Antes de posar la mirada sobre el héroe por antonomasia que ha vuelto a nuestras pantallas por cuarta vez (lo cuál haré, si el todopoderoso blogger lo permite, en el próximo post), he decidido hacer antes una parada en otro héroe que de momento se conforma con una trilogía. Digamos, otro tipo de héroe: aquel que está marcado por su traumático pasado y no por su vida llena de aventura y romance; aquel que viste embutido en cuero y luce una escopeta de doble cañón como arma en lugar del kit de cazadora, sombrero y látigo que luce el Doctor Jones; un tipo de héroe sin más motivos que los de sobrevivir en un desierto de devastación y caos, cuyo único objetivo es conseguir el preciado combustible que le permita seguir recorriendo las carreteras. En resumidas cuentas: un superviviente que pretende sobrevivir; un héroe que no quiere serlo.
Mad Max 2: El guerrero de la carretera (George Miller, 1981) es la reafirmación de lo que se ha convertido ese guerrero tras la traumática pérdida de su familia en la película precedente: un ser oscuro y dolido que recorre las carreteras sin rumbo, que se encuentra en batallas constantes por prolongar una existencia dependiente del exiguo combustible en un mundo que ya se ha ido por el retrete. En Mad Max (1979), George Miller desempeñó la complicada labor de definir a su héroe, su trauma, y la tierra post-apocalíptica en la que batallaba con sus enemigos. Merecido fue el éxito que cosechó aquella imaginativa propuesta del cine australiano que había conseguido redefinir por completo las persecuciones en el celuloide. Hasta Mad Max y con la honorable excepción del genuino debut de Steven Spielberg El diablo sobre ruedas (Duel, 1971), las persecuciones en el cine solían formar un todo identificativo con la ciudad en la que tenían lugar ¿Qué queda, si no, de la identidad de Bullit (Peter Yates, 1968) sin San Francisco o qué es The Italian Job (Peter Collinson, 1969) sin Turín? La ciudad era el marco que daba la identidad a la acción desenfrenada de los coches espantando los turistas de debajo de los pórticos o saltando en las cuestas de San Francisco. En Mad Max, la cámara entraba en la persecución misma, era un vehículo más que se movía ágilmente entre los coches, los miraba de cerca e inyectaba adrenalina en el espectador situándolo en el centro mismo de la acción, asistiendo a un espectáculo de choques y destrucción sin límites geográficos de ningún tipo. Sólo la inmensidad del desierto australiano por delante.
Mad Max 2: El guerrero de la carretera lanza el órdago a la grande y reduce el argumento a la mínima expresión (prescinde de cualquier subtrama) para ofrecer un espectáculo que supera a su honroso precedente en emoción y entretenimiento. Max (un Mel Gibson joven y eficaz) se presenta como ese lengedario héroe de las carreteras que preferiría permanecer en el anonimato y se mueve por su propio interés y manteniéndose lejos de cualquier causa. Aquí, sin embargo, en la búsqueda de una recompensa, se ve forzado a tomar parte de la defensa de una fortaleza que es atacada constantemente por una banda de saqueadores que son todo un catálogo de personajes de lo grotesco y el esperpento. Aún con tan sencilla premisa argumental, a Miller le basta para hacernos creer un héroe que ha perdido cualquier fe en la raza humana y que sólo se mueve por interés propio, pero que en última instancia y, tras verse al borde de la muerte, reconoce la necesidad de ser la "mejor oportunidad" de esa colectividad en peligro. En vocabulario del espectador, el héroe que habíamos estado esperando.
La persecución final en la que ese héroe descarnado, herido y furioso conduce un enorme camión de combustible mientras resiste las embestidas de un ejército de enemigos, le convierte en una especie de mártir en el que merece la pena creer, de esos que sólo el cine es capaz de crear. Dicho sea de paso, la escena entra con todo derecho entre lo mejor del género, una persecución rodada con una espectacularidad única que no ofusca el verdadero gancho de la misma que es la pregunta que el espectador se hace de hasta cuándo podrá resistir el héroe tal asedio.
El imaginario de Miller luce aquí con más brillo que nunca, estableciendo una pesadilla futurista en un mundo sin recursos, agotado y habitado por una raza casi agotada. El perfecto contexto para erigir su pericia técnica y lograr que, las persecuciones de Mad Max sean un referente en el cine que vendrá en las décadas siguientes. Y si no, pregúntenle a Tarantino o vean Death Proof (2007) y comrpueben cuán lejos se encuentran en estilo y ejecución las respectivas persecuciones.
