1.
La presentación, los créditos diseñados cuales títulos de un arcade en el que un corazón palpita bajo la palabra CRANK plantea desde el principio mismo sus intenciones: Crank: Veneno en la sangre goza del espíritu de un videojuego que bien podríamos encontrar en cualquier máquina recreativa. Es la supervivencia de su protagonista a toda costa, y a través de las diferentes fases, el objetivo perseguido. Esa conciencia recreativa es plena en Crank desde su carácter efímero y caducidad: sabemos que la partida se agotará, bien cuando no dispongamos de más créditos, bien cuando hayamos superado todos los niveles con éxito. Pero en cualquier caso, sabemos que al final de la función aparecerá en pantalla el inevitable Game Over (y de hecho, aparece en los créditos finales tras una deliciosa conversión de una factible escena de Crank en arcade). Intuimos, además, que ese final no anda muy lejano, pues Mark Neveldine y Brian Taylor son lo suficiente consecuentes con el producto para no prolongarlo más allá de la hora y media de duración (títulos incluidos). Ni falta que hace.
2.
Y pese a esa proclama de espíritu arcade, no tiene una pizca de nostalgia hacia tan espléndida experiencia lúdica. Crank es una película que no se entiende fuera de su tiempo y contexto, que es consecuencia directa de las transformaciones que el cine de acción, en la última década más que en ninguna otra, ha experimentado. Pero también hay que interpretarla en el marco de las derivaciones del entretenimiento en la cultura popular. Crank podría ser, por qué no, un traslado a la pantalla del Grand Theft Auto 4, una transmutación de la experiencia Liberty City en la que Chev Chelios (Jason Statham), va de un lado a otro sembrando el caos en toda forma posible. Se impone una misión, un objetivo, sí. Pero se permiten todo tipo de circunloquios, de descabelladas incursiones en un hospital, robos de vehículos palizas injustificadas. Por tanto hay, también, una cierta sensación de libertad en los meandros dramáticos, hay una exploración en las sensaciones extremas, en un largo catálogo de actos delictivos que es, recordémoslo, uno de los atractivos irresistibles de GTA.
3.
Volviendo a lo efímero del producto, cabe añadir que los 90 minutos de su metraje son correspondidos, asimismo, con una entrega total y sin condiciones al espectador. Esto quiere decir que Crank no es diseñada en previsión de secuelas o saga, sino que lanza el órdago a la grande con toda la temeridad del jugador suicida. Tal es así que no pasa mucho tiempo antes de que sepamos que no existe antídoto alguno para el veneno que corre por la sangre de Chelios y por ende, dejamos de preocuparnos por el destino de este para preocuparnos más por si este consigue su misión (encontrar y dar cuenta del que se lo inyectó). En este sentido, Crank eleva su narrativa un escalón más, hasta aquel del que Vicente Luis Mora habla en su imprescindible post sobre J.J. Abrams, cuando se refiere a historias cuya naturaleza impide el sabotaje del spoiler. Revelar el final de Crank sería, pues, un fútil, inútil acto de malicia. Porque no sufre de dependencias ni coherencias para con una conclusión epatante, porque no se encuentra constreñida por sus estructuras. Salvo en su punto de partida, la historia es casi siempre la consecuencia de la acción (indisoluble de la estética, por cierto).
4.
Crank se define desde la urgencia de la imagen, de la hipervisibilidad, concepto este que lleva hasta el terreno de la parodia. Pantallas partidas, alguna metaimagen y ribetes visuales por doquier quieren corresponderse con la carrera frenética de su protagonista (quizá aquí sea inevitable acordarse de Lola Rennt, de Tom Tykwer). Es la estresante herencia del género que aquí Neveldine y Taylor elevan a la enésima potencia y hasta el regodeo videoclipero. Pero en su película esta es un síntoma, no una pose. Es la estrecha cercanía entre forma y fondo, ambos comprometidos a la urgencia, a la inmediatez en detrimento de cualquier trascendencia y/o contemplación. Sin embargo, cabe advertir que esas urgencias que definen Crank también son una fuente inestimable para la comedia: la vital dependencia de adrenalina que sufre Chelios le da carta blanca para perpetrar toda barbaridad imaginable al margen de la ley, desde el hurto de bebidas energéticas en una tienda a practicar sexo en público en Chinatown. Su comedia, claro, no se entendería si no viviéramos en tiempos de la inmediatez, de la satisfacción instantánea que exigimos como norma.
5.
La desinhibición como (des)orden que rige todo su relato es, qué duda cabe, otro rasgo esencial. Crank profesa un rechazo frontal a cualquier regla preestablecida, a cualquier prescripción de género y pasos a seguir para alcanzar la excelencia (hay, pues, una valiosísima reflexión sobre el género mismo). Basta con fijarse en el uso deliberado (y con evidentes propósitos de comicidad) de los estereotipos racistas, entre los que encontramos a los villanos latinos o a un taxista del que Chelios se deshace acusándole públicamente de pertenecer a Al-Qaeda (como decíamos, es un título plenamente consecuente con su tiempo y contexto). Pero hay más: hay un delirante, casi demente guiño gore también resorte para el chiste (la mutilación de una mano); y encontramos otra secuencia imposible en la que Chelios se ve obligado a deshacerse de sus perseguidores al tiempo que preserva la inocencia de su novia, momento que guarda, por cierto, un enternecedor (y verdadero) romanticismo que ya lo quisieran para sí una larga lista de pretenciosos romances del cine.
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