de ser una fórmula narrativa que me resulta verdaderamente fascinante, es una exploración filosófica en la que constantemente me pregunto cosas y las debato conmigo mismo. Básicamente invito al público a que me acompañe en mi viaje exploratorio, que vea por sí mismo y decida qué piensa de lo que voy descubriendo.
La conclusión no debería ser ningún hallazgo: la obra no sólo no debe ser explicada ni justificada, sino que no cuenta entre sus obligaciones dar respuesta a todas las preguntas que plantea. Las películas dan todas las respuestas también son, probablemente, menos estimulantes, aquellas que menos propician verdaderos discursos a posteriori. Saltamos a otro momento de la entrevista, este más bien epatante:
Puedo decir que supieron ofrecerme muchísimas películas que fueron muy famosas y que hicieron muchísimo dinero. Pude haber hecho Top Gun y otras tres películas con Tom Cruise. Me ofrecieron Unico testigo, El show de Truman y Alien 4 (...) Alguna vez una alta ejecutiva de Columbia me propuso que dirigiera Flashdance . Estaba obsesionada conmigo, no sé muy bien porqué. Si yo hubiera aceptado su propuesta y sus millones, le hubiera destruido la película tratando de hacer una cosa diferente de la que ellos querían hacer...
Llevo un par de días intentando una El show de Truman cronenbergriana. Con más preguntas todavía, con un Truman varios enteros más tortuoso y una pizca de bioterror. De momento no me ha explotado la cabeza. De momento.

Post de Vigalondo aquí
Entrevista completa aquí

2.
A propósito de "Up":
- A esto le llamo yo empezar una crítica con buen pie.
- Para los cansados de tanta alabanza, encontrarán en la excelente crítica de Planocenital su mejor aliado.