Pero dos monstruos diseñados desde perspectivas y contextos socio-políticos distintos, con diferentes razones para existir. Pero al fin y al cabo, eminentemente políticos. A estas alturas, no es ninguna sorpresa afirmar que Japón bajo el terror del monstruo (Ishiro Honda, 1954), primera incursión de Godzilla bajo el sello Toho, es una película política (vía kaiju eiga). No es extraño, tampoco, que Roger Ebert la denominara la Fahrenheit 9/11 de su tiempo (dentro de una crítica poco afortunada, pero esa es otra historia). Efectivamente, Godzilla es hijo de Hiroshima y Nagasaki, de la bomba H a la que tantas veces se alude en la cinta, una frustración nacional en forma de lagarto de 50 metros.
El debut del monstruo en pantalla respira la fatalidad del desastre nuclear, y por si fuera poco, Honda reviste a uno de sus personajes, el Dr. Serizawa, de un empecinado alegato antibélico y antinuclear que se prolonga hasta su sacrificio último. Serizawa se niega por activa y por pasiva a utilizar su destructor de oxígeno para frenar los ataques de Godzilla sobre la bahía de Tokio. Las razones del científico pasan por negar la posibilidad de que su invento sea el desencadenante de nuevos holocaustos. En su empeño encontrará su muerte, y tras ceder en última instancia a la utilización del destructor, Serizawa se asegura de llevarse su secreto a la tumba en una humanitaria heroicidad, una súplica desesperada que implora la no repetición de la barbarie de la guerra. Y lo hace muriendo junto al monstruo, proclamando su victoria al caer junto al icono de la derrota, hoy icono nacional nipón donde los haya.
De The Host (Gwoemul) (Bong Joon-ho, 2006) ya hemos hablado alguna vez. La monster movie de la década (sí, por delante de Cloverfield) tampoco puede negarse hija de su tiempo. Para empezar, Bong Joon-ho se merienda los lugares comunes del género y hace de su película una suma de comedia del patetismo, terrorífica película de monstruo (insoportablemente claustrofóbica cuando nos adentramos en su guarida) e insólito thriller político. En calidad de esto último, actualiza los miedos sociales a un escenario post 11-S y lleva la paranoia del control gubernamental hasta sus últimas consecuencias: los Park descubren, por accidente, que el virus nacido a rebufo de la aparición del monstruo es una mera invención, el terror biológico como excusa para perpetrar un control más férreo de la población e instaurar una suerte de estado militar. A ellos, por cierto, todo esto se la trae más bien al pairo siempre que no sea obstáculo para encontrar a Nam-Joo. Tal es la naturaleza de The Host.
Si alguien aún duda del magnífico comentarista socio-político que es el director coreano, Memories of murder (2003) le sacará de toda incertidumbre. Es, junto a Zodiac (no por casualidad ambas se atreven a proponer casos que no encontraron resolución), el policiaco más poderoso en años, un thriller rural que hace de la impotencia elemento indispensable, que expone la falta de medios de la investigación en un añadido y no una vergüenza a tapar, un nuevo motivo para el comentario y un signo evidente del peso del escenario (aquí la Corea del Sur de finales de los 80) en el cine de Bong Joon-ho. Y además, la patada-chiste como detalle común a Gwoemul.
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