La película de Pete Docter (Monstruos, S.A.) logra ese milagro que quizá también sea el secreto de la intemporalidad de la obra: el feliz encuentro entre el relato clásico de aventuras y la renovación de lugares (demasiado) comunes de la animación. En el primer apartado, no es difícil acordarse de El mundo perdido de Arthur Conan Doyle, y tampoco debería sernos extraña la lucha de espadachines (no exenta de los achaques de la edad). En lo segundo, es representativa la decisión de reinventar la agotada tradición de animales parlanchines, confiriendo voz a los perros de Muntz sin despojarles de sus expresiones caninas (excelente trabajo, pues, en la distinción del locutor a través de gestos y movimientos), si bien sí habrá humanización en el guiño a las pinturas perrunas de Cassius Marcellus Coolidge.
viernes, julio 31, 2009
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1 comentario:
Amén.
El día que vea una película no ya mala, sino mediocre de Pixar se derrumbará todo mi mundo.
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