G.I. Joe es, probablemente, el blockbuster más temerario visto en años. Abiertamente descerebrado, explícitamente entregado a una sucesión inagotable de escenas de acción y descarado en el lucimiento de los esculturales cuerpos de sus protagonistas. Stephen Sommers ofrece destrucción masiva y chistes de croissants, y el resultado es una bonita pirotecnia que viene a tener los mismos efectos que un capítulo de la deliciosa serie de televisión también inspirada en el muñeco: un efugio bello por humilde, un juguete (redimensionado en sus proporciones pero juguete, en esencia) sin afán de trascendencia.
lunes, agosto 10, 2009
G.I. Joe
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