martes, enero 26, 2010

Sobrepasando el límite


La cacofónica banda sonora que irrumpe con la aparición del título ya apunta a cierta inventiva en la premisa, una posible subversión del retrato habitual de Nueva York en la que el ruido deja de ser mero trasfondo, invisible elemento contextual urbano, para convertirse en protagonista de la función. Lo que viene después también demuestra los esfuerzos de Henry Bean por extender esa inventiva a su caligrafía: una voz narradora y deudora de Tyler Durden en su disección del molesto fenómeno que supone el ruido de la alarma de un coche y sus imprevisibles consecuencias; un diálogo abierto de esa misma voz con el espectador, en ocasiones con su interlocutor dirigiéndose a cámara, que confirma el acercamiento a la visión fincheriana de Chuck Palahniuk; y recursos de pantalla partida que buscan establecer dinámicas de ritmo visual que luego se verán abandonadas. A pesar de su pasional inicio, Sobrepasando el límite tarda poco en agotar la escasa fascinación que podía despertar su protagonista y se permite derivaciones a cada cual más desconcertante. La presupuesta comedia social se amplía a una sátira política cuya única arma es un alcalde de guiñol al que William Hurt da vida con inusitada cercanía a Muchachada Nui, mientras que el muy endeble arco dramático queda rellenado con los increíbles escarceos amorosos y/o sexuales de su protagonista o, peor aún, con asomadas ínfulas existenciales que la acercan a una subdivisión más peligrosa de la comedia: la involuntaria.
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