------------------------------------------------------------------------------------Mad Max 2: El guerrero de la carretera (George Miller, 1981) es la reafirmación de lo que se ha convertido ese guerrero tras la traumática pérdida de su familia en la película precedente: un ser oscuro y dolido que recorre las carreteras sin rumbo, que se encuentra en batallas constantes por prolongar una existencia dependiente del exiguo combustible en un mundo que ya se ha ido por el retrete. En Mad Max (1979), George Miller desempeñó la complicada labor de definir a su héroe, su trauma, y la tierra post-apocalíptica en la que batallaba con sus enemigos. Merecido fue el éxito que cosechó aquella imaginativa propuesta del cine australiano que había conseguido redefinir por completo las persecuciones en el celuloide. Hasta Mad Max y con la honorable excepción del genuino debut de Steven Spielberg El diablo sobre ruedas (Duel, 1971), las persecuciones en el cine solían formar un todo identificativo con la ciudad en la que tenían lugar ¿Qué queda, si no, de la identidad de Bullit (Peter Yates, 1968) sin San Francisco o qué es The Italian Job (Peter Collinson, 1969) sin Turín? La ciudad era el marco que daba la identidad a la acción desenfrenada de los coches espantando los turistas de debajo de los pórticos o saltando en las cuestas de San Francisco. En Mad Max, la cámara entraba en la persecución misma, era un vehículo más que se movía ágilmente entre los coches, los miraba de cerca e inyectaba adrenalina en el espectador situándolo en el centro mismo de la acción, asistiendo a un espectáculo de choques y destrucción sin límites geográficos de ningún tipo. Sólo la inmensidad del desierto australiano por delante.
Mad Max 2: El guerrero de la carretera lanza el órdago a la grande y reduce el argumento a la mínima expresión (prescinde de cualquier subtrama) para ofrecer un espectáculo que supera a su honroso precedente en emoción y entretenimiento. Max (un Mel Gibson joven y eficaz) se presenta como ese lengedario héroe de las carreteras que preferiría permanecer en el anonimato y se mueve por su propio interés y manteniéndose lejos de cualquier causa. Aquí, sin embargo, en la búsqueda de una recompensa, se ve forzado a tomar parte de la defensa de una fortaleza que es atacada constantemente por una banda de saqueadores que son todo un catálogo de personajes de lo grotesco y el esperpento. Aún con tan sencilla premisa argumental, a Miller le basta para hacernos creer un héroe que ha perdido cualquier fe en la raza humana y que sólo se mueve por interés propio, pero que en última instancia y, tras verse al borde de la muerte, reconoce la necesidad de ser la "mejor oportunidad" de esa colectividad en peligro. En vocabulario del espectador, el héroe que habíamos estado esperando.
La persecución final en la que ese héroe descarnado, herido y furioso conduce un enorme camión de combustible mientras resiste las embestidas de un ejército de enemigos, le convierte en una especie de mártir en el que merece la pena creer, de esos que sólo el cine es capaz de crear. Dicho sea de paso, la escena entra con todo derecho entre lo mejor del género, una persecución rodada con una espectacularidad única que no ofusca el verdadero gancho de la misma que es la pregunta que el espectador se hace de hasta cuándo podrá resistir el héroe tal asedio.
El imaginario de Miller luce aquí con más brillo que nunca, estableciendo una pesadilla futurista en un mundo sin recursos, agotado y habitado por una raza casi agotada. El perfecto contexto para erigir su pericia técnica y lograr que, las persecuciones de Mad Max sean un referente en el cine que vendrá en las décadas siguientes. Y si no, pregúntenle a Tarantino o vean Death Proof (2007) y comrpueben cuán lejos se encuentran en estilo y ejecución las respectivas persecuciones.
Mad Max II: The Road Warrior. Australia. 1981. 91'.
Director: George Miller.
Guión: Terry Hayes, George Miller y Brian Hannant.
Productor: Byron Kennedy.
Música: Brian May.
Montaje: Michael Balson, David Steven y Tim Wellburn.
Dirección artística: Graham Walker.
Diseño vestuario: Norma Moriceau.
Intérpretes: Mel Gibson (Max), Bruce Spence (Gyro Captain), Virginia Hey (mujer guerrera), Vernon Wells (Wez), Michael Preston (Pappagallo), Emil Minty (chico salvaje).
Puntuación: 6,8
Sigue por esta dirección...
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article852.html (crítica de la película)
http://en.wikipedia.org/wiki/Mad_Max_2:_The_Road_Warrior (sobre la película, en inglés)
http://www.alohacriticon.com/elcriticon/article1513.html (sobre Mel Gibson)
http://en.wikipedia.org/wiki/George_Miller_%28producer%29 (sobre George Miller, en inglés)
http://www.quintadimension.com/article203.html (reportaje sobre la trilogía)